Juan Villoro: Letras, patadas y guitarrazos

Por Carlos Meraz

El rock es el juguete del ayer, el futbol es su nuevo rock y la literatura la conexión sempiterna, como dijera el Nobel colombiano Gabriel García Márquez, “para explicarse a sí mismo lo que no se puede explicar”. Es Juan Villoro, un escritor mexicano que alguna vez aspiró a ser futbolista en las divisiones inferiores de los Pumas de la UNAM, que soñó ser rock star y terminó como una de las voces más calificadas para analizar esas pasiones y otras perversiones de la sociedad en la que le tocó ser testigo y cronista.

El autor de la novela El testigo, Premio Herralde (2004) o de libros como Los once de la tribu (1995) y Dios es redondo (2004) es faro en un mundo a la deriva, absurdo y demencial, como también lo es en otros universos igual de complejos y fascinantes, aunque estén fincados en patadas y guitarrazos, donde su opinión siempre es una crítica recurrente y certera de algo que es muchos más que patear un esférico o empuñar una Fender con actitud de perdonavidas. Tal y como dijera el futbolista y entrenador escocés Bill Shankly: “Algunos creen que el futbol es una cuestión de vida o muerte… puedo asegurarles que es mucho más serio que eso”. 

“Javier Marías, gran novelista español, dice que el futbol es ‘la recuperación semanal de la infancia’. Esta reserva de inocencia y creatividad es también consustancial al arte, Baudelaire decía ‘tenemos de genios lo que conservamos de niños’. Si vas a una escuela y hay una exhibición de dibujos infantiles ves de pronto en las paredes un Picasso, un Klee, un Miró o un Matisse accidentales, porque los niños tienen esa creatividad extraordinaria y te preguntas qué va a ser de ellos: si harán las paces con su creatividad o la olvidarán.

“Y creo que lo mismo sucede con el futbolista. Cuando Lionel Messi juega es un niño, vemos cómo goza y le da felicidad a las personas; los grandes deportistas, como Muhammad Ali o Maradona, han sabido entender que esa felicidad entraña compromisos”, aseguró Villoro.

El también académico y periodista de 64 años, en una charla vía Zoom, sigue el ritmo y el juego impuesto en la crónica, marcado por el desaparecido Carlos Monsiváis, posiblemente el más grande cronista que haya tenido este país, en un ejercicio cotidiano e interminable por intentar desentrañar la imperfección del entendimiento de la condición humana y de todo eso que llamamos cultura popular: “Los estadios existen para jugar a la magia. El mundo para vivirla”.

“Hay dos formas de participar desde la escritura: una es hacer tu propia obra, sea escribir poemas de amor, cuentos fantásticos, lo que te salga de alma; la otra, complementaria, es hablar de tu realidad, tu sociedad, el mundo que te consta. La  segunda actividad es la que convierte a un cronista en referencia de su época. Yo no cubro tantas cosas como Monsiváis, eso es imposible. Pero he tratado de interesarme en algunos aspectos muy cercanos a mis intereses. 

“Por un lado, la música, y no sólo entendida como una forma del arte, sino como una fábrica de comportamientos sociales. Pertenezco a una generación para la que el rock representó un impulso para cambiar todos los lenguajes: la manera de amar, de concebir la espiritualidad, de intoxicarse y relacionarse con los demás. Todo el cambio contracultural que trajo el rock para mi fue tan importante como la música misma y eso fue lo que me convirtió en un testigo de ese movimiento.

“Y, por otra parte, me interesan todos los deportes, pero quizá para poder seguir haciendo otras cosas, y no volverme un adicto de tiempo completo o caer en sobredosis deportiva, me he decantado por el futbol, que es el que más me apasiona y me ha interesado también escribir de su repercusión social, de la manera como la gente se organiza para ver partidos y cómo su vida se transforma por seguir a un equipo.

“Luego está otro aspecto, el de la crónica, que es hablar de nuestra caótica, confusa y barroca realidad, el deporte extremo de ser mexicano. Lo cual me ha llevado a ser un autor bastante disperso, pues no me he concentrado en un solo género”, advirtió. 

Villoro destacó que durante el confinamiento ha terminado tres obras que están en lista de espera, ya que la pandemia ha convertido a los autores en una suerte de “barcos cargueros afuera del puerto esperando desembarcar y con miedo a que se les pudra la mercancía”.

Uno es la novela La tierra de la gran promesa, que espera sea editada en septiembre; el otro, la cuarta entrega de su novela infantil El profesor Zíper y las palabras perdidas y, por último, la obra de teatro Hotel Nirvana.

PALOMAZO Y FUERA DE LUGAR

En un ejercicio de ping pong periodístico, Juan Villoro participa en un retrato hablado donde cada respuesta describe al ser humano detrás del personaje, en una suerte de charla de diván, a través del cuestionario de Proust, en una conversación diferente con un escritor ídem.

— ¿Con qué personaje de la historia te identificas?

— Con el Cid Campeador después de muerto, pues no hay nada mejor que ganar una batalla cuando ya no estás vivo.

— ¿A quién te hubiera gustado conocer?

— Me hubiera gustado conocer algún tirano, pero sin morir en el intento, poderme asomar al monstruo, saber cómo era Iósif Stalin o Adolfo Hitler.

— ¿Qué maestro te hubiera gustado que te diera clases?

— Antón Chéjov, el gran maestro del cuento.

— Si no hubieras sido hombre, ¿qué mujer te hubiera gustado ser?

— Con Madame Curie.

— Si pudieras elegir en quién reencarnar, ¿a quién escogerías?

