Desde el palco: La dama de negro

17 de febrero de 1994, teatro Arlequín. Un taquillero vestido como un clásico mayordomo inglés entrega los boletos. La fila es larga, proporcional a la emoción de ver representada por primera vez una obra de teatro de terror en México. El protagonista es un amo del miedo: don Germán Robles, el Drácula mexicano con acento español. La dama de negro camina silenciosa por los pasillos del teatro, entre los espectadores, mientras en el escenario aumenta la tensión dramática. El público se sobresalta, grita asustado, rompiendo la barrera de la ficción.

11 AÑOS ATRÁS

En 1983 la británica Susan Hill —autora de una cincuentena de libros: novelas de detectives, cuentos infantiles y otras historias de fantasmas— publicó la novela The Woman in Black. La historia, un clásico cuento de fantasmas en el que un hombre desentraña los misterios de una maldición que ha caído sobre su familia, fue adaptada al teatro por Stephen Mallatratt. Se empezó a representar en el West End de Londres hace 25 años.

En un viaje a Londres, el director mexicano Rafael Perrín vio la obra de teatro, se enamoró de ella y compró los derechos para traducirla y montarla en México. Así fue como, tras las burlas de productores que no creían que un drama de terror tuviera éxito en nuestro país, contrató a Germán Robles y a su hermana. Él se decidió a hacer al otro protagonista y, con una escenografía modesta, estrenaron la obra aquel 17 de febrero.

20 AÑOS ATRÁS

A lo largo de tantas funciones, las leyendas se reproducen, dicen que la obra está maldita: un espectador sufre un paro cardiaco, una mujer un ataque de pánico, varios huyen desesperados del recinto, no falta quien moja su ropa; durante una función en Puebla, un hombre se arroja desde un palco y cae siete metros mientras otro ataca al «espectro», a la actriz vestida de negro que circula entre el público.

La gente cuenta «cosas» de las representaciones: ve no una, sino cinco damas de negro y un niño vestido de blanco en escena. Los actores, desde el escenario, distinguen a un ser monstruoso en una butaca, las puertas de los camerinos se abren y se cierran solas. Los dos protagonistas de las primeras temporadas sufren sendos ataques cardiacos.

Al paso de los años, de miles de representaciones y de casi 20 actores que han escenificado La dama de negro, los accidentes se suceden uno tras otro: un actor se rompe la nariz mientras actúa. Un técnico muere en un accidente de auto. Dicen que la esclerosis de uno de los artistas —Humberto Dupeyron— y el intento de suicidio de otro —Miguel Pizarro—, forman parte de la maldición de la dama de negro. Ésta, por su parte, se convierte en una especie de Llorona que vaga por el Centro Histórico y Coyoacán, en la Ciudad de México, así como por calles de otras partes de la República Mexicana.

La dama de negro es la obra más representada de Latinoamérica, demostrando lo que hace dos décadas Rafael Perrín vislumbró en una butaca londinense: el terror existe en el teatro