El Capitán Torrezno cumple 25 años: del bar de barrio a un micromundo fantástico

Hace un cuarto de siglo, en un sótano de la calle Valverde en pleno centro de Madrid, nació un antihéroe muy poco convencional: el Capitán Torrezno, un tipo de bar, resacoso y entrañable, que acabaría convertido en protagonista de una saga de doce tomos. Su creador, el historietista Santiago Valenzuela (San Sebastián, 1971), lo define sin rodeos: “Es un torrija de barrio, de buena pasta y sin dobleces, que echa de menos las cañas de su bar Denver aunque esté atrapado en un mundo extraño”.
Valenzuela, ganador del Premio Nacional de Cómic en 2011, explica que la serie —publicada por Astiberri— construye un “esqueleto de la aventura” que no es otra cosa que la creación involuntaria de un micromundo en un sótano. “Ahí se repiten todos los errores del mundo real: el fanatismo religioso, las cruzadas, las luchas de poder, el imperialismo…”, resume.
De las barras a la fantasía
El origen del nombre también tiene aroma a bar: “Torreznos llamábamos a los señores maduros que bebían encorvados en la barra. También los llamábamos torrijas, porque estaban impregnados en alcohol”, recuerda el autor. Lo que empezó como una broma privada y un personaje secundario, pronto se convirtió en un protagonista que ha acompañado a varias generaciones de lectores.
La inspiración surgió en los años de estudiante, cuando Valenzuela compartía piso en Madrid y publicaba historias costumbristas de “realismo sucio” en el fanzine Jarabe. Poco a poco, aquellas viñetas de bares se transformaron en relatos de “realidades alternativas” con ecos fantásticos.
Un Génesis en miniatura
El micromundo de Torrezno no surge de la nada. El detonante es José Hilario Viñereido, funcionario solitario y aficionado a los bonsáis, que tras un encuentro con un misterioso personaje obtiene el deseo de dar vida a sus tallas de madera: Adán y Eva. Ese acto inaugura una civilización diminuta que, como en un Génesis en miniatura, terminará reproduciendo las pasiones y conflictos humanos.
Con el paso de los años, esas pequeñas sociedades se multiplican y guerrean en nombre de su creador, hasta que el Capitán Torrezno, casi sin querer, se convierte en su testigo y protagonista. “Pasa de antihéroe a héroe, pero no por voluntad, sino por las circunstancias”, explica Valenzuela.
Un mundo que se acaba
El autor reconoce que personajes como Torrezno son cada vez más raros de ver: “Son una especie en extinción. Cada vez quedan menos bares de torrijas y televisión, al menos en el centro de Madrid; quizá en los barrios alguno resista”.
En lo gráfico, Valenzuela se mantiene fiel al blanco y negro: “Nunca he sido un virtuoso del color, lo he usado solo para diferenciar planos. Si hay que prescindir de algo, prescindo del color”.
La serie, que cierra su ciclo en el tomo 12, concluye con la disolución del micromundo: “Sale al exterior para unirse a la realidad que conocemos”, adelanta el historietista.
Un final que marca el cierre de una odisea insólita: la de un borrachín de bar convertido en héroe involuntario, que durante 25 años ha servido de espejo —a veces grotesco, a veces lúcido— de nuestras propias contradicciones.

