Una orilla del cielo

Por Gerson Gómez Salas

Anda todo crico. No reconoce a nadie. Así se pierde por días. Luego llega como si nada. Patea con insistencia la puerta de metal. Da traspiés. Pide le sirva de comer. Ni madres. Primero métase a bañar. Echa la ropa para afuera. No sirve para nada.

Los alimentos escasos en la alacena. Mando a una de las chamacas con el tendero. Nos fían el kilo de huevo, una lata de frijol, el kilo de tortillas y chorizo de puerco.

Sale como perro remojado del cuartito de baño. Con la toalla en la cintura. Se sienta en la única silla buena del comedor. Queda dormido en segundos. Termino de cocinar. Le arrimo los alimentos y despierta.

Las vecinas cuentan cómo se pierde en una cervecería en la colonia Garza Nieto. Con un hombre vestido de mujer. Ahí la pasa tomando todo el día. Lo mantiene. Lo cuida.  ¿Pero cómo lo puede procurar si siempre está tomado?

De todos mis hijos, de los diez, es mi perla perdida. Salió malísimo para estudiar. Tampoco lo puede alejar de las malas compañías. Quedan vivos pocos los vecinos de la cuadra.  Se metieron a trabajar con la maña. Los mugrosos les llenaron la cabeza de loqueras. Llegó la contra y se acabaron los buenos tiempos. Aparecieron los cuerpos desmembrados. Las colgados en los puentes. Los desaparecidos. Por todas partes corrieron los rumores. Con el Jesús en la boca. El mal camino. Terminaron yéndose a la tumba con sus secretos. Al infierno. Hicieron cosas incontables. Prefiero no pensar. Las muchachas perdieron a sus hombres. Les quedaron los hijos para continuar tristeando.

Mi hijo quedó tocado después de un levantón. Lo estuvieron golpeando tres días. Lo devolvieron desecho por dentro. En sus ojos sin vida. Comenzó a beber sin final. Por eso no lo regaño. Salió del infierno y regresó a la tierra sin alas. Termina de comer. Se levanta en silencio. Va a su recamara. Prende el ventilador. Le doy varias vueltas. Su sueño intranquilo. Balbucea algunas palabras. Quiero traer una persona para limpiarle el corazón.

La ropa de mi muchacho es infame. No se puede lavar. La quemo. Quedan cenizas. Las deposito en la bolsa de plástico. Ahí van a dar todos los sueños de su niñez. Me siento triste a cada instante. Para una madre cada uno de sus hijos es un escuadrón. Algunos te dan tristezas. Otros pura felicidad. Al caer la noche, se despierta. Agarra para la calle. Ni siquiera se despide. Va a buscar a su mujer. A ese hombre con quien se emborracha. Debe tener un dolor tan fuerte. Tal vez una bala me lo habría arrebatado. Camina toda la avenida Bernardo Reyes. Acá en el Topo Chico la gente de Tierra y Libertad respeta.

He querido irlo a buscar a esa cantina. Conocer a esa persona. Yo no lo enseñé a mi hijo a estar con malas compañías. Tengo miedo de verlo enfermo. Pasando hambres. Soy una mujer sola. Prefiero tener la certeza de mi hijo. Vagando por Monterrey. Esa es la orilla del cielo en donde descanso. Mientras otras madres lloran a los desaparecidos. En el infierno del dolor. De la ignorancia. De vidas sin registro.

Importante: Este contenido está redactado en sentido literario y es responsabilidad de quien lo escribe, no refleja la línea editorial del Diario de México