Silverio: 'Underground' en calzones

Por Carlos Meraz

En un noble y naíf intento por describir en tres palabras al idolatrado artista mexicano Silverio, la escueta definición sería, sin duda alguna: underground en calzones. Pero detrás del exhibicionista del torso desnudo, melena mop-top, bigote de actor porno setentero y trusas rojas se esconde otro músico, Julián Lede (guitarrista de la banda Titán), devorado por el avasallador carisma de su hedonista y narcisista álter ego, al que su legión de fieles adeptos suelen llamar Su Majestad Imperial.

Su estilo en directo es una explosión hortera, la estética del caos, un bombardeo de improperios asumidos como necesarios halagos por el colectivo, una lluvia de fluidos corpóreos, una orgía polifónica de beats y loops al servicio del orgasmo masivo en la danza tribal, oficiada por el showman indomable, provocador, primitivo y desinhibidamente sexual; ungido por su devoto público como la encarnación de la estrella musical subterránea, canonizada en vida como la lasciva deidad kitsch del pandemónium groove.

“Silverio es universal, porque todos llevamos uno adentro. Soy liberador y eso a la gente le gusta, el salirse de todo el enmarcamiento que la sociedad nos condiciona. Por eso cuando la gente ve mi show, en donde yo me libero de cualquier tapujo posible, hasta de la ropa y me muestro tal como soy, ya sea como animal, monstruo o persona; no necesito ser un psicoanalista para saber que es mi terapia, siento que hasta le hago un servicio a la comunidad.

“Para mí es muy importante el en vivo, aunque hay álbumes, fotos y videos que tienen su importancia, pero en los directos es cuando sucede la magia. En mi show el público hace la mitad del espectáculo, pues no tengo uno pasivo que me aplaude terminando cada canción, sino que requiere otro tipo de interacción”, precisó.

Artífice del escándalo con un performance no apto para moralistas y persignadas conciencias —donde cada desplante es recibido con una obligada mentada de madre, un fálico ademán o un escupitajo, con lujuria y locura a todo volumen—, Silverio es un self-made que ha construido su mito desde 2002, al hipnótico ritmo de su primer hit Yepa, yepa, yepa, en una electrizante versión de un Mr. Hyde surgido de las entrañas de Lede, su Dr. Jekyll

Como figura de culto desbordado, con tintes de la cultura popular mexicana, ha extendido su fanatismo y desenfreno en giras por Estados Unidos, Europa y Sudamérica, siendo su famosa presentación en Buenos Aires, Argentina, el mejor anecdotario: cuando alguien del público se subió al escenario para propinarle un beso griego mientras este aporreaba los samplers

En la pandémica era de la Covid-19, con el obligado distanciamiento social, las anárquicas tocadas, con slam y moshing, lucen tan improbables como un concierto punk de Ramones, sobre todo ante el temor del contagio en esa comunión con los “súbditos”, que con una cuasi devoción beben de los botines de Silverio como si fuera un cáliz, mientras dan su venia para ser blanco de sus flemas. 

“Yo soy la pandemia, en mis shows hay escupitajos, la gente toma de mi bota y se comparten fluidos. Esto se vuelve complicado, pues para mi regresar después de la pandemia me pueden ver prácticamente como el enemigo. Yo ahora que veo las fotos de mis shows me pregunto si alguna vez la gente le va a decir a sus hijos: ‘Mira, ¡cómo era el mundo antes de qué sucediera todo esto! Cuando la gente podría estar apretujada, escupiéndose y disfrutando del hecho de ser humanos’. En este momento estamos muy lejos de poder gozar de todo eso y tampoco sabemos cómo va a regresar el mundo, no sé si podré volverle a escupir a la gente y que me escupan de vuelta”, advirtió.

Fundador del otrora sello discográfico Nuevos Ricos y ahora del actual Épico, el músico y disc jockey originario de Chimpancingo no tiene admiradores sino súbditos y, como buen fenómeno de masas con la “elegancia de Francia y la belleza de Neza”, tampoco cuenta con enemigos sino fans confundidos. Al final, el salvaje encanto de Silverio consiste es ser un animal, pero no un depredador.

“Preparo un live streaming, pero no lo quiero hacer como lo hace todo el mundo: una repetición sin público, donde ofrecen lo mismo que nos vendían antes, pero con un montón de carencias; no puedo adelantar cómo será, pero es bastante peculiar y saldrá dentro de un mes, es digital y traerá un bonus. También lanzaré el video de la canción Ella es, una oda a la mujer borracha empoderada”, reveló.

EL ÍDOLO DE “CHIMPANCINGO”

En un ejercicio de ping pong periodístico, Silverio participa en un retrato hablado donde cada respuesta describe al ser humano detrás del personaje, en una suerte de charla de diván, a través del cuestionario de Proust, en una conversación diferente con un personaje ídem.

— ¿Con qué personaje de la historia te identificas?

— Con Napoleón, por sotaco.

— ¿A quién te hubiera gustado conocer?

— A Cleopatra.

— ¿Qué maestro te hubiera gustado que te diera clases?

— Fela Kuti, el multiinstrumentista nigeriano.

— Si no hubieras sido hombre, ¿qué mujer te hubiera gustado ser?

— En una mujer negra, definitivamente.

— Si pudieras elegir en quién reencarnar, ¿a quién escogerías?

— Aleister Crowley, un libre pensador que fue vinculado a ritos satánicos.

— ¿A quién le pedirías un autógrafo?

— A nadie. Me parece una babosada.

— ¿Qué personaje del Mago de Oz serías?

Dorothy.

— ¿Qué superpoder te encantaría tener?

— Viajar en el tiempo.

