¿Qué nos pasó?

Por Francisco X. López

El pasado 2 de junio falleció el comediante mexicano Héctor Suárez. Comenzó a trabajar muy joven en la televisión y sus inicios en la comedia fueron en el programa Chucherías, junto a Héctor Lechuga y Chucho Salinas, de quienes, sin duda, aprendió la crítica política humorística. Participó en varias películas de vaqueros y comedias juveniles, hasta que a finales de los años sesenta tuvo papeles en dramas como Patrulla de valientes, El golfo y Patsy mi amor.

En los setenta regresó a las comedias televisivas y obtuvo su primer protagónico en cine con Para servir a usted, a lo cual seguirían cintas mayor importancia como Mecánica nacional, donde se puede decir que tiene su primer acercamiento a la crítica social. 

En 1981 tendría el papel que lo lanzó a la fama, el Tirantes en Lagunilla, mi barrio, esto le valió protagonizar otra cinta que definiría el perfil de sus trabajos futuros: El mil usos.

Su popularidad era tal que le permitió desarrollar, en 1985, su propia serie de televisión centrada en la crítica social: ¿Qué nos pasa?

Mezclando la denuncia, la parodia y la sátira en una serie de sketches que retrataban a toda la sociedad mexicana de la década de los ochenta. Sus personajes se volvieron clásicos de la televisión, a tal grado que durante el segundo año de transmisiones llevaba su creación a los teatros, en formato de revista, implementando una interpretación en vivo del programa que incluso se editaron en un disco elepé a través de Fonovisa.

Era tal la popularidad del programa y la influencia de los personajes en el público en general que Grupo Editorial VID comenzó a publicar, en 1986, un cómic basado en la serie bajo el título ¡No hay, no hay!

En aquella historieta aparecían los mismos personajes del programa de televisión, pero al estar escritos por otros guionistas (en la serie trabajaban Carlos Enrique Taboada, Ausencio Cruz, Héctor Dupuy y Alejandro Licona) perdió el estilo y era un tanto repetitiva, más aún que el programa.

Ciriaco, conocido como el No hay, El distroyer, El flanagan y El picudo, entrte otros, repetían sus frases de batalla pero en lugar de buscar en el lector el reconocimiento de sus propios defectos, terminaban por ser solo una confesión cínica de las malas costumbres, una suerte de expiación que ante la “honestidad” permitía cierta impunidad y repetir los pecados de la sociedad.

Esto curiosamente se dio casi al mismo tiempo que comenzaron a popularizarse en gran escala otras historietas con temática social, que comenzaron señalando los fallos de los mexicanos, pero que con el tiempo terminarían por hacer apología de los defectos de los mexicanos, los famosos sensacionales.

Asi, Héctor Suárez tuvo un paso breve dentro del mundo del cómic, algo parecido a lo que su maestro Hector Lechuga tuvo con Natacho en los años setenta, pero sin dejar un verdadero legado.

¡No hay, no hay!, término por ser una anécdota perdida en la historia, olvidada por la gran mayoría de los lectores y que hoy día resulta poco más que una curiosidad.