Doble moral del pueblo bueno y no tan bueno

Por Omar González

“El que agandalla no batalla”, una frase, lamentablemente, que es un emblema de nuestra cultura. Quien sea mexicano y diga lo contrario, o bien, comente que estoy denostando a nuestro “pueblo bueno”, o no sólo a ese, a quienes no se creen “pueblo”, saben que, en su interior, es cruda, pero sin duda una realidad que vivimos hasta en tiempos de pandemia.

Somos los críticos más fervientes de políticos y gobiernos corruptos. Las redes sociales nos dan ese poder para rasgarnos las vestiduras. Somos inmaculados, honestos y francos. Pero, a la primera de cambio, nos dominan los instintos y mostramos el cobre.

Claro, “es el ejemplo que nos da el presidente… ¿entonces por qué no lo puedo hacer yo?”. Caemos constantemente en el síndrome del “¿por qué él sí y yo no?”, para justificar nuestros actos que, aunque no lo aceptemos, rayan en eso que repudiamos… corrupción. 

¿Poca? ¿Mucha? ¿Qué tanto es tantito? La corrupción es como el embarazo, no se puede estar parcialmente embarazada. O es como la violencia de género, no sólo la ejecuta el candidato violador, sino también aquel actor que en su rutina de payaso manosea, nalguea y humilla a una mujer que es su secretaria. Sí es una actuación, pero que invita a reírte de la mujer y de las “payasadas” de un líder de opinión que se torna serio y que muchos festejan por decirle “pinche” al presidente.

Entonces una acción corrupta comienza desde que nosotros como individuos rompemos las reglas para obtener un bien propio. Es desviarse un poco del camino. Dejar a un lado los principios y la honestidad.

EL FIN JUSTIFICA LOS MEDIOS

“Lo hago porque este pinche gobierno está haciendo mal las cosas. Es desorganizado. AMLO no sabe gobernar y ha manejado con las patas la emergencia sanitaria por la pandemia”, dirán quienes quieren justificarse. Tal vez tengan razón en su afirmación contra la forma de gobernar de la llamada 4T, pero ¿el fin justifica los medios? 

Entendernos es complicado. En los sismos de 1985 y 2017 fuimos un ejemplo de solidaridad hacia el mundo. Posiblemente porque estos desastres fueron tangibles y en ellos las autoridades no tenían voz, ni voto; la fuerza de la sociedad fue la ley y el motor para levantarnos.

Pero cuando nos enfrentamos a la incertidumbre, es cuando no vemos al prójimo. Ejemplos hay muchos, pero quiero destacar dos, ambos de este sexenio.

¿Se acuerdan lo que pasó en enero de 2019? Las compras de pánico de gasolina. Hubo quienes llenaron los tanques de sus tres, cuatro o cinco vehículos y, todavía, llenaban garrafones o tambos, porque sino “¿cómo le iban a hacer?”. Los chats de WhatsApp eran para darse tips para ir “en chinga” a tal gasolinera… “compra aunque tengas, a estos pinches chairos hay que creerles la mitad”. Y así fueron los primeros meses de ese año, la ley del “agandalle” reinó en nuestro país.

Lo mismo está pasando ahora con las vacunas contra Covid-19. La falta de credibilidad en las autoridades ha originado que muchos adultos mayores de la capital del país prueben suerte en el Estado de México para vacunarse… y lo logran. “¡Una bendición! Porque esperar a que nos llamen con el padrón que tiene este gobierno de mierda, sería quedarme sin la vacuna”.

Cierto, nos encanta escupir hacia arriba… Si lo hacemos nosotros, está justificado.

Importante: Este contenido no refleja la línea editorial de Diario de México, es responsabilidad de quien lo escribe.