Mi decadente cultura occidental

I'm just a poor boy, nobody loves me.

He's just a poor boy from a poor family.

Spare him his life from this monstrosity

Queen – Bohemian Rhapsody

Por Ricardo Córdova

¿Se pueden imaginar que nosotros los mexicanos, tan patriotas y orgullosotes de nuestra cultura y raíces, a ojos de muchos extranjeros somos muy “agringados”?

Yo no lo había pensado y tampoco lo había percibido hasta que de a poco más y más personas extranjeras (dentro y fuera de México) comenzaron a repetírmelo insistentemente.

La primera vez que me lo dijeron fue en Argentina, luego de unos años me lo repitieron en Colombia, me lo remarcaron en Costa Rica y hace poco también me lo dieron una vez más en Rusia. Y en México, lo escuché de amigos alemanes, holandeses, argentinos, españoles y hasta daneses. Quiero aclarar que no lo dicen para ofenderme, sino para puntualizar el hecho en sí mismo.

Pero, ¿qué significará ser o estar agringado? Entiendo, más o menos lo siguiente:

  • Privilegiar la comodidad y ser más hedonista.
  • Pagar por que otros hagan cosas que podríamos hacer pero que por pereza, incompetencia o falta de tiempo no hacemos.
  •  Derrochar dinero y recursos de manera sistemática en cosas innecesarias o irrelevantes.
  • No tener el hábito del ahorro.

Bueno, dicho lo anterior, sucede que en Rusia el estilo de vida es completamente diferente al estadounidense.  Esa austeridad yo la relaciono directamente con las experiencias que la gente de estas tierras vivieron el siglo pasado: las dos guerras mundiales, las hambrunas que vinieron después de la colectivización de la tierra, el cambio de sistema político (del imperialismo al socialismo y del socialismo al capitalismo), las purgas estalinistas, así como otras crisis humanitarias que han costado millones de vidas. “Si la burra no era arisca” reza el viejo y conocido refrán.

Y este cuasi generalizado estilo de vida que es más bien austero contrasta diametralmente con el de los oligarcas, los políticos, los artistas de televisión, los cantantes y productores de música pop, las modelos y los afamados deportistas que cotidianamente muestran en sus respectivas redes sociales lo groseramente ricos que son.

Pero, insisto: acá la gran mayoría de la gente vive con una férrea disciplina del ahorro y de hacer en casa lo que se puede hacer sin necesidad de gastar y de comerse todo lo que te sirvan en el plato…sí, aunque a veces no te guste.

Pastel de cumpleaños hecho en casa.

Un ejemplo: hoy tenemos antojo de pizzas. De sólo de pensar en el proceso de prepararlas, cocinarlas y todavía limpiar el regadero que se hace en la cocina, la mera verdad es que el primer impulso es tomar el teléfono, marcarle a Igor el italiano, ordenarle una pizza “a la mexicana” y una “margarita” y esperar lo que tarde en entregarlas. Pero aquí no es así, dirían Los Caifanes.

Irina, al igual que millones de sus paisanos están acostumbrados a vencer la seductora tentación de la pereza y el derroche, por lo que resulta harto común que ellos mismos se avienten en casa la elaboración del platillo italiano por excelencia, pero así como sucede con las pizzas pasa con casi todo: ellos van al súper o al mercado, compran los ingredientes, descargan la receta de Internet, se arremangan sus camisas y se ponen manos a la obra a preparar lo que se les antojó: pasteles, galletas, pan blanco, empanadas, tortillas y demás delicias hechos de principio a fin por ello, porque su lógica es muy simple: “¿Para qué gastar?”. Y así como es para la comida para todos los ámbitos de la vida diaria: las bufandas, los guantes, los gorros para el frío, etc.

Pizza hecha en casa por Irina.

Ahondo en mi ejemplo: en mi vida cotidiana en la Ciudad de México, yo consideraba súper normal destinar un porcentaje de mi salario para salir a tomar un café una o dos veces por semana; otra porción de mi sueldo para ir al cine al menos dos veces al mes. Por supuesto que apartaba unas moneducas para irme a echar unos tragos con mis amigos cada dos o tres semanas o tenía un presupuesto fijo para salir a comer a la calle entre semana.

