Espada de Dos Manos: El presidente racista

Marcelo Fabián Monges/ Escritor y Periodista


El racismo no es otra cosa que una enorme falta de humanidad. Ser racista implica ver a alguien de otra raza no como alguien igual a uno, sino como alguien inferior. Ser racista es no comprender que las personas, de acuerdo a su cultura, a su grupo étnico, a su origen geográfico, a las características que les imprime adaptarse o disfrutar de un clima, a sus historias, tendrá características propias, particularidades en sus creencias, en sus formas de ver el mundo, pero todas sienten, todas son seres humanos, todas merecen respeto.

La principal razón para no ser racista es el respeto al otro, como ser humano. Y la principal razón para respetar al otro es que respetar al otro es la única forma de respetarse así mismo.

A esto hay que sumarle que el otro merece respeto, entiéndase por “el otro” a nuestros semejantes, a cualquier prójimo, y el respeto es la única forma aceptable de relacionarnos con los demás, y por lo tanto, de vivir en sociedad.

Ser racista implica un alto grado de falta de humanidad. Una gran incapacidad para comprender que las virtudes más altas del género humano no las encarna la propia raza, que cada quien es diferente y no por eso es menos.

Ser racista implica creer que los que no pertenecen a su raza son menos como personas, tienen menos capacidades, incluso morales, y por lo tanto merecen menos en su existencia y en su consideración social.

Todo esto es lo que representó López Obrador en un solo acto, el día sábado 16 de noviembre, en el estado de Nayarit, cuando dijo que “los adultos mayores mestizos cobrarían $2,550 pesos a partir 68 años, y los indígenas a partir de los 65 años”.

Hacer del racismo una política de Estado es algo sumamente grave. Eso es lo que está haciendo López Obrador.

En la visión de López Obrador, los blancos, los mestizos, los fifís, no tienen ahora los mismos derechos que los postergados. Como si la postergación de los indígenas se resolviera ahora postergando a los otros.

Allí, López Obrador, frente a comunidades indígenas de las etnias Cora, Wixarica, Mexicanero y Tepehuano del sur del estado de Nayarit, enfatizó que los adultos mayores, en solo un año, han visto duplicado los apoyos que recibían antes del gobierno federal. Y prosiguió: “Los adultos mayores ya están recibiendo no $1,160 pesos, no... $2,550 pesos, la mayoría. ¿Saben cuántos en el país? 8 millones de ancianos respetables. Los mestizos, desde los 68 años, los indígenas desde los 65 años”, aseguró[1].

Algo que López Obrador omite en su discurso a propósito, es que ese apoyo, de $2,550 pesos por adulto mayor es cada dos meses.

Este episodio, exige varias consideraciones. La primera es que hay muchos adultos mayores que aseguran que no reciben estos apoyos tan proclamados por el gobierno. Y no digamos en las sierras lejanas con habitantes indígenas, acá en la Ciudad de México. Con lo cual, lo que está haciendo López Obrador, como en casi todos los terrenos, es un acto de profunda demagogia por sobre todas las cosas. En segundo lugar, hay que saber ver que $2,550 pesos cada dos meses[2], por adulto mayor no van a sacar de la postergación a nadie, ni los va a sacar de su condición de postergación y marginalidad, menos a la gente que vive en la sierra, en los diferentes estados, y menos a los indígenas cuyas comunidades en muchos casos en la actualidad todavía no tienen ni luz eléctrica. A duras penas les alcanzará para ir al médico y comprarse sus medicinas, problemas propios de los adultos mayores. Lo que está haciendo López Obrador con esos dos mil 552 pesos, cada dos meses, es construir un enorme aparato clientelar, para asegurarse sus votos.

¿Alguien cree que con $1,275 pesos por mes López Obrador le va a resolver la vida a alguien?

Aunque la respuesta será un contundente NO, en todos los casos, sin embargo López Obrador, conocedor como pocos del mexicano de a pie sabe que el razonamiento de esa gente será, “al menos alguien se acordó de nosotros”, “será poco pero al menos nos da algo”, “los otros ni siquiera nos dieron nada”, y con eso sabe que le alcanzará para tener el apoyo de los adultos mayores, aunque el apoyo de su gobierno hacia ellos sea un acto de demagogia, aunque no les vaya a resolver la vida ni prácticamente nada.

Apoyar a los adultos mayores es algo necesario, algo que merecen. La gente que ha trabajado toda la vida no merece padecer la vejez en la postergación y en la miseria.

