La herencia y la extradición

Foto: Cuartoscuro

Por Gerson Gómez

A nuestra política siempre le hacen falta rupturas.

Ubicar el liderazgo como modo de mano fuerte. Lo hacen desde los tiempos griegos y romanos. Por eso en los palacios se conoce los corillos de quienes han caído en desgracia.

Hace años Jaime Rodríguez Calderón, primer y único gobernador independiente, logró apresar por unas horas a su antecesor. Lo vistió de naranja presidiario. Los medios de comunicación dieron carrera libre al rostro sonriente de Rodrigo Medina de la Cruz.

Las labores de sus abogados lo absolvieron de los cargos. Medina camina con libertad en cada estado o país. 

Mientras ardió la ciudad fronteriza de Laredo México, con la captura de Juan Gerardo Treviño, las zonas militares de Tamaulipas fueron atacadas por las células criminales del Cartel del Noreste.

Se le envió al centro del país, al penal del Altiplano. Donde los abogados facilitaron la papelería para la extradición a los Estados Unidos de América.

Al ser Jaime Rodríguez Calderón, detenido por las agencias investigadoras, por el delito de las firmas para buscar la candidatura independiente por la presidencia de México, se le debería no mantener en cualquiera de los penales de Nuevo León.

Sino extraditarlo a penales federales de Hermosillo, Tabasco o a la Ciudad de México, para fincarle sus responsabilidades, a la par de todos sus subordinados, comenzando por Manuel González y los secretarios de primer nivel.