Vaya, para quien me conoce sabe que trato de ser muy medido y disciplinado con mis finanzas, pero acá el ahorro es tal que me he llegado a sentir muy culpable por comprar algún chuchuluco como si fuera el peor manirroto.

En Rusia –y me temo que lo mismo aplica en otros países europeos- estas salidas significan gasto hormiga y no, no están en sus usos y costumbres. Vaya no quiero decir que la gente es rácana, pues por supuesto que se sale a por un café o al cine, pero no con la regularidad con que lo hacemos en México, sino que cuando lo hacen resulta una ocasión especial.

 

El alimento del alma.

En mi tercera juventud puedo confesar sin pena que si a algo le tengo miedo es a las alturas, a la alta velocidad, a chavorruquear y a que me digan ¡cállese viejo lesbiano! Pero a últimas fechas me he dado cuenta que también me da pavor que Irina me pida que arregle los desperfectos de la casa y se dé cuenta que no tengo ni peregrina idea de lo que me habla. Y no es que yo sea el hombre más inútil del mundo, pero en palabras de mi abuelita: “me falta ser más curioso”, puesto que (he de confesarlo) la mayor parte de mi vida he privilegiado mi comodidad y mi tiempo de ocio.

Lo confieso: he dedicado más al disfrute que al deber, por lo que hasta hace poco siempre había pagado porque alguien arreglara los incómodos desperfectos de la vida cotidiana por mí…bueno, eso era hasta hoy.

Y no es que considere indecoroso empeñar mi tiempo y esfuerzo a instalar los cortineros en el balcón de la casa o de plano aprender cómo se arregla una instalación eléctrica; hacer lo necesario para que el agua corra correctamente por la tubería y que no haya goteras en el lavabo; encontrar la adecuada calibración de la temperatura del refri; realizar el inevitable cambio del cable de la secadora y terminar de una vez por todas con ese fastidioso falso contacto; o qué me dicen de aprender a rearmar la vieja aspiradora y por fin aliviarla de sus polvosas mortificaciones.

Y es que –pensándolo bien- en mi vida agringada (sospecho que es uno de los daños colaterales del TLC) yo dediqué mis años y talentos a realizar actividades que elevaran mi espíritu (¡chale!), pero ahora veo que en términos prácticos éstos sirven para maldita sea la cosa, porque acá no me van a autorizar el presupuesto para gastar dinero contratando plomeros, ni en eléctricos, mucho menos  carpinteros y todavía menos pintores. Si no que voy a tener que arremangarme la camisa y hacerlo yo mismo; y no es que me queje, solo subrayo que será así y que tendré que esforzarme en hacerlo bien para que luego no me vean feo ni piensen que soy un típico malhecho.

Botón de los "pioneros", un recuerdo de la época soviética. En la leyenda se lee: "Siempre listos".

Es por ello y para evitar que los rusos me consideren un analfabeta funcional (como a Javier Lozano) les confieso acá entre nos, que cuando nadie me ve le he dedicado horas y horas a ver tutoriales en Youtube para aprender cómo se arregla la instalación de luz, cómo se soluciona una fuga de gas, cómo se compone el clóset o de qué forma se instala adecuadamente el cancel del baño. Y es que siguiendo el manual de supervivencia: “a donde fueres haz lo que vieres” y más vale aprender tarde que nunca, ¿no?

Finalmente, les comparto que a mí lo que me preocupa de ese estilo de vida “a la americana” es mi presupuesto muy “a la mexicana”, porque claro que me gusta la comodidad y ocupar mi tiempo leyendo, viendo películas, estudiando ruso o cocinando exquisiteces, en lugar de andar de acomedido pero sin gracia ni talento arreglando la casa, pero como todo el mundo sabe: sin rublos no hay paraíso, así que a darle y aprender de los camaradas...que en todo caso: el acomedido come de lo que está escondido y además: no por nada esta es la tierra del camarada Lenin. Así que:

 

¡Inútiles del mundo…Uníos!