— En Sófocles. Por ser la garantía de ser leído milenios después, además de haber tenido una vida larguísima, pues seguía escribiendo al haber rebasado los ochenta años.

— ¿A quién le pedirías un autógrafo?

— A Lionel Messi y Bruce Springsteen.

— ¿Qué personaje del Mago de Oz serías?

— El hombre de hojalata. Siempre me he sentido un poco torpe y con miedo a establecer contacto con mi propio corazón.

— ¿Qué superpoder te encantaría tener?

— Ser invisible.

— ¿Quiénes son tus héroes en la vida real?

— Cristo, Gandhi, Martin Luther King, pero sobretodo los indígenas mexicanos que no se han dado por vencidos después de 500 años de oprobio, también María de Jesús Patricio, Marichuy, todos aquellos que han asociado la lucha con la moral.

— ¿Qué fotografía o imagen nunca colgarías en tu sala?

— Jamás colgaría en mi sala cuadros del fotoperiodismo que son estrujantes e imprescindibles, pero no decorativas, como el de la chica desnuda huyendo del Napalm en Vietnam.

— ¿Qué obra ajena te hubiese fascinado dar a conocer?

Los tres mosqueteros (1844), de Alexandre Dumas.

— ¿Qué canción crees que al escucharla varias veces puede ser equivalente a una tortura?

Feelings (1975), de Morris Albert.

— ¿Qué canción te genera inevitablemente el deseo de bailar?

Dancing in the dark (1984), de Bruce Springsteen.

— Si tuvieses libre albedrío y presupuesto ilimitado para armar tu dream team de futbol y rock, ¿a quién reclutarías?

— En el rock ya hay muchos grupos que a lo mejor les haría unos retoques, por ejemplo, en la batería, Ginger Baker; en el bajo, Jack Bruce; en las guitarras, Eric Clapton y Jeff Beck; en los teclados, Nicky Hopkins, y en la voz pondría, sin duda, a Mick Jagger.

En el futbol reclutaría en la portería a La Araña Negra Lev Yashin; en la defensa, Giacinto Facchetti y Paolo Maldini; en el centro, Franz Beckenbauer y Hans-Peter Briegel; en media cancha, Rainer Bonhof, Diego Armando Maradona, Edson Arantes do Nascimento Pelé y Wolfgang Overath y de delanteros a Gerhard  Müller, Manuel Francisco dos Santos Garrincha y Roberto Rivelino.

— ¿Maradona o Pelé? 

— Son incomparables. Maradona, sin duda, por su liderazgo, y Pelé, por su rendimiento tan longevo. 

— Si tuvieras el DeLorean de Volver al Futuro, ¿irías al pasado o al futuro?

— Me hubiera encantado ser adulto en los años sesenta y escritor del Siglo de las Luces (XVIII). Épocas de melenas y pelucas.

— ¿Ante qué personaje que coincidieras en la calle optarías por cambiar de acera?

— Ante Felipe Calderón.

— ¿Cuál es tu mayor extravagancia?

— Para concretarme necesito tener las manos ocupadas como frotar las llaves, como quien reza un rosario.

— ¿Qué libro marcó tu vida?

De perfil (1966), de José Agustín, que me convirtió en lector voluntario.

— ¿Y película?

Ladrón de bicicletas (1948), de Vittorio De Sica.

— ¿Cuál fue tu último concierto?

— En Santa Fe, California, con Caifanes, fue increíble ver en Estados Unidos cómo el público puede convertir al auditorio en un lugar totalmente mexicano.

— ¿Cuál es tu placer culpable en la música?

— Durante mucho tiempo el bolero fue algo culposo, pues pensaba que era algo cursi y exagerado, pero con los años he roto esos prejuicios.

— ¿Qué es lo que menos te gusta de tu aspecto físico?

— La calvicie.

— ¿Qué hábito ajeno no soportas?

— La gente que masca chicle de manera incontinente.

— ¿De qué palabra abusas?

— De equilibrio. Por ser del signo del zodiaco de Libra.

— ¿Cuáles son tus palabras favoritas del idioma español?

— Esperanza.

— ¿Qué platillo comerías antes de ser fusilado?

— Chiles rellenos, para irme con un buen sabor de boca.

—  ¿A qué político le darías un pastelazo?

— Hoy en día a Manuel Bartlett.

— Si fueras presidente de México, ¿cuál sería tu gabinete ideal?

— Trataría de pensar en un gabinete ciudadano, es hora que la política sea tomada por los aficionados, por gente que sean expertos en cosas técnicas.

— ¿Cuál es tu máxima favorita?

— Es una frase de un autor alemán que traduje para el Fondo de Cultura Económica; “Un libro es una especie de espejo, cuando un mono se mira en él, no descubre la imagen de un apóstol”, de Georg Christoph Lichtenberg.

— ¿De qué te arrepientes?

De no haber seguido estudiando más y no haber hecho más esfuerzos por llegar a las reservas de los Pumas de la UNAM.

— En la última cena de tu vida, ¿quiénes serían tus 12 hipotéticos invitados?

— Me reuniría con mis amigos, hijos y el núcleo que me rodea.

— Y como tú Judas, ¿quién sería el invitado?

— Felipe Calderón, pues fue un Judas para el país.

— ¿Cómo te gustaría morir?

— Sin dolor en mi cama. 

— ¿Qué diría tu epitafio?

— Voy a cambiar.

— ¿Qué opinas de un periodista?

— Como dijo Gabriel García Márquez: “Es el mejor oficio del mundo”, y yo le agregaría el más valiente.