Cuando aprieta el frío

“Viajar es una brutalidad.

Te obliga a confiar en extraños y a perder de vista

todo lo que te resulta familiar y confortable de tus amigos y tu casa.

Estás todo el tiempo en desequilibrio.

Nada es tuyo excepto lo más esencial:

el aire, las horas de descanso, los sueños, el mar, el cielo;

todas aquellas cosas que tienden hacia lo eterno

o hacia lo que imaginamos como tal”.

Cesare Pavese.

poeta y novelista italiano.

 

Por Ricardo Córdova

Congoja, angustia y hasta tristeza, pero sobre todo mucho miedo. Miedo de no volver a ver con vida a mis padres (mucho más ahora que se hacen mayores y su salud se vuelve cada día más precaria). Esas diría yo que son las emociones más recurrentes en mi vida en las estepas, en estricta y exclusiva relación con lo que más me preocupa de vivir lejos de mi país.

Y es que no es lo mismo trasladarse del siempre cosmopolita y bien comunicado municipio mexiquense de Cuautitlán Izcalli a la Ciudad de México, que de Simferopol a la colonia Del Valle. Claramente hay algunas diferencias.

El autor en el metro de San Petersburgo. Años 2015.

Y claro, no sólo echo de menos a mis jefes del petatiux. Además me acuerdo mucho de mi adorada hija, de mis hermanos, de mis sobrinos, de mis amigos, de la chilanga banda, pues. Y si de plano ando en uno de esos días en los que me agarra la debilidad de su puerquito, pues entonces también echo de menos mis horas en la alberca, a mis godinez compañeros de trabajo y hasta a mi vieja chamba.

 

I Causas

Sobra decir que existen tantos motivos para que una persona decida expatriarse como migrantes hay en el mundo. Algunos dejan su país por amor, otros porque obtuvieron una beca, algunos  más encontraron un mejor trabajo, no hay que dejar de mencionar a los que se fueron de “pata de perro” buscando aventuras lejos del terruño. Están los otros, esos indeseables que se fueron a escondidas después de haber desfalcado al erario público o los que de plano se mudaron a otro país porque su barrio los respaldó. También es necesario mencionar a los que se ven forzados a dejar su tierra desplazados por la violencia, la pobreza, el narco o las guerras. Por último –y estos son los menos- están los que se fueron porque a su papá lo nombraron embajador en Suiza.

No obstante los miles de motivos para dejar tu lugar de origen y a pesar de que puedas ser muy feliz en donde estás, yo creo que anhelar, extrañar, añorar son verbos omnipresentes en el corazón y la cabeza en la mayoría de quienes se van.

El autor en el estadio del Tavrida Simferopol. Equipo de futbol profesional. 2012. 

Lo peor es que la morriña es un proceso personalísimo que se descubre hasta que estás lejos de tu tierra, a kilómetros de distancia de tus apegos, de tu cultura y de todo aquello que hasta hacía poco era parte de tu vida. Y ojo, no hay que confundirse: no es lo mismo ir de vacaciones y pasárselo de lux, que vivir full time en otro país. La diferencia no es nada sutil y sí muy abrupta.

Por ejemplo: yo tengo la fortuna de estar bien acompañado y estar en un lugar que conozco desde hace años. Cuando voy por unas semanas o un mes tengo controlado el asunto: me dedico al jijijí y a turistear. La cosa cambia cuando digo: Va. ¡Me quedo a vivir aquí! Entonces sí, sin decir ¡aguado el flan! El Síndrome del Jamaicón se deja sentir con todo su poder satánico.

 

II ¿Paris era una fiesta?

Suponiendo sin conceder que migrar no debe ser un tormento ni una condena, ayuda muy poco la imagen idealizada del expatriado que -en el proceso de adaptarse a su nuevo entorno- todo le resulta fascinante, excitante y hasta divertido. Porque si bien es cierto que migrar tiene un chorro de cosas chidas, también es importante decir que al final del día migrar también es de algún modo desgarrarse, demediarse. Partirse en dos: estás allí conociendo, asimilando el nuevo entorno, pero al mismo tiempo extrañas la manera que tienes de asimilar el mundo, lo que conoces, pues.

Recuerdo particularmente el intercambio epistolar que sostuve con mi queridísima amiga Cristina, la Vinagrillo, previo a la primera vez que vine a vivir con Irina a Crimea, allá por el año 2011 (en realidad más que cartas manuscritas con sobre y sello, intercambiamos mensajes vía inbox del Facebook).

