Fuera de lugar

Por David Jáuregui

Hace demasiado calor. Parece una canícula retrasada (o anticipada a todo esto) que, intempestiva, se encarga de crear el sudor que está entre su espalda y la silla. La piel de ambas se despegan con la lentitud insoportable de quien se burla. Los movimientos son flemáticos, soporíferos. Y este calor le molesta más, pues carece de sentido: no hay canícula y no es temporada de calor. Llovió anoche, claro, pero tampoco es para tanto. 

Hoy, su hijo, el gemelo que le toca cuidar, se desmayó jugando futbol. Iba corriendo cuando, sin mayor aviso, se detuvo unos instantes desorientado, endeble, para luego caer como costal de legumbres al suelo. Por la posición en que su cuerpo inerte cayó en el cemento abrasador, le marcaron fuera de lugar. Todo esto es un decir, en realidad. Ni jugaba futbol, ni “le marcaron” fuera de lugar. Unos penales es lo más que permite la distancia obligada y no había árbitro, sino que fueron sus mismos amigos quienes lo echaron de cabeza ―jaja pobre idiota―.

En cuanto a los desmayos, son algo habitual en ella. Casi siempre sin ningún gesto premonitorio, pierde la consciencia en las situaciones menos apropiadas. Hace unas semanas fue el caso más indolente, cuando se desvaneció en la sala de juntas y todos creyeron que se había quedado dormida. Con el nuevo consejo ejecutivo de su dependencia de gobierno, no fue tan fácil excusar sus desmayos. Ese último que tuvo lo tomaron como una ofensa, como un comentario fuera de lugar, equivalente a decirle a uno de los jefes que su guayabera parece de gobernador o de mesero. Por eso, después de que la regañaron, tuvo que huir presurosa y bajo la lluvia a su hogar, donde podría refugiarse de su incipiente ataque de ansiedad.
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