Una ciudad en pie, crónica de la marcha del 2 de octubre

Por Joan M. Contreras


6:10 pm, petardos y consignas suenan a lo lejos, un aroma acre recorre las calles del Centro Histórico, y cientos de policías bloquean las calles paralelas al Eje Central, a tan solo unas decenas de metros, se encuentra avanzando el contingente que salió hace un par de horas de Tlatelolco, con destino al Zócalo.

Un oficial, ataviado con su inconfundible armadura, me indica que es necesario rodear para poder llegar a 5 de mayo, en donde la historia es totalmente diferente. Empleados, curiosos y voluntarios del llamado “Cinturón de Paz” van en sentido opuesto, y tal parece que quieren alejarse a toda costa de la zona.

Por fin llego al Zócalo, y el sonido de las aspas  que revolotea en lo alto, evoca la masacre estudiantil en aquel 2 de octubre de 1968, pero, en esta ocasión, no hay rifles ni balas como en hace 51 años, el ambiente es  tenso, y basta un pequeño error (no importa de quién) para que todo se salga de control.

La cadena humana, con playeras blancas y buenas intenciones, ya ha sido rebasada en todos los sentidos hace varios cientos de metros,  los gritos e insultos comienzan a subir de tono. Explota un petardo al lado de mí.

Todo en orden, solo fue el susto. Rescatistas y manifestantes llaman a la calma, entonces regresan los gritos. Un grupo de chicos comienza a discutir acaloradamente con una nutrida columna de cascos y escudos sobre Palma y 5 de Mayo, decenas de cámaras los enfocan, e instantes después, suenan órdenes: han encapsulado la marcha.

Se crea un silencio incómodo, todos estamos a la expectativa. El nerviosismo y los gritos no tardan en hacerse presentes, entonces, sucede: los uniformados deja pasar al resto de la gente. El alivio puede verse en los rostros, que hace tan solo unos momentos seguían intentando asimilar la situación. Ha comenzado el repliegue de los antimotines, y varios reporteros se apresuran a dar detalle.

Camino regreso al Zócalo, el semblante es otro, la gente se encuentra charlando animadamente, hay vendedores ofreciendo elotes, banderines, agua y hasta periódicos. La voz al micrófono de una oradora suena al fondo, entonces me doy cuenta de algo que no suele suceder con frecuencia: gente de todas las corrientes políticas convive sin problema alguno.

Los que hace tan solo unos minutos parecía una zona de guerra, regresa a su bulliciosa normalidad. Todo ha terminado, y a pesar de los encapuchados, las pintas, los vidrios rotos y la violencia gratuita, la ciudad verá otro amanecer.