¿Qué onda con...La Belleza y la Fortuna?

Todo empieza desde que somos chiquitos. Según diversos estudios, los niños «lindos» son tratados con mayor indulgencia por los adultos. Más adelante, los profesores consideran que los estudiantes atractivos son más capaces y les ponen mejores calificaciones y, al llegar al mundo laboral, consiguen empleo más fácilmente, reciben sueldos más elevados que sus compañeros «feos» e incluso ascensos.

Investigadores de la Universidad de Mesina realizaron un estudio acerca de la apariencia física y el trabajo. De 2011 a 2012 enviaron 11 008 currículums falsos a 1542 agencias de empleos. Enviaban el mismo documento ocho veces, cambiando el nombre, la dirección y la foto. Había imágenes de guapos, feos y otros sin foto o con nombres extranjeros.

Descubrieron que, cuando menos en el ámbito laboral, hay tantos prejuicios físicos como raciales. A los guapos los llamó 50% de los reclutadores; a los feos 17% y a los extranjeros 13%. Además, a los hombres los llamaron más que a las mujeres.1 Un experimento similar realizaron otros científicos en Argentina, donde la gente bonita recibió 36% más de respuestas a solicitudes de empleo que los poco atractivos.

Los complejos de los contratantes tampoco ayudan; según otras encuestas, los entrevistadores tienden a no contratar a personas que sean más atractivas que ellos. Sin embargo, no son ellos los únicos que se ven «afectados» por la belleza. Es un hecho que todos lo hacemos: los estudios demuestran que los niños prefieren las caras bonitas a las poco atractivas. Esto sugiere que desde que nacemos se nos inculca la percepción de lo que culturalmente se considera bello.

En 2005, las psicólogas Ingrid R. Olson y Christy Marshuetz realizaron algunos experimentos para ver qué tanto puede captar la belleza nuestra atención. Mostraron a los sujetos de estudio una serie de rostros de manera fugaz y descubrieron que las caras más atractivas captaban la atención de forma inmediata. Es decir, la belleza se percibe rápidamente y sin esfuerzo.

También se ha comprobado que solemos asociar la belleza con características positivas. Las personas atractivas son consideradas más listas, extrovertidas y hábiles para desenvolverse en sociedad. Esto sucede en parte debido a un efecto acumulativo: los guapos, al ser mejor tratados, van obteniendo mayor seguridad en sí mismos y un aplomo que los hace aún más atractivos.

Las mujeres bellas tienen la peor parte. Mientras que los hombres guapos son más valorados por sus aptitudes y habilidades, ellas son menos deseables en puestos de liderazgo. Por otro lado, los hombres altos también llevan ventaja. Al parecer, tener una estatura superior al promedio da un aura de autoridad que les permite ascender rápidamente en sus puestos de trabajo.

En general, los bellos son apreciados, pero en el terreno laboral, su presencia se vuelve estratégicamente redituable. Daniel Hamermesh, autor del libro Beauty pays: why attractive people are more succesful —La belleza paga: porqué la gente atractiva es más exitosa— (2011), ha estudiado los prejuicios en favor de los guapos y descubrió en los EE.UU., 9% de los hombres «feos» ganan entre 7% y 9% menos que los guapos, mientras que 33% de los guapos ganan 5% más que la media, porque son percibidos como buenos negociadores y mejores líderes.  Y es que su lindura hace que los compañeros de trabajo los consideren serviciales, confiables y, por tanto, cooperen con ellos, propiciando un buen ambiente de trabajo. En fin, que los feos nos debemos esforzar para sobresalir en el «imperio de la guapura». Pero, por otro lado, lo que ningún estudio se atreverá a comprobar es que la belleza garantice la felicidad.