Pero como en todos los demás ámbitos, López Obrador lo hace si ton ni son, como una medida general, para quienes lo necesitan de verdad y para los que no también. No con visitadoras sociales, que determinen quiénes lo necesitan y quiénes no. Así son los grandes actos de demagogia, porque el fin no está puesto en el beneficio real, en el que se necesita, sino en conseguir la adhesión generalizada, la aprobación general por las dádivas otorgadas desde el Estado.

Pero a todas estas consideraciones, a lo que dijo López Obrador en Nayarit el día sábado 16 de noviembre hay que agregarle el racismo. Discriminar para otorgarle el apoyo del gobierno a los adultos mayores a los 65 años si son indígenas y a los 68 si son “mestizos” es un acto brutal de racismo.

López Obrador, cociendo cómo piensa y lo bueno que son en la 4a Transformación para dar vuelta el discurso, algo conocido coloquialmente como maromas de este gobierno, dirá que esto es porque los indígenas tienen un grado de postergación y marginación que no tienen los mestizos. Lo que no parece entender en ningún lado López Obrador, es que la postergación de un grupo social, no se resuelve discriminando a otro grupo social. El presidente López Obrador debería gobernar para todos los mexicanos, algo que indudablemente no hace. Y si alguien tiene dudas, ahí tiene como pruebas la discriminación y el racismo que demostró en ese discurso lapidario pronunciado en Nayarit.

Las comunidades indígenas en México, como en todo el continente han sido históricamente marginadas, desde hace 500 años. Pero no es mediante la demagogia, ni el resentimiento, ni el racismo como saldrán de esa marginación.

Ni siquiera el Ejército Zapatista de Liberación Nacional, cuando se levantó en armas en 1994, exigió derechos para los indígenas por encima de las demás, ni sus justas demandas fueron realizadas desde el resentimiento o el racismo.

Lo que esgrime en su discurso López Obrador a separar por grupos étnicos sus medidas de gobierno, otorgándole privilegios a unos sobre otros, es un profundo grado de inhumanidad.

Los discursos demagógicos de López Obrador frente a las comunidades indígenas se presentan cada vez que él asiste a esas comunidades, aunque en la realidad les haya recortado el 40 % del presupuesto al Instituto Nacional de los Pueblos Indígenas (INPI)[3].

Digamos, a todas las consideraciones anteriores hay que sumarle que la predilección de López Obrador por las comunidades indígenas, su preocupación por sacarlos de la postergación, no es real ni verdadera, es un acto más de demagogia, y por lo tanto, es una mentira más del Manual Populista para juntar adeptos e incondicionales. Esto, hay que decirlo, tiene mucho de corrupción y de inmoral.

Pero lo determinante de esto es que López Obrador pasó del discurso discriminador a los hechos, con medidas de gobierno concretas que son un claro ejemplo de discriminación y de racismo, al separar por razas el apoyo que le dará su gobierno a los adultos mayores. Una buena tarea para Rosario Piedra Ibarra, quien como titular ahora de la Comisión Nacional de Derechos Humanos debería actuar sobre el tema, y demostrar así su supuesta independencia del gobierno de la 4a Transformación, y recomendarle al presidente López Obrador no discriminar a los mexicanos según las distintas razas que habitan en el país.

En el discurso, López Obrador ha mostrado cientos de veces su resentimiento, su racismo, su interior discriminador, cuando alude ofensivamente a distintos grupos sociales, refiriéndose a “los fifís”, “pirrurris”, “señoritingos”, “fresas”, “blancos”, “Ñoños”, etc[4]. muchas veces desde el púlpito presidencial de las conferencias mañaneras, algo que no se condice en nada con la investidura presidencial y con la altura que debería sostener por presidir el máximo cargo que le confiere la escala social de los mexicanos.

Pero sobre todo, su racismo, ahora expresado en hechos y actos de gobierno, no solamente ya en discursos, no se condice en nada con su autodeclamado cristianismo, ni humanismo.

López Obrador es como todo lo contrario a Mandela. Si López Obrador hubiera sufrido los 26 años de cárcel que padeció Nelson Mandela por su lucha contra el racismo, hubiera salido de la cárcel llamando al exterminio de los blancos. Por eso Mandela es un gigante en la historia de la humanidad, porque siempre supo que el racismo no se resuelve discriminando al otro. Y por eso López Obrador habla desde la miseria de sus entrañas.

 

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