Lo leí en Círculo de Poesía

Lo leí en Círculo de Poesía

Nombrar el hallazgo. Apuntes sobre En memoria del reino, de Baudelio Camarillo

Por María Teresa Martínez Castillo

Cuando el ritmo fluye como la corriente de un río generoso y la melodía nos da la seguridad de que no tropezaremos ante la infinitud del sonido, desembocamos en un océano en el que nunca hemos estado pero que ya intuíamos. Tal es la poética de En memoria del reino (Círculo de Poesía, Valparaíso México), donde Baudelio Camarillo nos lleva de la mano hasta el origen de los símbolos y nos entrega desde su propia orilla sus recuerdos, su niñez y, por qué no, el reflejo de la nuestra. El filósofo Gastón Bachelard afirma que “la unión del agua y de la tierra da la pasta” y es así como “la pasta nos da una experiencia primera de la materia”. Es por eso que cuando leemos:

“Aquí nacimos. El barro que ahora somos

se amasó con esta agua

y el aliento de Dios

no pudo desprendernos de esta tierra”

Identificamos al poeta capaz de nombrar el hallazgo de ese origen, el río Guayalejo, sin olvidar su condición terrestre, que más que impedirle conocer los secretos del agua, lo motiva a imaginar peces fuera de ella. Este preámbulo lleno de luz sin importar el día o la noche, este deseo que apenas parece darle forma a lo que viene, abre el siguiente capítulo llamado “Arpegios”, donde habla sobre la Poesía como si fuera una amante, una esposa, alguien que ilumina el espacio y que sin ella todo es penumbra:

“He leído tantas veces tu cuerpo

que me sé de memoria

lo que bajo tu piel

para ti misma permanece inédito”

Eso inédito que nadie, ni siquiera el poeta, puede tocar o ver porque:

“Al que abreve en sus pechos

le sabrá simple el mundo”

Y es que, cuando éste se atreve a ver el fondo de su conciencia y se da cuenta de lo que puede perder, regresa a la superficie sin haber perdido nada y en cambio, para darlo todo con imágenes.

Como si fuera algo predestinado, el siguiente apartado, “Escombros”, nos habla de esa pérdida que alguna vez visualizó, esa vida sin la piel luminosa de la Poesía que lo ha abandonado. Aquí se

rompen los espejos, los cristales, y no puede encontrar un orden que todo lo vuelva a unir para darle sentido a la vida. No en vano cantan con angustia estos dos versos: “lo que escribo es ceniza.” y “que hable por mí el silencio”.

Sin embargo, esa es la tarea del poeta. Bien dice Rilke: “Por eso, querido señor, ame su soledad, soporte el dolor que le ocasiona y que el sonido de su queja sea bello”.

Es entonces cuando el autor nos hace desembarcar en “La casa del poeta”, cerrando con una visión heideggeriana en el que éste, convirtiéndose en el mensajero de los dioses, es el contacto de éstos con los seres humanos. Humildad y valentía, características del poeta que escribe para todos. Baudelio Camarillo no lo puede expresar mejor cuando nos dice: “Desconfío mucho de las cosas que digo, pero no de las cosas que escribo”.

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