Por Ignacio Campos
Alex trabaja en uno de los modernos edificios que imperan en la zona de corporativos en Santa Fe. El día transcurría normalmente, ningún indicio de que algo pudiera alterar la rutina laboral, hasta que sintió la necesidad de bajar a fumar un cigarro.
“Tenía una junta a la 1:30 y dije voy a fumarme un cigarrito antes de entrar, así que tomé el elevador a la planta baja, salí del lobby del edificio y me disponía a encender mi cigarro cuando empiezo a sentir que todo se movía, me di cuenta que estaba temblando y me asusté pero no mucho, o sea lo normal, porque estaba afuera y no en el piso 16 en el que trabajo”, dice Alex.
“De repente escucho unos gritos muy fuertes y volteo hacia uno de los edificios y veo que se balanceaba de un lado para otro uno de los limpiavidrios que en ese momento estaba trabajando, gritaba que lo bajaran, pobre cuate, imagino todo el miedo que habrá sentido, yo pensé que se iba a caer, pero no, ahí se mantuvo hasta qué pasó el temblor”.
El joven empleado reflexiona y hace notar lo curioso que es el destino, primero porque dice que si no fumara, no hubiera tenido un motivo para bajar; segundo, le sorprende que el temblor haya empezado justamente cuando ya estaba afuera y no cuando iba bajando en el elevador y por último, agradece a Dios que no le haya tocado vivir el miedo que sintieron todas las personas que estaban dentro, no solamente de su edificio, sino el de todos los corporativos de la zona.
“¿Suerte, Dios, milagro? No lo sé, llámalo como quieras, casualidad, qué sé yo, lo único que sé es que me salvé de vivir al cien esta tragedia ¿sabes? Lo chistoso es que yo ya estaba por dejar el cigarro porque mi novia me lo venía pidiendo insistentemente, ¡Ahora me alegro de no haberle hecho caso!”, concluye esbozando una ligera sonrisa.
