El Mayor

Por Aranxa Albarrán Solleiro / Confesiones de turista

Las diez con cuarenta y tres marcaba la Torre Latino, a nuestras espaldas con letras grabas se encuentra la crónica de la conquista contada por Bernal Díaz del Castillo, la multitud de gente a esa hora, era ya un elemento notable. Probablemente al ser viernes, la movilización de los citadinos y de los turistas, se intensifica de manera avasalladora. A nuestros pies, se encontraba el recinto donde se suscitaban sacrificios para el rey Azteca y hoy es uno de los espacios más visitados no solo de la Ciudad de México, sino del país.

A nuestra altura, me preguntaba: ¿será que el propio Moctezuma se sentirá regocijante de que miles de turistas se postren frente a lo que él consideraba su más grande aposento? El sitio más respetado por todos cuando se despellejaba a las hijas de los nobles para ofrecérselas a los Dioses a manera de admiración y elogio.

Desde aquel restaurante en donde nos encontrábamos, mi mejor compañero de viajes y yo, se observa tranquilo y a la vez invadido de bullicio por los que se sorprenden al contemplar la zona arqueológica más visitada de México y algunos aseguran que del mundo. El calor de la ciudad es cada vez más inaguantable, más de quince millones de habitantes lo detonan. Meseros sin saber el honor y el privilegio de trabajar ocho horas diarias frente a él, se dedican a ir y venir con comandas que demandan platillos con ingredientes que se utilizaban en la época mexica: escamoles al mezcal, perejil frito al limón, chapulines, sopa de frijol con hoja de aguacate, entre otros. Todos sintonizados a la veneración de lo que fue en épocas de la conquista.

La devastación del enfrentamiento y si se puede decir, de la victoria española, es perceptible desde cualquier ángulo. Comensales se levantan de sus asientos interrumpiendo su comida para captar una fotografía a distancia. La vista es formidable, el viento repleto de historia, todo se convierte en un mágico universo, se escucha a las aves con cantares que probablemente deleitaban a todos en aquellos años.

La vida camina tranquilamente a comparación de lo que se vive afuera. Se acerca un mesero y pregunta: ¿café? Sí, por favor. Contesto con la energía exacta a pesar de mi ausencia de comida, sin embargo el lugar me inyecta de una luz que pocas veces se percibe y sobre todo, se siente.

La carta de desayunos es maravillosa, tiene la fortuna de no contener prácticamente imágenes de lo que se sirve para dejar que la imaginación haga su trabajo. Un festival de chilaquiles de mil tipos: salsa verde, roja o la combinación de ambas. Omelettes de un interminable relleno de hongos, espinacas, queso e incluso chapulines. Ad hoc a lo que el espacio merece.

Una canasta de pan con increíbles bolillos horneados al momento y el mejor tostado que emite una bellísima sinfonía al morderlo, que se antoja. Ordeno después de cinco minutos de pasear por lo ofertado, unos chilaquiles con huevo, bien bañados en las dos salsas, queso y crema. Nada puede salir mal. Ángel por otra parte, pide con la ilusión de un niño, unos chilaquiles rebosantes de cecina en salsa verde y así la aventura comienza.

Una pareja de alemanes se acerca, los ojos de la chica se desorbitan al admirar el paisaje que se pinta suavemente ante sus ojos. Él la mira sonriente y de inmediato se abrazan, como si celebraran la dicha de estar ahí. Por supuesto, su país no cuenta con la riqueza arqueológica con la que nosotros sí.

<<¿Qué será mejor ordenar?>> Y ante eso no puedo evitar ponerme de pie para acercarme. <<¿Les puedo ayudar?>> Los dos voltean sorprendidos. <<He escuchado que quieren sugerencias de qué ordenar, con gusto les puedo ayudar si así lo desean >> La chica dibujó una sonrisa y aceptó. Les expliqué hasta donde el inglés me dio sobre el tipo de platillos que podrían consumir, cuando llegaba a alguno que tuviera un poco de chile, sus corazones parecían latir intensificados, tan es así que lo percibía a través de su mirada. Eligieron huevos con frijoles y un poco de champiñones, un plato de fruta cada quien y dos conchas de pan dulce para cada uno. Formidable inicio de viernes en la Ciudad de México.

Mientras comíamos, Ángel me compartía el fascinante trabajo de Bernal Díaz del Castillo al escribir sobre la tan masiva conquista y con euforia y convicción, me aseguró que nadie ha hecho mejor trabajo relacionado con el tema, que él, por supuesto, le creo. En cada uno de los bocados, nos sentíamos afortunados de degustar alimentos frente a un dichoso recinto que si bien es cierto, puede ser considerado como uno de los más importantes de nuestra cultura e historia. Moctezuma y su gente, se pasean de un lado a otro mientras nosotros “los turistas”, nos dignamos en comer en el espacio en el cual él luchó por sus ideales, por su gente y su sangre.

Un sorbo de café con un toque de leche hacen que el mundo gire de manera especial. La Ciudad de México lo tiene todo, es la urbe en donde se presentaron esenciales momentos que nos han conformado como hijos de esta tierra. El hombre y sus planeaciones urbanas, la compra y venta de terrenos y los intereses de unos y otros, nos dieron de algún modo, el honor de estar presentes en aquel restaurante, contemplando no solo nosotros, sino los alemanes que viajaron desde Dresden solo para conocer la riqueza cultural con la que cuenta la ciudad, la gran Tenochtitlán, casa de nuestras raíces, de la piel indígena que por fortuna compartimos muchos y que pocas veces seguimos venerando y respetando como es debido.

Mia y Lukas se sentaron en nuestra mesa por un momento, compartimos con ellos ideas magnificas para visitar. Tenían un extraordinario tiempo para visitar más de lo esencial de la ciudad, su primer día completo dio inicio en el restaurante, así como el inicio de la vida de todos los mexicanos derivada de la lucha por nuestra libertad, por el respeto a lo que somos y a nuestros orígenes. Nos reímos como si el idioma fuera un elemento poco considerado para permitirnos comunicarnos. Los meseros admiraron nuestra tertulia a pesar de estar acostumbrados a la visita de extranjeros y nos tomaron una foto en la que no solo se percibía el dichoso Templo, sino parte del Centro Histórico de la ciudad más grande del mundo.

El restaurante Templo El Mayor, es indudablemente uno de los establecimientos gastronómicos más extraordinarios de nuestro país, no solo por su vista y creaciones gastronómicas, sino por su ubicación, por la dicha de regalarle a todos –aunque no lo sepanel honor de comer al pie del Templo sagrado del gran tlatoani, al que Hernán Cortés nunca pudo vencer, por más que los libros, los historiadores y el mundo, así lo aseguren.

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