Lo leí en Círculo de Poesía

Lo leí en Círculo de Poesía

Aprender a estar solo, Nunca nadie en ningún lugar de Aleš Šteger

Por Gustavo Osorio de Ita

Con la poesía de Aleš Šteger (Eslovenia, 1973) uno puede aprender quién es un joven de 24 años, y quién tanto no somos o quién podríamos ser, pero con algo de nosotros perdidos y naufragando cerca del Adriático. Aprendemos por principio qué se puede uno decir a sí mismo desde fuera, desde el Otro, con el poema “UNO”:

Ven solo,

Y cuando te olvides de ti mismo

La nieve empezará a arder,

Y cuando te olvides que has olvidado

Verás que también tú eres el único.

Sabemos entonces que es esa fragmentación del yo mediante la mirada del otro (la otra mirada) la que apuntala un monólogo dramático para poder hablar contigo mismo, un romperte para encontrarte. Pero para hallarse de verdad, hace falta, señala Šteger, edificar también un universo propio. Un universo como aquel del poema “Gravedad cero”, donde se explican las dos maneras en que muere una estrella: bien puede apagarse lentamente hasta volverse “frío infinito, horizontes de un gigante muerto”; o puede también contraerse, nos muestra el poema, y entonces la estrella “se condensa hasta alcanzar el tamaño de una pelota de tenis. Todo se convierte en centro, en masa y gravedad infinitas”. El universo personal, su génesis y Apocalipsis, existen para materializar las formas en que el yo entiende el mundo. Así, todo se vuelve condensación o tibieza, explosión o frío. Se vuelve una forma cósmica de lo mundano, una apropiación del macrocosmos en nuestra consuetudinario actuar, así el poema concluye:

Dos veces he nacido y dos veces perdió mi padre las esperanzas que había depositado en mí.

Estás demasiado enfrascado en tus libros, me dijo, eso no es bueno para tu salud

Mejor aprende de una vez por todas cómo se agarra correctamente la raqueta

Y a lanzar la pelota más allá de la red.

La pelota, que es la estrella, que es más importante en el poema que la estrella más luminosa y condensada pues es también transmisión. ¿Qué queda entonces más allá de la red? En la poesía de Šteger no es el allá lo que importa, sino más bien quién o qué eres cuando lo alcanzas. Lo que importa es el movimiento –como bien señala Raúl Zurita, la ventura de la poesía de Aleš Šteger hay que agradecerla al Dios de los movimientos–. Movimiento que es transmisión de imágenes, construcción de un universo tanto alegórico, como personal y vivo, trazas de una cartografía de lo profundo entre lo que observamos, lo que entendemos y lo que nos toca vivir. Así, el yo observa una piedra, toca su redondez y protuberancias, las del yo y las de la piedra, la sostiene, la escucha, dice el poema “Piedra”:

Nadie oye lo que la piedra guarda dentro de sí.

Diminuto es sólo de ella, como el dolor

Atrapado entre el cuero del zapato y la planta del pie.

Cuando te lo descalzas, se arremolinan las hojas en las alamedas desnudas.

Lo que fue, nunca más será;

Y un montón de otras señales en la descomposición.

El olor de los dispensarios cercanos. Mudo prosigues tu paso.

Lo que guardas dentro de ti no lo oye nadie.

Eres el único habitante de tu piedra.

Acabas de tirarla

Y si hay movimiento, tiene que haber tránsito, desplazamiento, viaje; transitamos entre aquello que observamos y lo que somos; somos el dolor profundo en nuestra propia piedra, somos también la mano que la arroja, viajamos con ella dentro y hacia afuera. Leyendo Nunca nadie en ningún lugar (Círculo de Poesía, 2018), somos aquellos de quienes podemos incluso desprendernos o desde quienes podemos ser arrastrados, como los salmones de Destrnik, aldea de la infancia del autor, que viajan a ser los salmones de Alaska, salmones que se mueven, transitan, se desplazan, viajan y:

Después de la freza mueren lentamente en las aguas heladas.

Las aguas dispersan sus cuerpos hinchados.

Caminas contra la corriente que los arrastra. Que te arrastra.

O también podemos escoger ser algo, movernos hacia ser algo, ser aquel que se atreve a escribir:

Solo mi ausencia es palpable,

La voy hablando

Borrándola

Hasta que se borra el sitio donde

Alguien hablaba,

Se borra el alguien,

Se borra el aquí y ahora,

Hacer de esta libertad

Algo distinto,

Otro aquí, otro tú,

Algo.

O también escoger rompernos contra la negación, contra el muro más denso y alto, contra ese muro donde:

Los ladrillos se abren solos, suavemente como las horas.

Te dejan pasar aun antes de que los toque tu mano.

Aunque no hay ningún otro lado, ningún otro lugar.

No llegas a ninguna parte y nada te retiene.

No tienes un muro donde todo eso tenga fin.

Y tu muro es nunca nadie en ningún lugar.

Con la poesía de Aleš Šteger podemos recordar las infinitas manifestaciones de lo real, la pesada carga del sujeto que hoy vive y transita y nada a contracorriente y se coloca para descolocarse; del yo siempre al borde de algo, sin poder asirlo con la mirada ni con el lenguaje, del yo en la angustia por llegar a ese que hemos sido y que es un “lugar sin límites”. En fin, uno podría, incluso, leyendo estas páginas, más allá de cualquier muro, aprender a estar bien solo, como nunca, nadie, en ningún lugar.