¿De quién es la música?

Por David Jáuregui

Una bandera puertorriqueña cuelga de los brazos extendidos de Jennifer Lopez. Ella se da la vuelta y vemos el anverso: una bandera de Estados Unidos. ¿Cuál es la patria, la nación? Dos orígenes conviven en la música de JLo, así como su música representa a esas mismas dos cunas. La música, a todo esto, ¿tiene nacionalidad? ¿Merecería un pasaporte? En ambos casos, la música y la nación generan sus propios límites. Definen qué es “nosotros” y qué son “los otros”, lo propio contra lo ajeno. La música en la forma de géneros; la nación, en forma de gentilicios. 

Las demarcaciones ―sean físicas o imaginarias― tienden a crear efectos psicológicos distintos. Ver mejor a “lo otro” puede ser una suerte de aspiracionismo; interpretar a lo ajeno como diferente (aunque fascinante) llega al exotismo; en la versión recalcitrante del nacionalismo, lo otro es inferior, aborrecible. 

Ahora bien, los dos últimos, el exotismo y el nacionalismo, convergieron en el “ismo” más importante del siglo XIX: el romanticismo. Esta corriente, que abarcó prácticamente todas las artes y la Filosofía en la Europa decimonónica, tiende a fascinarse por “lo otro” ―describiendo con interés, por ejemplo, los fumaderos de opio de origen chino. 

Como contraparte, el romanticismo también exalta lo que vuelve diferente (y “mejor”) a lo propio frente a lo ajeno. De manera más acotada, Charles Baudelaire, Oscar Wilde, Gabrielle D’Annunzio, Théophile Gautier, Paul Verlaine, entre otros, formaron parte de una subrama del romanticismo que se preocupaba por el concepto de la “decadencia” ―entendida como degeneración, corrupción y el alejamiento de valores supuestamente superiores―.[1] https://ipstori.com/munchip/5