Cristina –que en ese momento vivía en Amsterdam- me advertía con toda la buena onda del mundo, que si bien era importante mantenerse tranquilo y con una actitud positiva, igual de trascendental era saber que iba a llegar un momento en el cual me iba a dar el bajón, que -sin ni tantita pena- iba a extrañar durísimo México y sus cosas, pero que no me sacara de onda, que era normal. Ese era uno de los inconvenientes agregados de ser migrante.

Ese infeliz momento llegó en cuanto puse un pie en la que debía de ser mi lugar más feliz del mundo: la casa que comenzaba a compartir con Irina y Elizaveta. Pero no es que me sintiera medianamente feliz. Fue espantoso: ¡yo solo me sentía aterrado y quería irme a mi casa!

Siete crimeos y un mexicano durante una reunión. Simferopol, Crimea. Año 2012.

Nunca en mi joven vida había tenido tanto miedo ni me había sentido tan endeble: estaba tan solo y tan lejos de mi tierra y de mi gente. Y la verdad es que no había un motivo en concreto para sentirme así: yo estaba con quien libremente había elegido estar; nadie me había obligado a irme de mi país y además Irina y Elizaveta me trataban como siempre había soñado, pero lo único que yo sentía era miedo y nostalgia, ¡chale!

Para salir del bache emocional descubrí que es muy importante ser honesto conmigo mismo: que sentía miedo, ¡cámara! Sentía miedo. Si tenía enojo…ya vas, estaba enojado. Pero es muy importante no agüitarse y no enfocarse sólo en las emociones malvibrososas. Por eso algún genio dijo no sin razón: ¡Las cosas buenas cuentan y cuentan mucho!

Para comenzar a adaptarte a la nueva y desconocida realidad que te rodea hay que fluir, dejarse ir y no resistirse. Recuerdo que mi hermana Sandra me dijo: “Si te vas a regresar a México porque extrañas está bien. Pero entonces, dure lo que dure disfrútalo. Date la chance de vivirlo. No todo el mundo puede hacerlo”.

¡No manchen su calzón! Fue como cambiar de chip. Después de eso me aliviané gacho, me tranquilicé y comencé a disfrutar. De repente la resiliencia hizo lo suyo (resiliencia: la capacidad que todos tenemos para asimilar la adversidad, recuperarnos y adaptarnos para seguir proyectando nuestro futuro).

Yo tuve la fortuna de contar con Irina que es una morra súper comprensiva y apoyadora. Pero entiendo que no todas las personas tienen la misma suerte y definitivamente se lo pueden llegar a pasar re mal.

Al final y si uno aguanta los primeros encontronazos culturales (que los hay) de a poco las cosas se van dando solitas: vas relajando la resistencia al cambio, vas conociendo, te vas adaptando, vas creando tus rutinas y sin que te des cuenta ya estás haciendo tu nueva vida. Decía mi abuela que “a todo se acostumbra uno, menos a no comer”.

Tortilla mexicana en Crimea. Producto esloveno. Año 2017.

Y ahí está la gran ganancia de todo esto: vivir circunstancias difíciles nos da la oportunidad de desarrollar recursos emocionales que indudablemente tenemos latentes, pero que no los ponemos en juego hasta que los necesitamos de verdad….como cuando te mudas, pero no sólo de país. Nos sucede cuando cambiamos de casa, de trabajo, de pareja y vaya...si hasta cuando compramos zapatos nuevos es necesario adaptarse.

Finalmente, yo, que no soy ejemplo de nada ni de nadie, pero puedo compartirles que -a pesar de la enorme distancia y de las muchas ausencias- al poder las cosas en la balanza, al final del día tengo más ganancias que pérdidas viviendo fuera de México: tengo dos lugares a los cuales llamo casa, tengo divertidas palabras en rusuñol, vivo experiencias que de haberme quedado en México nunca hubiera podido disfrutar; veo, pruebo y bebo cosas que no conocía y aún tengo sueños y anhelos a ambos lados del Atlántico.

Lamento sí, que no se pueda tener todo en esta vida, porque si por mí fuera, les aseguro que me llevaría a media CDMX a conquistar la estepa conmigo…bueno, pero bajo la innegociable condición de que cada quien viva en su propia casa, eh.

Deseo concluir este texto saludando a aquellos que por múltiples razones decidieron irse a vivir lejos de su país de origen. Unos saliendo de México, pero también los que llegaron y se quedaron.

A llos, los Ulises modernos:

Háblame, oh musa, de aquél varón de multiforme ingenio que, después de destruir la sacra ciudad de Troya, anduvo peregrinando larguísimo tiempo, vio las poblaciones y conoció las costumbres de muchos hombres y padeció en su ánimo gran número de trabajos en su navegación por el ponto, en cuanto procuraba salvar su vida y la vuelta de sus compañeros a la patria…"

 

La Odisea. Homero