El rey que se creía príncipe

Yo he rodado de acá para allá / fui de todo y sin medida / pero te juro por Dios / que nunca llorarás / por lo que fue mi vida.

Por Carlos Meraz

Aunque para la industria discográfica era el Príncipe de la Canción para toda una nación siempre fue el muchacho del barrio que logró alcanzar sus sueños: ser la mejor voz de México del Siglo XX, sin perder un ápice de carisma y humildad que rivalizaban con un inconcebible rango vocal que entre menos respiraba en la interpretación más elevaba su leyenda.

José José es de esa estirpe de artistas que ya no habrá, de esos ídolos que no son de barro y se rompen al primer brindis, pues como suele pasar en estas latitudes con los mitos vivientes, entre más caía en desgracia más se le glorificaba en vida al hombre que todo lo tuvo y todo lo perdió en sus etílicas pasiones, incluso hasta su mayor placer: el cantar.

Paradójico resulta que alguien con una agitada existencia ni en su muerte pueda descansar en paz, y su memoria se vea mancillada por pueriles escándalos, cortesía de su hija menor deseosa de heredar fortuna, porque talento y personalidad son lo último que pasaría por la cabeza de la gente al escuchar el nombre de la inefable hija menor del prodigio vocal llamado José Rómulo Sosa Ortiz, el entrañable hijo pródigo de la colonia Clavería, de toda la alcaldía de Azcapotzalco y de un país entero que demanda un último adiós.

El príncipe que fue un indiscutible rey Midas de la música, al que los autores le entregaban canciones y él les devolvía hits o himnos de amor que, inevitablemente, fueron parte de la intimidad de muchas familias mexicanas que hasta en sus alcobas se estremecían al escuchar sus interpretaciones; hoy las nuevas generaciones se preguntan por qué tanto revuelo por la muerte de un cantante de música romántica, a lo que sus padres bien podrían responder: “ya lo entenderás cuando te enamores....”.

Y es que su desgarradora ejecución de las baladas tuvo un performance que nunca requirió de sofisticación ni parafernalia distractora ante una espectacular voz, pues para el auténtico showman solo basta un simple escenario, con luces y audio, para hacer de su recital un inolvidable concierto, de esos que erizan la piel y se quedan en la memoria.

El legado siempre será el mejor tributo para el hombre que se volvió un hito en el cancionero popular hispanoparlante. Hoy, en los partidos de futbol, en los altavoces del Metro, en las casas de los vecinos o en las calles se reproduce por doquier su voz grabada a la que se suman los espontáneos cantos de la gente en El triste, Lo pasado, pasado, La nave del olvido, Gavilán o paloma o Mi vida, y se requiere ser muy indiferente o muy estúpido para no entender que, en efecto, alguna vez tuvimos un príncipe que cantaba como rey. Ese era José José.

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