Colmillos rojos

Por David Jáuregui

Abre el clóset de par en par. Detrás de la frente, tiene muy claro qué está buscando. Remueve prendas, cajones, sábanas. En el compartimiento de las cosas que nunca se usan la encuentra: una calabaza. O, dicho con mayor precisión, el disfraz de una calabaza. Sonríe al sentir la rugosidad naranja de la tela. 

Hay algo satisfactorio en usar ese disfraz, en este particular momento. Es, sin embargo, algo más que el placer de caer a propósito en la esquizofrenia, de disfrutar salir de la propia realidad a través de la vestimenta fantástica. También se trata de un escape, pero uno del sentido. 

“¡Es absurdo que te pongas eso!”, le espeta su padre cuando observa el naranja de su hijo contrastar con el blanco de la cocina. El niño sonríe y responde: “Estos días no han tenido ningún sentido. ¿Por qué no puedo vestirme de calabaza?”. El padre, divertido, termina dándole la razón. 

“¡Es absurdo que te pongas eso!”, esta vez es su gemela quien se lo hace saber. Las calabazas no dan miedo, según ella. Si las fechas ya no van a importar, continúa, su hermano debe por lo menos cumplir con el propósito de disfrazarse en octubre: asustar. Y, para ello, debería recurrir a otra figura del terror. 

El padre, mientras escucha, piensa en Drácula, Frankenstein, la Momia y aquellos monstruos de antaño. También en los de hace un par de décadas, como Chucky, Jason y Freddy Krueger. Pasan por su cabeza los más recientes, La Monja, Anabelle o ese pueblo sueco festejando su Midsommar.  https://ipstori.com/munchip/24

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