— ¿Quiénes son tus héroes en la vida real?

— La gente que me sorprende, una infinidad de músicos del Siglo XIX y del XX.

— ¿Qué fotografía o imagen nunca colgarías en tu sala?

— De ningún político, de ninguna época y de ningún país.

— ¿Qué canción ajena te hubiese fascinado dar a conocer?

How do you sleep?, de John Lennon.

— ¿Qué canción crees que al escucharla varias veces puede ser equivalente a una tortura?

— Sin duda, La puerta de Alcalá, de Ana Belén y Víctor Manuel.

— ¿Qué canción te genera inevitablemente el deseo de bailar?

Grease, de Frankie Valli, y Mambo Lupita, de Dámaso Pérez Prado.

Si tuvieses libre albedrío y presupuesto ilimitado para armar tu dream team band, ¿a quién reclutarías?

— Michael Jackson, en coreografía y backing vocals; Ray Manzarek, de The Doors, en los teclados; Ron Asheton, de The Stooges, en la guitarra; Tina Weymouth, de Talking Heads, en el bajo; Keith Moon, de The Who, en la batería; Nico, de The Velvet Underground, en los coros y Miles Davis, en la trompeta.

— Si tuvieras el DeLorean de Volver al Futuro, ¿irías al pasado o al futuro?

— Al antiguo Egipto, a la época de los Aztecas y a la prehistoria.

— ¿Ante qué personaje que coincidieras en la calle optarías por cambiar de acera?

— Ante los políticos.

— ¿Cuál es tu más grande tesoro?

— Ninguno, ni material ni familiar. Soy bastante desapegado y es saludable.

— ¿Cuál es tu mayor extravagancia?

— Mi show en sí mismo es una extravagancia, al ver la cara de confusión de quienes lo ven por primera vez.

— ¿Cuál es tu pasatiempo?

— No tengo.

— ¿Qué película marcó tu vida?

Liquid sky, de Slava Tsukerman (1983), sobre una sustancia que genera el organismo de los junkies a la hora del orgasmo.

— ¿Quién es el mejor actor del mundo?

— Pedro Weber Chatanuga, John Cazale y Christopher Walken.

— ¿Cuál fue el último libro que leíste?

La peste, de Albert Camus, para tratar de entender la epidemia.

— ¿Cuál ha sido tu concierto favorito?

— The Cynics cuando tocaron en un lugar del Centro de la Ciudad de México, una banda estadounidense de garaje que suenan como dioses, cuya crudeza es su encanto, pues no requieren de parafernalia para distraer o tapar sus huecos, como lo hacen otros grupos.

— ¿Cuál es tu placer culpable en la música?

— Ninguno. Oigo desde Roberto Carlos y Amanda Miguel, hasta Britney Spears y toda esa chancletada.

— ¿Qué canciones propias y ajenas describen tu personalidad?

— Ninguna. A mí me describen mis shows, el fin no es la música sino el escenario con el público. No creo que mis canciones puedan describir la masacre que puede suceder en el escenario cuando la cosa se pone sabrosa.

— ¿Qué es lo que menos te gusta de tu aspecto físico?

— No tengo ningún complejo con mi físico, pero con mi mente, sí, por tímido. Creo que en algún momento la gente se dará cuenta de que soy una joya en bruto. Incluso creo que en las guías turísticas de la Ciudad de México se debería incluir un show de Silverio.

— ¿Qué hábito ajeno no soportas?

— Que se saquen los mocos para comérselos. 

— ¿De qué palabra abusas?

— De aborigen.

— ¿Qué platillo comerías antes de ser fusilado?

— Un mole negro para salpicarlos.

— ¿A qué político le darías un pastelazo?

— A todos los del PRI, pero principalmente a los expresidentes Luis Echeverría y Gustavo Díaz Ordaz. Incluso de niño tenía un amigo que vivía muy cerca de la casa de Echeverría, nos subíamos a su azotea y cagábamos en unas bolsas y las aventábamos a su residencia. Tenía ocho años y no sabía quién era ese político, pero ya desde entonces tenía buen olfato.

— Si fueras presidente de México, ¿cuál sería tu gabinete ideal?

— Definitivamente al músico El Muertho de Tijuana, el artista multidisciplinario Miki Guadamur, el artista plástico Carlos Amorales y el escritor Guillermo Fadanelli.

— ¿Cuál es tu máxima favorita?

— Patadas a los niños y caricias a los perros.

— ¿Qué estarías haciendo si el dinero no importara?

— Lo mismo, pues el dinero no es mi motivación en la vida. El varo no es una limitante.

— ¿De qué te arrepientes?

— Una vez tuve un poco de remordimiento por escupirle en la cara a una chica en mi show, que ella no esperaba y entró en shock, pero a los cuatro segundos se me quitó.

— ¿Cómo se titularía la película de tu vida?

— La doble vida de Silverio.

— En la última cena de tu vida, ¿quiénes serían tus 12 hipotéticos invitados?

— Mis compas: Nacho, Sacaba, Mariano, Stevie, Yamil, Emilio, Álex, Cata y Betty.

— Y como tú Judas, ¿quién sería el invitado?

— Artemio, otra compa

— ¿Cómo te gustaría morir?

— Rápido y sin dolor.

— ¿Qué diría tu epitafio?

— Aquí bailan los restos de Su Majestad Imperial, Silverio.

— ¿Qué opinas de un periodista?

— No tengo queja. Hay buena relación con ellos, buen cotorreo.

— ¿Cuánto cuesta un boleto del Metro?

— Cinco pesos, creo. No me da vergüenza decir que hace mucho que no me subo al Metro, prefiero la bicicleta.