El balcón/ Anden de la narrativa

Por Lina Suso/Paulina Villasuso Villalobos

Está el balcón y estoy yo. Es lo único que sé, ayer habría tenido la valentía de mirar alrededor, ahora ya no. Soy presa del dramatismo de las malas noticias y los sucesos repentinos. Llevo en el alma el recuerdo y paso caminando en este espacio como si fuera ayer, o antier, incluso hace una semana.

Mi madre me había preparado el lonche, la señora Bety había dejado sobre una silla mi ropa y yo había levantado mi cuerpo sin poder despertar al corazón.

¿De qué me sirve ahora vivir? Voy vagando, andando por el mismo camino, dejando que mis pasos vayan tan largos como pueden, son, aún así, cortos.

Está el balcón y estoy yo, está el balcón y está la flor, está la flor y está el aire, está el aire y está la vía, está la vía y está la gente inexistente de mí, está la gente y estoy yo. Ahora está la gente y estoy yo, pero soy yo quien permanece renegado al panorama. Estoy yo y no estás tú y eso es todo. Eres todo lo que me falta para formar parte de lo demás, del balcón y la gente, de la gente y el aire, del aire y el sol. La flor sigue intacta desde la última vez que la tocaste, esa flor que profesa el amor que yo te guardo. Un amor cálido y paternal.

Me desperté más temprano que de costumbre, te imaginé con ese pequeño vestido rosa y pistache, te sentí en mis brazos, te cargué, te removí, te besé y te dije adiós.

Abrí mis ojos, me levanté cansado, tomé la ropa de la silla y caminé directo al baño. Me lavé la cara, me lavé los dientes, me peiné. Me desvestí y puse primero un nuevo calzón, luego mi camiseta y mis pantalones de mezclilla, seguí con una camisa, me fajé y cerré mis pantalones, me puse mis calcetas y unos zapatos de vestir. Me puse un chaleco cerrado y una chamarra de pana. Hará frío, pensé.

Saludé a mi madre, a mi abuela y a mi Bety.

¿Qué niño guapo va a cumplir sus 30 años?
Mi madre siempre me sonrojaba, luego mi abuela la regañaba.

Él ya no es un niño, Graciela, déjalo de tratar como tal.
Luego Bety me dio el lonche y con un beso al aire despedí a las tres.

No te vayas, mijito. Espérame aquí en la casa que yo de rato les explico.
Por primera vez le mentí, no fui a la tienda sino a tu encuentro.

La tristeza se disipa con tu recuerdo, tus brazos en mis manos me permiten estar vivo.

Una patrulla, dos, tal vez una ambulancia.

A menudo pienso en el amor. Yo te dije que lo mío hacia ti es amor, y no mentí. El amor contigo se vuelve más sencillo y complicado, todo hubiera sido más fácil si le hubieras sabido explicar todo a tu madre. Un día lo hubiera comprendido.

Decirte amor es dulce, hablar de amor contigo lo es más, amor, una palabra tan voluble, te puedo llamar amor, puedo sentir amor, el amor puede ser una filosofía, un ritmo, una forma de vida. Amor, amor mío.

Y me comienza a doler el pecho y el dolor trasciende al corazón dormido y sigue esparciéndose hacia las manos y luego al páncreas, de ahí se sacude a los riñones y luego al estómago y al hígado, no tiene un ritmo aparente ni mucho menos un viaje previsto. Se somete a mis intestinos y me eriza la piel, me inmoviliza las piernas. Todo está contagiado y sólo falta la cabeza, sube ese veneno doloroso por la columna y toca primero al cerebelo, de este pasa a cualquier espacio que todavía no ha tocado y termina, tan estirado y abrazado a mi cuerpo está el dolor. No me puedo mover, “ahí vienen los judiciales”.

Estoy tirado bocarriba, pronto estaré del otro lado. Tengo el extraño presentimiento de que ellos no entienden lo que pasa. Mi madre me lo dijo, “no te vayas, mijito. Espérame aquí en la casa que yo de rato les explico.”

Quiero sentir tu piel y tu vestido, tu vestido y tus coletas, tu cabello lacio tan largo, tus manos tan delicadas, tus piernas tan cortas, tu boca tan dulce, tu voz de niña, tu sonrisa de ángel.

Quiero que sepas que todo lo que hice lo hice por amor, quiero que los sepas, cómo hago para que lo sepas.

Me llevan, me llevan ya, tengo poco tiempo en este espacio, pero otro eterno para pensarte. Intento explicarles, explicarles que yo no hice nada, decirles que lo mío es amor, que lo tuyo lo será también. Está la flor y está el balcón, no estoy yo y tampoco estás tú. Tal vez estés con tu mami, tal vez hoy fuiste al colegio. Me gustaría saber si piensas en mí, me gustaría saber si yo pensaré en ti. Recuerda mi barba y mis ojos, mis ojos y mis piernas, mis manos grandes que te envolvieron y mi boca que tan poco te besó.

Está el balcón.


Paulina Villasuso Villalobos. Nacida en 1999, en la ciudad de San Luis Potosí, México. Estudiante de la carrera de Escritura Creativa y Literatura en el Claustro de Sor Juana.
Quiere las lenguas extranjeras, ama el español, los senderos silenciosos y escucha trova de protesta para buscar inspiración.

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