Del Dr. Jekyll, la cordura y el enigma

Foto: Especial

Por Gerson Gómez Salas

"Doctor Jekyll nunca fumó piedra”, de Mario Panyagua
Con un tono confesional y dejo de buscón quevediano, Mario Panyagua nos interna al purgatorio de los desposeídos y los parias, a la delirante senda de los perdedores. Como un apóstata de los bajos fondos sin bohemia de por medio, el cronista de su propia caída al abismo describe con una sinceridad desgarradora, el mundo de las adicciones entre los fallidos y tartufianos melodramas de un amplio abanico de la realidad capitalina. Desde niño “me sentía condenado por la lujuria. Doblemente condenado porque también se me llenaba de fantasías la boca, hocico falsario, pinochesca aventura, mentira tras mentira, una telaraña sí, frágil y extensa, tejida com esmero a través del mucho tiempo de ocultar mis verdaderos deseos a los otros, a los escrutadores, a la vez que escondía mis embustes tras más engaños.” El mismo autor considera a esos impulsos la raíz del vicio; los vio venir en avalancha desde muy niño para destrozar al hombre que fue y esparcirlo en mil pedazos. Panyagua es un renacido, un hobo de las letras mexicanas que ha regresado del infierno para contarnos algunas de su experiencias con un dejo de ironía y humor negro. Doctor Jekyll nunca fumó piedra es, desde su título, una elegía demoledora desde ese submundo del que muchos hablan pero todos tememos habitar.
 
“Al otro lado del mundo”, de José Luis Perales
Marcelo es un niño de siete años inquieto como una cola de lagartija. Lo que más le gusta en el mundo es pasar el verano con sus abuelos, José y Valentina, en el pueblo: El Castro. Juntos dan paseos por el río, pescan, juegan y charlan de todo un poco. En sus conversaciones, el abuelo le cuenta a su nieto historias de su familia y de cómo era El Castro cuando él nació. A través de ellas, José relatará su infancia, la repentina partida del pueblo a los catorce años, la difícil estancia en un internado y el descubrimiento de la música, que consiguió que superara los momentos más complicados de su adolescencia y le dio un objetivo en la vida: ser compositor, cantante y cumplir el sueño de grabar su primer disco.

“El día que se perdió la cordura”, de Javier Castillo
Centro de Boston, 24 de diciembre. Un hombre camina desnudo con la cabeza decapitada de una joven. El doctor Jenkins, director del centro psiquiátrico de la ciudad, y Stella Hyden, agente de perfiles del FBI, se adentrarán en una investigación que pondrá en juego sus vidas, su concepción de la cordura y que los llevará hasta unos sucesos fortuitos ocurridos en la misteriosa localidad de Salt Lake, diecisiete años atrás. Con un estilo ágil lleno de referencias literarias —García Márquez, Auster, Orwell o Stephen King— e imágenes impactantes, Javier Castillo construye un thriller narrado a tres tiempos que explora los límites del ser humano y rompe los esquemas del género de suspenso. 

“El enigma de la habitación 622”, de Joël Dicker
Una noche de diciembre, un cadáver yace en el suelo de la habitación 622 del Palace de Verbier, un hotel de lujo en los alpes suizos. La investigación policial no llegará nunca a término y el paso del tiempo hará que muchos olviden lo sucedido. Años más tarde, el escritor Joël Dicker llega a ese mismo hotel para recuperarse de una ruptura sentimental. No se imagina que terminará investigando el viejo crimen, y no lo hará solo: Scarlett, la bella huésped y aspirante a novelista de la habitación contigua, lo acompañará en la búsqueda mientras intenta aprender también las claves para escribir un buen libro. ¿Qué sucedió aquella noche en el Palace de Verbier? Es la gran pregunta de este thriller diabólico, construido con la precisión de un reloj suizo. Joël Dicker nos lleva finalmente a su país natal para narrarnos una investigación policial en la que se mezclan un triángulo amoroso, juegos de poder, traiciones y envidias en una Suiza no tan tranquila, donde la verdad es muy distinta a todo lo que hayamos imaginado.