La vi dormida, era bella

Por Gerson Gómez

El sol mata a los seres nocturnos. Soy uno de ellos. A las diez de la mañana abro las puertas del bar. En el relumbrón quedo ciego. No me lo platicaron. No tuve necesidad de pagar.

Ahí estaba ella. Recostada encima de la mesa. Tendida de lado. Con una cerveza a medio consumir. Ya debe estar al tiempo.

Entran y salen los cargadores de la Cervecería Cuauhtémoc. Van surtiendo el camión. Cada dos días hacen la misma maniobra.

Ella sigue dormida. Ni el ruido de las cajas con los envases golpeando los diablitos la molesta.

La veo al cruzar frente a ella. Es bella, mi flor del pantano reposa en la charca negra de una ciudad sin futuro. La acaricio con la mirada.

Abraza el morral de sus pertenencias. Anoche me ofreció unas pastillas para pasarla bien. En las comisuras de los labios una pasta blanca de saliva. Le invité el caguamón de Carta Blanca.

Fue a la barra como lo hago yo ahora. Le dio el trago hasta el fondo. La vació en uno solo. Perdida la brújula mas no el encanto.

¡Invítame otra por favor! El billete de cincuenta pesos, de todo el capital para esa velada. Otro trago, más no tan sedienta.

Eres un cabrón a toda madre. Me pasó la Carta Blanca. Tuve la precaución de pasarle la mano por el cuello de la botella.

No seas culo, me dijo. Chúpale hasta el fondo. Lo hice obediente.

Ella es bella por la noche y de día. Hasta cuando sacó el eructo de sus pulmones y del estómago.

Se paró de la mesa corriendo hasta el sanitario.

Los trabajadores terminaron de descargar el camión de la Cervecería Cuauhtémoc en el Betos Bar.

Ella volvió a su refugio sobre la mesa. Le dio el trago largo y pausado a la cerveza y durmió celestial. Soñando con otras pastillas blancas, amarillas y naranjas, para alcanzar la felicidad.

Importante: Este contenido está redactado en sentido literario y es responsabilidad de quien lo escribe, no refleja la línea editorial del Diario de México