¿Para qué debatir?

En un debate, el objetivo principal es dar a conocer las propuestas de gobierno, de liderazgo en una empresa, entre otros. Estos usualmente no cumplen las expectativas de analistas y público, en general, dado que quienes debaten practican sus discursos y anticipan las reacciones de sus adversarios. Los ensayos asumen como actuará el oponente. Sin embargo, si la reacción practicada no ocurre se da la improvisación (que da una nota periodística atractiva pero no asegura a quien debate que sus propuestas sean recogidas por medios de comunicación y/o lleguen a la ciudadanía). 

La preparación en un debate es más que memorizar un discurso, practicar hablar en público o contar con la información necesaria para demostrar que las propuestas que se hacen son las mejores. En un debate debe existir un equipo que: investigue las propuestas de gobierno de los contrincantes, identifique los puntos débiles de éstas, realice un trabajo de autocrítica hacia las propuestas propias y dé los argumentos para responder a ataques de los oponentes. Asumir que un debate se limitará a realizar propuestas, escuchar las de otros y, en ese momento, encontrar los puntos débiles es un error. La investigación previa es clave. 

Durante el segundo debate presidencial se pudo constatar que cada candidato tuvo un enfoque diferente para prepararse. Dos de ellos optaron por allegarse de la mayor cantidad de información posible sobre sus oponentes con el fin de exhibirlos y en cada intervención se dedicaron a atacar, otro hizo a un lado la necesidad de prepararse y buscó atacar a los demás a través de la improvisación y uno más decidió “administrar” la ventaja que tiene según las encuestas que se han publicado, confiando en que esa tendencia ya sea irreversible. Ninguno de los cuatro aprovecho el foro para informar a los ciudadanos en el público, a quienes los escucharon en radio o vieron en televisión, que contaban con un programa de trabajo para empezar a trabajar a partir del 1 de diciembre de 2018.