Día de Muertos: la última travesía mexica

​Una vez al año los muertos salen del Mictlán, el infierno mexica, para reencontrarse con sus seres amados en el mundo de los vivos. Este es el recorrido que hacen por las nueves regiones del inframundo.

Por Nadia Alcázar

“Muere el sol en los montes, con la luz que agoniza, pues la vida en su prisa nos conduce a morir”, cantan los muertos mientras emprenden su camino a los hogares donde vivieron una vez, donde un día sonrieron y lloraron junto a las personas que aman. Cantan y dejan el Mictlán para visitar a sus familias durante el Día de Muertos.

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Abandonan la novena región del Mictlán, el Chiconahualóyan, residencia eterna de los dioses de la muerte, Mictlantecuhtli y Mictecacihuatl, cuya furia es apaciguada con una ofrenda de pieles de personas desolladas, pero que al mismo tiempo en su bondad le otorgan un eterno descanso y paz a quienes logran pasar por las nueve regiones del inframundo.

Comienzan su camino por un sendero lleno de neblina, pero a diferencia de la primera vez que pasaron por ahí, ahora pueden ver todo. Ya nada es confusión y miedo como cuando lucharon por llegar con los dioses de la muerte, esta vez son conscientes de lo que fue su vida, de sus errores y sus aciertos, todo es parte de un pasado por el que ya no sufren, ahora su alma está más allá de las penurias que trae un cuerpo humano y gozan del recuerdo de su vida en lo que esperan el reencuentro con sus seres amados.

En la novena región del Mictlán lucharon por sobrevivir en el río Apanohuacalhuia, donde dejaban de ser muertos a los que les pesa la vida, para convertirse en uno con el universo, para dejar de padecer y recibir finalmente el permiso de los dioses para descansar:

“Han terminado tus penas, vete, pues, a dormir tu sueño mortal”.

Antes de irse se despiden de Mictlantecuhtli, quien posa imponente con su cuerpo ataviado de huesos humanos y su rostro cubierto por la máscara de un cráneo, la cual no logra cubrir su cabello encrespado y negro, decorado de ojos estelares que lo ayudan a ver en todos los rincones del infierno. A su lado, está su esposa Mictecacíhuatl, guardiana de los huesos y la diosa que preside el Día de los Muertos, quién abandonará el Mictlán junto a ellos y los guiará de regreso cuando las celebraciones terminen. La deidad se despide de su pareja y empieza su propio camino al mundo de los vivos.

SIGUIENDO A LA MUERTE

Guiados por Mictecacíhuatl, siguen su camino por el Izmictlán Apochcalolca, octava región del inframundo, donde los muertos terminan de desprenderse de su cuerpo físico. Una laguna de aguas negras, que son parte de la desembocadura del río Apanohuacalhuia, en la que el tonalli, alma, era completamente liberada de cualquier tipo de mortalidad.

Como tonallis, son guiados por las velas que los vivos ponen en sus ofrendas, por lo que pueden pasar sin ningún problema por la orilla de la laguna sin temor a caerse, hasta llegar al lugar donde “te comen el corazón".

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Mientras más se acercan, más palpable es la presencia de Tepeyóllotl, patrón de los jaguares, quien se alimentó con sus corazones después de muertos y se encuentra en el séptimo pasaje del infierno: el Teyollocualóyan.

El dios se impone desde lejos, vestido con la piel de un jaguar, con un gran tocado de plumas de garza y quetzal, un espejo en su pectoral y decenas de cuchillos rodeando su cuerpo.

Tepeyóllotl ve desde lejos las almas de los muertos que residen en el Mictlán, cada uno pasó por su reino y perdió su corazón en las garras de un jaguar, para así poder seguir con su camino y alcanzar el eterno descanso al convertirse uno con el todo.

Con una mirada y una pequeña inclinación de cabeza, le muestra su respeto a Mictecacíhuatl, quien va al frente de la procesión, con un hermoso tocado de flores y plumas de quetzal adornando su cabeza, y una máscara de hueso que cubre su rostro, el cual se dice es tan hermoso que puede producir la muerte.

