La Chula de Lina Suso/ Anden de la narrativa

Por Lina Suso/Paulina Villasuso Villalobos

Mariano y Jimena eran adorables, cuidarlos era una de mis cosas favoritas durante el verano. Su madre Celeste era una de las mejores amigas de mi mamá y desde el año pasado me pidió que la ayudara con ellos.  
Este año nos iba a llevar su abuelo al club para que los niños fueran al camping, nos dejaría e iría por nosotros después de la comida para llevarnos de regreso a la casa. 
Los dos niños eran muy enérgicos, en el camino siempre venían cantando y pataleando. 
—¡Qué chula, Inesita! hasta pareces hija mía.
El hombre era un viejo gordo y bigotón. Tenía una nariz bombacha y peluda. Se había convertido en el chofer de sus nietos por la jubilación y le ayudaba además a los quehaceres a su hija. 
—Mira qué bonita andas vestida, Chula.
Los trayectos duraban como quince minutos, en ellos estaba el hombre parloteando de cualquier cosa y yo volteaba a la ventana o a los niños. Me parecía insoportable a veces. 
—Pero mira qué grande te estás haciendo, yo creo que ya necesitas usar un sostén correcto de mujer, Chula. 
Pasar el día con los niños era muy divertido, jugábamos en el arenero, nos metíamos a la alberca, íbamos y veníamos por la milla, hacíamos de todo.

 — Mira que bonitas tus piernas, Inesita. – Tocaba mi rodilla izquierda con su mano derecha y se extendía por todo el muslo, como haciendo un masaje. 
Ir con los niños me gustaba, los trayectos no. Mi mamá no me dejaba ser irrespetuosa y por eso no le pedía a Celeste que nos llevara ella. 
— Mira qué ojos tan bonitos tienes, Chula. Qué bonito me miran.

Habíamos llegado a casa, Mariano y Jimena se subieron a bañar. Entró el hombre después de mí y mi único reflejo fue pasarme por la sala para llegar al otro extremo del comedor. Me miró, alargó una sonrisa. Yo me puse tensa, esperaba que no notara mis nervios. 
— ¿A poco me tienes miedo, Inesita? 
No había disimulado bien.
— Claro que no — mi voz era queda y lenta, mi respiración comenzó a agitarse. Había algo en la voz del hombre que me daba mala espina.
— Bueno, entonces ven a darme un abrazo. – le había mentido, tenía terror, no sabía por qué, lo había visto al hombre tantas veces y, sin embargo, nunca había sido así. Un abrazo. 
Me acerqué tambaleante, con pasos cortos, no quería, seguía caminando. ¿Por qué lo haces, Inés? Y mis pasos continuaban. 
—  Ándale, Chula, no tenemos todo el día.
Me paré en frente de él y le estiré mi mano, la tomó y la besó, luego me arrimó a su cuerpo y con sus brazos me tomó completa de la espalda. Sus manos recorrían toda mi espalda, yo no me movía. 
—  Necesito que me abraces tú también, sino no vale. 
Estiré mis manos, lo rodeé con mis brazos, no me moví más. 
— ¡Feliz cumpleaños, Chula! Ya verás que el siguiente año bailamos juntos tu vals de quince. Te quiero mucho, Inesita, mucho mucho. 
Celeste me había llevado por una nieve y luego a mi casa, al llegar estaban mis dos mejores amigas, mis padres y mi hermano. Terminamos por ahí de las diez de la noche de festejarme. Me metí a bañar y dormí. 

Las últimas cuatro semanas habían sido extrañas, no podía dormir y cuando lo hacía, despertaba por lo menos dos veces agitada y sudando.  Ya no me gustaba que me abrazara mi hermano y menos mi padre. Estaba de mal humor todo el tiempo, sentía una cosa rara en el pecho. 
— Mamá, no puedo dormir. No sé qué me pasa. 
— ¡Ay, hijita! ¿Estás pasando mucho tiempo en la televisión?
— No, mamá.
— ¿Entonces?
— ¿Te acuerdas del papá de Celeste? Me abrazó.
— ¿Cuándo, hija?
— En mi cumpleaños. 
— Es que el señor es muy formal y amoroso.
—  Pero no me gustó. 
— ¿Qué no te gustó?
—  Pues su abrazo, me siento mal cuando estoy con él. 
— ¡Ay, mijita! No seas payasa, pero si él así es. Ya mejor ve a vestirte que vamos a la casa de los Gómez y tenemos que llegar puntuales. 
Me metí a bañar y me quedé mirando a la nada, de repente salieron lágrimas de mis ojos. No supe qué tenía, sería que estaba cansada, pero lloré mucho tiempo. Tenía una cosa atorada en el pecho, no sabía qué era. Esperaba que no me fuera a enfermar, la siguiente semana me iba a la casa de campo de María y mi mamá no me iba a dejar ir con mocos. Tal vez son las hormonas, Carlota me había dicho que las mujeres nos ponemos locas y gritamos y lloramos sin razón. Sería eso. 

 


Paulina Villasuso Villalobos. Nacida en 1999, en la ciudad de San Luis Potosí, México. Estudiante de la carrera de Escritura Creativa y Literatura en el Claustro de Sor Juana.
Quiere las lenguas extranjeras, ama el español, los senderos silenciosos y escucha trova de protesta para buscar inspiración.