Billy, de ocioso a ídolo

Si la década de los ochenta se pudiese encarnar en una de sus máximas glorias musicales tendría unos azules ojos sin rostro, carnosa boca —aunque chueca—, torso cincelado en base a abdominales y cabellera platinada de puercoespín. Rasgos distintivos de aquel ocioso adolescente sesentero que a la postre se convertiría en el emblemático ídolo de la Generación X: Billy Idol.

En los años noventa del Siglo XX y en el primer decenio del tercer milenio ser ochentero, o al menos parecerlo, era sinónimo de naïf, de glam o de caduco como los CD y cassettes, como también del culto al videoclip con MTV, del consumismo a ultranza, del final de la inocencia y el inicio de bailes sin necesidad de pareja; mientras el mundo se sacudía ante la caída de muros como el de Berlín, el ocaso de la Guerra Fría y se habituaba a la nueva cotidianidad del sexo envuelto en látex para la era del sida.

Previamente, en 1982, justo a un año de su llegada a Nueva York, irrumpía un rubio y alocado británico descamisado con ajustados pantalones de cuero negro que, en su álbum homónimo de debut en solitario, pregonaba el onanismo frenético al ritmo de “Dancing With Myself”, último single de su anterior banda inglesa de punk Generation X y de su primer EP “Don’t Stop” (1981), pero adaptado a la estética imperante del sonido new wave y pop rock para bombardear las discotecas de Manhattan y el mundo entero.

William Michael Albert Broad, quien, a los 17 años en su natal Reino Unido, sepultó para siempre su nombre de pila para autonombrarse Billy Idol, en honor al sobrenombre que le pusiera, en un examen reprobado, su exigente profesor de química de la secundaria: “William is a idle” (William es un ocioso).

Con el tándem Idol-Steve Stevens (su centelleante guitarrista insignia) en 1983 lanzó una obra que marcaría a la entonces llamada “generación de la apatía”, con tres sencillos para la posteridad: “Rebel Yell”, como se titulaba el disco, “Flesh For Fantasy” y “Eyes Without A Face”, éste último una potente balada inspirada en la película francesa de 1960 “Les Yeux Sans Visage” (Ojos sin cara) sobre un desquiciado cirujano que rapta chicas para reconstruir el horripilante rostro de su hija, desfigurado tras un accidente automovilístico.

Tras editar en 1985 su cuarto LP, “Vital Idol”, con remixes de sus hits y su exitosa versión de la candente “Mony Mony”, en los incipientes noventas el hortera “rockstar” saltó del cielo al infierno por un accidente en motocicleta, con el que estuvo cerca de perder la pierna, y que le costó el fin de su ascendente carrera musical y prometedores papeles en Hollywood.

Hoy Billy Idol es una leyenda viviente de los otrora vilipendiados ochenta, ya adorados y rescatados por la imperante nostalgia del “mainstream” en la cultura pop y en octubre, tras realizar su segunda residencia de shows en Las Vegas, el 17 de ese mes actuará, por primera vez en Mexico, en el Palacio de los Deportes de la capital y el 20 en el Showcenter de Monterrey.

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