“Los tintilimales”, una tradición que lucha por permanecer

Por Mariana García 

La hora se aproxima, el ritual de muertos está por comenzar. En punto de las 19:00 horas de este 1 de noviembre, los habitantes de la colonia Santa María Aztahuacan, se reúnen como cada año en el atrio de la iglesia para comenzar con la tradición de los Tintilimales.

Con costales en mano y el sonido de una campana, anuncian su paso por cada una de las calles del pueblo; entre ellos destaca una persona, quien carga un cráneo hecho de pasta envuelto entre un pañuelo o una pañoleta, para representar a la muerte en su trayecto, al igual representa la pedida de “calaverita”.

El resonar de las campanas ha dado su aviso, los tintilimales ya se encuentran en las calles. Con paso veloz, inician su recorrido en espera de que la gente les abra las puertas de sus hogares para invitar a los caminantes, de no ser así continúan con su camino sin juzgar a nadie.

Ingresan a la primera casa, cada uno entra para visitar la ofrenda de aquella familia que les da la bienvenida. Enfrente del altar, los tintilimales se hincan, a rezan un ‘Padre Nuestro’ y un ‘Ave María’ y piden por los difuntos de la casa.

Una vez más resuena la campana, mientras que uno de ellos le recitan a los anfitriones antes de retirarse “Principal cabito”, palabras que indican el motivo de su llegada.

Los tintilimales salen a las calles para recoger los cabos de vela que les sobran a las familias en sus ofrendas. Sin esperarlo, los pasajeros reciben fruta, pan, tamales y otros elementos que la familia les obsequia en agradecimiento por su labor.

El señor Juan Andrés Ortiz Gómez, quien por más de 30 años retomó la tradición de sus antepasados, ha seguido este ritual para honrar a los difuntos olvidados, aquellas personas que perdieron la vida y no son recordados por sus familiares.

Anteriormente, esta era la única tradición que se realizaba en el pueblo de Santa María Aztahuacan, donde sólo las personas nativas del lugar honraban esta hermosa costumbre, sin embargo, el paso de los años ha generado nuevas tradiciones que ahora las generaciones inculcan a sus hijos.

“Cuando las personas grandes que viven en estas casa donde se nos permite entrar ya no esten, es cuando la tradición dejará de existir, porque ahora los hijos de esas familia dirán que esas eran tradiciones de sus padres”, comenta el señor Juan Andrés.

El sol comenzó a caer dando paso a la noche, pero el recorrido en el pueblo aún no culmina. La caminata comienza a sentirse larga cuando varias de las casas cerraban sus puertas. Por un largo lapso los caminantes se quedaron en las calles.

La mayoría de los habitantes jóvenes e incluso nativos del pueblo, preferían salir a pedir “calaverita” disfrazados de los personajes de terror que reconocían en películas. Por otro lado, algunos salían a recorrer la colonia en comparsas, contingente de personas disfrazadas o no, que bailaban en compañía de la música de banda regional para festejar la víspera del Día de Muertos.

Sin embargo, entre los organizadores de esta tradición había dos menores, quienes han acompañado desde corta edad a sus familiares para continuar con ello.

Desde altares de tres niveles hasta monumentales ofrendas, las cabezas de la familia comparten esta tradición con las futuras generaciones.

Al pasar cuatro horas fuera de casa, los tintilimales visitan las últimas ofrendas aledañas a la parroquia del pueblo, para finalizar con los costales llenos este ritual, apoyados de un carrito.

El momento más importante de la velada ha comenzado. Con más de tres campanadas, se anuncia el final del recorrido en las puertas de la iglesia, donde esperan a que los encargados abran la reja para que puedan honrar a los olvidados.

Los elementos son llevados a la explanada para comenzar a prender las velas, en ese instante, uno de los integrantes comienza a cortar los cabos en pedazos más pequeños para que los participantes enciendan cada uno y lo coloquen en los alrededores.

El patio de la iglesia se ilumina con el destello de las velas para indicar el camino a las almas no recordadas.

En años anteriores, se les permitía subir a la azotea de la parroquia de Santa María Aztahuacan para encender alrededor del techo las velas.

Al concluir el ritual, los tintilimales regresan a sus hogares para realizar la repartición de los obsequios.