Will Smith, un mal acto ¿define toda tu vida?

Foto: EFE

Por Carlos Meraz

La violencia no debiera ser normalizada y, sin embargo, lo es en todos lados, hasta en los premios Oscar. Pero las agresiones más fuertes no siempre suelen ser las físicas sino las verbales —como bien precisa el discurso feminista—, mientras todos nos cagamos de risa viendo cómo se humilla al otro en su propia cara… ¿Quién se atrevería a cambiarle de canal a una ceremonia cada vez más aburrida, cuando el rating se detona por un escándalo entre un marido ofendido y un burlón agresor erigido como víctima? Si ese fugaz instante fue lo más visto y ha dado más de qué hablar que cualquiera de las películas contendientes.

Dudo mucho que los organizadores de la ceremonia no conocieran y aprobaran el discurso de Chris Rock, con todo y la “broma” de mal gusto a la esposa del “violento” y públicamente condenado Will Smith. Es decir, la Academia de Hollywood también es cómplice desde hace años de los agresivos monólogos hacia los invitados que, políticamente correctos, “deben” tragar mierda y eructar pollo mientras alguien sin ninguna calidad moral, ¿quién puede presumir tenerla?, destroza sus vidas en aras de “amenizar” una ceremonia cada vez más soporífera.

En esta clase de premios televisivos no hay espacio para la improvisación, salvo en las intervenciones de los ganadores, todo está planeado y autorizado, hasta el mal gusto mediante la comedia hortera de humoristas como Rock, que se pueden burlar de cualquier defecto físico, mental o de conducta en aras de las carcajadas y el aplauso. Eso también es violencia y esa es la génesis del llamado bullying y, de alguna manera, todos somos responsables de que exista.

Vamos a reírnos todos mientras se burlan de nuestra robótica voz a consecuencia de un cáncer de garganta, de nuestro problema motriz congénito, de nuestras quemaduras por un accidente o, como este pasado domingo, de la alopecia de la actriz Jada Pinkett Smith; mientras quien(es) la sufren actúan y hasta sonríen disimuladamente para ser “políticamente correctos”. También el humor tiene límites y quisiera creer que, finalmente, todo fue un show montado para levantar el rating de la 94 entrega del Oscar.

El único autorizado para burlarse de un padecimiento o discapacidad es quien lo padece y nadie más. Habría sido genial que en su discurso de recibimiento del premio a Mejor Actor Secundario, el emocionado sordomudo Troy Kotsur, de la película CODA, hubiese empezado con un...“no tengo palabras…”, en lengua de señas. Pero si esa misma broma la usara Rock, en su poco inclusivo sketch, cobraría un significado diametralmente opuesto.

En el caso de que la escandalosa bofetada hubiese sido verídica, el desplante de violencia a la postre no necesariamente debiera definir toda la vida ni la carrera profesional de Smith, ¿quién se puede vanagloriar de no haber caído en ese sin gobierno de la mente y actuar instintivamente? Hay que recordar que incluso el laureado escritor peruano Mario Vargas Llosa le propinó no un humillante manotazo —como el de Smith a Rock en plena transmisión del Oscar— sino un lacerante y certero puñetazo a su colega colombiano Gabriel García Márquez por un conflicto de faldas nunca aclarado, en el solemne recinto capitalino del Palacio de Bellas Artes en 1976, con un hematoma en el ojo del desaparecido Gabo, y la pelea no mermó la indiscutible calidad en la obra literaria de ninguno de los dos hombres de letras o intelectuales, ambos Premio Nobel de Literatura.

Smith, un actor que merecía el Oscar desde hace 20 años cuando protagonizó Ali (2001) y The Pursuit of Happyness (2006) y ahora por fin se lo dieron por King Richard —una película que cinematográfica y actoralmente no es mejor que sus antecesoras—, se dejó llevar por su instinto de macho alfa, perdió el control y salió a la defender fallidamente la dignidad de su esposa. Lo ideal y más inteligente hubiese sido abandonar el recinto e irse con la dignidad inmaculada, pero lo ideal no siempre se aplica al calor del mundo real.

Lo cual no excusa ningún acto de brutalidad ni una apología a la violencia y, mucho menos, las injustificables y estúpidas guerras, como tampoco el pedir que se le retire la estatuilla por su penoso desliz o emprender una campaña de lapidación mediática por quienes creen tener la “verdad absoluta”, pues tanto Smith como Rock detonaron el bochornoso incidente y a diferencia del cine hollywoodense, en la vida real no siempre hay buenos y malos. Como dijera Jesucristo —profeta o deidad, según la religión que se profese— “aquel que esté libre de pecado que tire la primera piedra”.

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