Turismo de arcoíris

Por Aranxa Albarrán Solleiro/ Confesiones de turista

“Y todo lo que el sueño
Hace palpable:
La boca de una herida,
La forma es una extraña,
La fiebre de una mano
Que se atreve.
¡Todo!
Circula en cada rama
Del árbol de mis venas.”
-Xavier Villaurrutia

 

Existen múltiples sinergias del turismo, el sistema capitalista ha provocado que la sociedad se divida en diversos grupos en donde sea capaz de encontrar un pensamiento, comportamiento y estilo de vida similar con otros seres humanos. Aprovechándose de ello, el sector turístico o más bien, los que lo comandan, han sabido identificar dichos elementos sociales que son reproducidos dentro de un espacio.

El turismo gay, por ejemplo, es uno de las tendencias más demandadas en el mundo, hoteles, restaurantes, bares, playas, centros comerciales e incluso museos se han establecido para que la convivencia de estos sectores de la población, se inserten en ellos y se sientan cómodos en su totalidad.

Sin embargo, de acuerdo con el estudio de la consultora “Out Now, Global Study LGBT 2020”, el turismo homosexual se rige bajo tres elementos considerados como esenciales con base en la opinión de los clientes para elegir un destino y desplazarse para sus vacaciones: tolerancia y respeto, hoteles, diversión y un buen trato.

La población mundial Lésbico, Gay, Bisexual, Transexual, Travesti, Intersexual, Queer (LGBTTTIQ) reúne aproximadamente 180 millones de personas en México, representado un mercado potencial para el turismo. En el país, el diez por ciento de la totalidad del mercado turístico corresponde a la comunidad LGBTTTIQ. En la actualidad Puerto Vallarta, Jalisco, es el único destino de México especializado en el turismo de este sector. Aportando anualmente 46 millones de dólares, aunque ciudades como Cancún, Baja California y la Ciudad de México son también de los principales destinos con enfoque a la atracción de esta comunidad.

Entre colores fuertemente potenciados, entre folclor, bailes y risas, la comunidad LGBTTTIQ busca encontrarse perdida dentro de paraísos que fueron construidos para ellos, destinos en los que es posible por fin, caminar de la mano del que se ama o de aquel al que simplemente se le entrega el alma, más allá del corazón. No obstante, hay espacios en los que el peligro no deja de existir, sobre todo en aquellos donde se confunde o se converge en un mismo unísono el turismo sexual.

Entre luchas y demandas, hay quienes confunden un deseo puro con uno que solo pretende una satisfacción y una obtención de ingresos que no hacen más que denigrar al turista o incluso al que se dedica a ello, en su mayoría de veces por obligación, y es por ello, que se ha cultivado un mal concepto de lo que se trata y se ha prohibido incluso, la confluencia de personas heterosexuales en estos espacios, como si pertenecer o adentrarse en el destino, causara un malestar paupérrimo.

Es así que vale la pena diferenciar entre un turismo sexual y un turismo enfocado al LGBTTTIQ. El primero es un eufemismo que oculta el drama del abuso sobre mujeres, jóvenes y niños (as), especialmente, por parte de negociantes ricos que llegan a países pobres. Por tanto, el sexo en este tipo de turismo es un componente del propio negocio basado en la explotación sexual y discriminación racial. Una problemática latente y sumamente devastadora en la mayoría de las ocasiones, que no hacen más que demostrar el negro dentro de uno de los sectores sociales y económicos más importantes del globo terráqueo.

El turismo homosexual es por otra parte, un lugar no necesariamente gestionado por homosexuales o que no es objetivo sólo de homosexuales, pero que no obstante dan la bienvenida a este público con una actitud más que tolerante. Como si la necesidad de encontrar un espacio donde te respeten por tus colores o tus ideales, fuera una especie de aferro a la clasificación.

En México Puerto Vallarta, Cancún, la Ciudad de México, todas las playas, las ciudades y los pueblos deberían de ser “LGBT-friendly”, esto no solo fortalecerá a la actividad, sino que nos hará más humanos, y tal vez al fin, alcancemos el deseo tan demandado y anunciado de convertir a nuestro turismo postpandémico como algo “sustentable” para que dejemos como Villaurrutia -quien también padeció una etiqueta a sus preferencias- que todo circule en cada rama del árbol de nuestras venas.