En el sexto nivel del infierno se encuentran todas las flechas perdidas durante la guerra, aquellas que en vez de herir al enemigo terminan entre la tierra. En el Temiminalóyan, manos invisibles lanzan las saetas a los muertos que han sobrevivido todo el camino hasta ahí.

LA DESTRUCCIÓN DEL CUERPO

“Pero no importa saber que voy a tener el mismo final, porque me queda el consuelo que Dios nunca morirá” continúan cantando los muertos cuando vuelven al Mitzehecáyan, residencia del dios del viento del norte, Mictlampehécatl, región compuesta por dos niveles del Mictlán.

El Paniecatacóyan, ubicado en la última colina de la región y quinto nivel del infierno, es donde los fallecidos están a merced de las corrientes de aire, las cuales los llevan de un lugar a otro sin destino fijo, hasta que finalmente logran abandonar el sendero.

Mientras que en la primera parte del Mitzehecáyan, la cuarta región del inframundo conocida como Itzehecáyan, es lugar en el que dios del viento desata su furia con fuertes vientos y congelando las colinas, creando peligrosas aristas por las que los muertos tienen que caminar.

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Sin embargo, los cadáveres ya no tienen mucha piel que se pueda desgarrar, ya que en el reino de Itzlacoliuhqui, dios del castigo y la obsidiana, que reside en el tercer nivel del Mictlán, su cuerpo es totalmente destruido.

La deidad, quien siempre lleva vendados los ojos e imparte justicia entre muertos y vivos, fue castigado por atacar a Tonatiuh, dios Sol, y tiene eterna tarea de afilar los pedernales, para que los cuerpos de los cadáveres se rasguen mientras siguen su trayectoria.

EL CAMINO DE CEMPASÚCHIL

Mictecacíhuatl, diosa de la muerte, forma un camino invisible sobre los dos cerros del Tépectl Monamictlan, para que las almas pasen sin el peligro de ser aplastados por el choque continuo de las montañas.

Juntos pasan por el sendero que la diosa creó, mientras los primeros pétalos de cempasúchil caen en la oscuridad del Mictlán, el naranja de las flores resalta e ilumina a los muertos que llegan y a los tonallis que salen por el Día de Muertos.

Al final del camino Xolótl, dios del ocaso y guía de los muertos, los espera con sus perros consagrados, los Xoloitzcuintles, sobre una iguana gigante para poder cruzar el río Apanohuacalhuia.

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El dios gemelo de Quetzalcoatl, quien cubre su cara con una máscara de perro y odia a la muerte, recibe a la diosa con una inclinación que es imitada por sus perros. Todos suben a Xochitónal, la iguana, para llegar a la tierra de lo vivos.

Son acompañados de una intensa lluvia de cempasúchil, que indican el camino al mundo de los vivos, mientras ven cómo nuevos muertos cruzan el río con ayuda de otros perros.

Aquellos difuntos que vagan por las orillas del Apanohuacalhuia, no son dignos de ingresar al Mictlán ni tener la oportunidad de descansar eternamente, ya que maltrataron a algún perro mientras vivían, por lo que estan condenados a vagar como sombras en eterno sufrimiento.

Al otro lado del río Apanohuacalhuia, que es la frontera entre los vivos y los muertos, un camino de cempasúchil los espera para que cada uno pueda ir a casa, donde los esperan sus seres amados con una ofrenda llena de amor y alimentos.

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“Voy a dejar las cosas que amé, la tierra ideal que me vio nacer, sé que después habré de gozar la dicha y la paz, que en Dios hallaré”, siguen cantando los tonallis mientras emprenden su camino a sus antiguos hogares, guiados por las flores de cempasúchil y las velas que se colocaron en las ofrendas, acompañados de un Xoloitzcuintle, para cuidarlos de los demonios y las almas condenadas.

En la entrada del Mictlán, Mictecacíhuatl los esperará pacientemente para devolverlos al eterno descanso que se ganaron después de luchar en la vida y la muerte.