Santo Domingo, el modus operandi de una mafia

Por Nadia Venegas

La ilusión de que todo fuera perfecto para su boda llevó a “Ana” a enfrentar un fraude.

Fue el sábado 10 de diciembre cuando junto a su madre recorrieron las calles cercanas a la Plaza de Santo Domingo para buscar algunos accesorios y mandar a hacer las invitaciones al evento que se realizará el próximo 17 de junio.

“Fuimos a ver sólo las invitaciones, las había cotizado y la intención era ahorrar un poco porque me había quedado sin trabajo; todo lo está pagando mi novio (…) pero vimos las pantuflas, a buen precio y pensé en agregarlas”.

Se trató de un local en la calle República de Venezuela, donde una mujer que se identificó como Olga, le ofreció 50 pares a cambio de 850 pesos.

“Nos dijo que si los pagábamos en ese momento, que todavía era de día, nos las podrían entregar a las 6 de la tarde; nos pareció muy bien porque, aunque no nos urgía, era mejor de una vez tenerlas”.

Seis horas pasaron, Ana y su madre regresaron como se les indicó.

“Nos aseguró la muchacha que no habían podido quedar, que nos las entregaban el lunes, supuestamente porque no había terminado con el proveedor”.

Ana volvió tres días después sólo para obtener una nueva negativa.

“Me dijeron que el material del que las había pedido ya no lo tenían, que tenía que ser uno más caro obviamente. Les respondí que no y me advirtieron que no podían regresarme el dinero; tuve que pagar otros 600 pesos para no perder todo y me indicaron que fuera por ellas a las 6 de la tarde”.

Una vez más, recibió la noticia de que no se le podrían dar sus recuerdos y al reclamar la situación fue peor.

“Me llevaron a una bodega que está a la vuelta, donde se empezaron a poner pesados conmigo, yo iba sola, pero no pensé que fuera peligroso, cuando reaccioné me di cuenta que ese dinero no valía la pena, ni siquiera me dejaron salir, fue hasta que pude hacer una llamada para que fueran por mí que pude retirarme de ese lugar”.

Esa historia es similar para decenas de personas que diariamente son defraudadas en algunas imprentas ubicadas en esta zona de la ciudad, mismas que los afectados califican como mafia.

El modo de operar es similar, documentó Diario de México. La mayoría de las víctimas provienen de otros estados, a quienes les ofrecen un “servicio exprés” en la adquisición de invitaciones, pantuflas y toallas por un costo económico.

Sin embargo, el producto no se les entrega por diferentes motivos, además de que se les brindan excusas para no reembolsar los recursos; una vez que la persona reclama, la intimidan y la llevan a sitios diferentes donde se le convence de no pelear más por la mercancía.

Así le ocurrió a Juana Torres, una mujer de la Ciudad de México, quien acompañó a unos familiares originarios de Puebla para comprar unas toallas como recuerdos para unos XV años.

Al ser amenazada, Juana tuvo que ser escoltada por policías capitalinos a una estación del Metro, ya que su integridad corría peligro, según lo relató.

“Esas personas son una mafia y los policías lo saben, pero no hacen nada”.

A diferencia de Ana, pero con similitud a otros defraudados, Juana interpuso una acusación en la Procuraduría Federal del Consumidor (Profeco), dependencia conciliadora que nada resolvió.

Para las autoridades el problema no existe. “Nosotros ganamos el 97% de los casos, pero el suyo no”.

A pesar de que hay ciudadanos que interpusieron quejas en la Profeco, de acuerdo con el buró comercial sólo existen en promedio tres denuncias por mes y ninguna procede.

“Yo fui timada en el local de Palma Norte 513 Local C, encargué unas pantuflas y no me las entregaron, junto a mi esposo sufrimos todo tipo de majaderías por parte de dos mujeres y un hombre”, explica Nallely González.

“Es una mafia establecida y hasta protegida por la policía porque cuando les solicité apoyo nunca acudieron y también fui a la Profeco y lamentablemente tampoco procedió ya que sugieren que tienen un permiso de la delegación”.

Personal del Instituto de Verificación Administrativa confirmó que no se realizan inspecciones en el lugar, por temor a que se les agreda. Aunque se procuró entrevistar a Meyer Klip, esto no fue atendido.