Orquesta manual (Parte II)

Por Dávid Jáuregui

Los niños se miran desconcertados, pero se alcanza a percibir la falsedad de sus gestos. El gato se fue y ellos inanes. Nadie, al parecer, moverá un dedo para encontrarlo. Eso es una señal de que no hay problema, piensa el desgarbado; seguro vuelve el pinche animal. Le viene el impulso de por lo menos mostrar un poco de cortesía: abre la puerta principal de la casa, desde el camino de grava otea la calle oscura, le levanta las cejas a su hermano, quien está en la banqueta, y regresa adentro. Apenas cierra, descubre su soledad en la sala de paredes altas. 

Mientras tanto, el cuarto de arriba es el escenario en el que los tarados mayores se abren los cajones y sacan los trapitos. En la charla que hace un momento tenían con los gemelos y los hermanos, ella desató, con una simple pregunta, la discusión que hasta ahora sostienen. Le pidió al desgarbado su nombre; el flaco, que parecía no conocerlo, respondió: Patricio; y ante la aprensión de todos, tuvo que aclarar: es mi hermano. Santa putiza que nos ganamos, pensó el flaco, aunque seguía convencido de que debía soltarlo. Minutos más tarde, en el cuarto de arriba, por esa mera pregunta, el padre y la madre se agreden a punta de parrafadas y verborreas. Ella lanza al aire cada uno de sus dedos junto con un exabrupto hiriente: tus dizque inventos son fastidiosos y demasiado caros; no puedo creer que adoptaras al hermano de mi no-- novio; eres tan aburrido como una almendra; tu música es peor que la de los dosmiles; ¡no sé por qué Diana te escogió! 

Y, cuando tiene la mano extendida, la arroja contra la sien derecha del profesor. Él se encoge ligeramente, pero la mano, en lugar de impactarse, se detiene con suavidad aunque con firmeza. Repta cuello abajo, a la par de la mirada de la esposa. No sé por qué Diana te escogió, repite. La otra mano emerge cual víbora iracunda, llega con su complemento, se une a ella en un serpenteo discreto, entrelazan sus filamentos y circulan el cilindro de carne que las separa. Ahorca. La circulación sanguínea y aérea disminuyen gradualmente, aunque inadvertidas. Él achica los hombros en señal de reverencia: está aterrado. https://ipstori.com/munchips/44

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