Monster: The Ed Gein Story, un retrato incómodo del mal llega a Netflix
Hace una semana, Netflix estrenó Monster: The Ed Gein Story, tercera temporada de la antología criminal de Ryan Murphy e Ian Brennan. Ocho episodios bastan para reconstruir (con bastantes licencias) la vida del asesino de Wisconsin que, sin proponérselo, alimentó las pesadillas colectivas del siglo XX: Psicosis, El silencio de los inocentes y La masacre de Texas nacen, de algún modo, de sus actos. Pero esta temporada no busca el simple morbo ni la violencia visual —busca incomodar, internarse en la grieta donde el horror se mezcla con la compasión.
Charles Hunnam interpreta a Ed Gein con una contención escalofriante: un hombre lento, a instantes inocente, de mirada perdida, que de a poco se hunde en la neblina de su propia mente. Su mundo gira en torno a Augusta Gein (Laurie Metcalf), una madre puritana y fanática que odia el sexo y predica el castigo como salvación.
Ella es su diosa, su carcelera y, tras su muerte, su fantasma. Desde esa relación enferma nace todo: la repulsión al cuerpo, el deseo distorsionado, la idea de que la piel puede ser una máscara para volver a nacer.
El guion mezcla la historia principal con pasajes que muestran cómo el mito de Gein contaminó la cultura. Aparecen Alfred Hitchcock, Anthony Perkins y hasta Tobe Hooper, director de The Texas Chainsaw Massacre, reflexionando —cada uno a su manera— sobre el poder de la imagen y la fascinación por lo abyecto.
En medio de esas tramas, el personaje de Adeline Watkins, novia y cómplice de Gein, introduce una dimensión aún más perturbadora: el morbo compartido, el deseo de mirar la oscuridad de cerca.
Visualmente, la serie es impecable. La paleta terrosa, la fotografía granulada y el vestuario dan una sensación de podredumbre rural que se impregna en la piel. Sin embargo, Murphy tropieza por momentos al entrelazar tantas líneas narrativas. La historia de Ilse Koch —la “perra de Buchenwald”—, por ejemplo, se siente como una metáfora excesiva que rompe el ritmo del descenso íntimo de Gein.
Al final, Monster: The Ed Gein Story no pretende ofrecer respuestas, sino sembrar dudas. Nos obliga a mirar de frente al monstruo, y a reconocer que no está tan lejos: que su locura floreció en una sociedad que lo marginó, lo ridiculizó y lo convirtió en leyenda.
¿En dónde empieza la locura cuando las perversiones se vuelven hábito? ¿Qué lleva a un hombre a convertirse en un monstruo? Tal vez la respuesta no esté en él, sino en el reflejo de todos los que seguimos mirando.