Luego luego

Por David Jáuregui

La tarde fue de juegos agitados, acusaciones injuriosas y conteos varios. Una parvada de niños se entretuvo en el parque, barriéndose contra la tierra y tirándose bajo las hojas, para que nadie los encontrara. En especial, quien contaba en aquel juego de escondidas. Cuando el día comenzaba su trámite de despedida, una de las niñas que jugaba escuchó a su madre llamarla a casa. “¡Luego luego!”, le gritó. 

Conversan a la mesa, así como han hecho desde hace ya unas cuantas semanas, cada día un poco más. Las pláticas se han extendido en fechas recientes. La niña, por ejemplo, ahora extiende frente a su madre un hilado de los eventos que le ocurrieron durante el día: “y luego le dije a Carlos que no hiciera trampa, no me hizo caso, pero luego sí y empezó a contar de nuevo, y luego corrimos… y luego…”

La madre, distraída, escucha a su hija parlotear: “nomás te suelto y luego luego te agarras hable y hable”. “Ay, pero si tú eres igual...”, responde la niña. Procede con una historia, por lo demás, inverosímil. Una narración sobre un caballero andante que se armó de pies a cabeza, luego partió con su escudero barrigón en busca de aventuras; primero contra unos molinos de viento y luego contra varios tunantes desalmados, y luego… y luego...

En un castillo justo en la frontera entre Francia y Suiza, adornado por los Alpes, un escritor narigón y de cabellos tubulares imbuye su obra con el mismo principio del “luego luego” del “y luego... y luego...”. Bajo el seudónimo “El señor doctor Ralph”, Voltaire publica en 1759 la novela filosófica Cándido, en la que el protagonista que da nombre a la obra y su tutor Pangloss tropiezan con una desventura tras otra.  https://ipstori.com/munchip/23