Biblioteca digital

Por David Jáuregui

Apenas unas pulgadas de pantalla son suficientes. Puede fijar su vista en ella y recibir lo que le mandan del otro lado del portal. Eso es suficiente para entretenerlo varias horas. Ahora, ve a su creador de confianza. Es un cuarentón un tanto soso, pero con bastante encanto para conversar de electrónica. Todos los días a la misma hora lo escucha platicar y reírse de cosas que a él también le interesan. 

La transmisión de hoy está siendo más atropellada que de costumbre. Una niña, quizá la hija del presentador, interrumpe el programa para preguntarle algo a la pantalla. El padre primero quiere alejarla, pero pronto desiste: prefiere volverla una invitada especial de su programa y la anima a hablar con la audiencia. 

Acostado en su colchón sin base, el tipo se divierte viendo la transmisión y a la niña impertinente. Es uno de tantos casos que ha traído el trabajo en casa, en los que la vida laboral y la doméstica se entremezclan. Como esa gente que trabaja pegada como lapa a una pantalla ―tomando descansos en los que ve una pantalla más pequeña― y que olvida la desnudez de sus piernas cuando se pone de pie a media reunión de Zoom. 

Termina la transmisión cuando es su hora para levantarse a trabajar. Guarda su pantalla en el bolsillo. Él no es de los que trabaja frente a una. Solo es entretenimiento. Su hermano le recomendó no sé qué acervos de libros, documentos históricos y películas. El pinche hermano que se cree mucho porque sí terminó la prepa. “Seguro comparte desas bibliotecas y nunca las abre, así como recomienda películas que jamás ve”, piensa.   https://ipstori.com/munchip/27

Tags