El dictador que admiraba a la reina y lideraba a 'ingleses de Latinoamérica'

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Santiago de Chile.- En 1975, dos años después de que el Ejército chileno derribara la democracia, Enrique Evans, miembro de la Comisión Ortúzar de Estudios Constitucionales, establecida por la Junta Militar, dejó una extraña frase que durante años sirvió para explicar las relaciones externas de Chile.

Al hilo de lo ocurrido con el Gobierno democrático de Salvador Allende, que tenía una visión más regionalista, describió el "nuevo Chile" -y a los chilenos- como 'ingleses de América Latina', el país más sólidamente organizado de América del Sur”.

Y es aunque el territorio transandino nunca formó parte del imperio británico ni recibió grandes cupos de migrantes ingleses, al contrario que de alemanes, suizos, italianos, croatas y palestinos, el Ejército y las clases pudientes chilenas siempre observaron con admiración al Reino Unido y sus monarcas.

Fue precisamente un inglés, Lord Thomas Cochrane, el primer Comandante en Jefe de la escuadra de Chile y el impulsor de la estrecha relación entre la Armada chilena y la Mariana Real Británica.

ADALIDES DEL LIBERALISMO

Un nexo que se fortaleció en 1979, fecha de la entrada de Margaret Thatcher en el 10 de Downnig Street, que no solo supuso un salvavidas para la asfixiada dictadura de Augusto Pinochet, que entonces había pedido el apoyo de Estados Unidos y recibía duras presiones internacionales por sus violaciones de los hechos humanos.

Si no que convirtió a Chile en el mejor aliado de Londres en Latinoamérica, capital en el desenlace de la guerra con Argentina por el control de las Islas Malvinas

"Cuando Thatcher llegó al poder, ella revirtió todas esas medidas y fue durante su gobierno que Gran Bretaña comenzó a vender armas nuevamente al régimen de Pinochet, volvió a instalar un embajador en Santiago, puso fin al programa de refugiados y los chilenos que escapaban de la dictadura dejaron de ser bienvenidos, y reinstauró los créditos de exportación", explica la periodista británica Grace Livingstone.

"Tras la Guerra de las Malvinas, las relaciones entre Chile y Gran Bretaña fueron aún más cercanas, particularmente en el ámbito militar. Thatcher, como muchos de los políticos de la derecha británica, admiraba a Pinochet y su régimen. Había un gran respeto por su política económica", agrega Livingstone autora del libro "El Reino Unido y las dictaduras de Chile y Argentina" (Palgrave Macmillan, 2018).

UN TÉ CON LA REINA

Aunque Pinochet y Thatcher se consideraban "muy amigos", no se conocieron en persona hasta que el dictador viajó a Londres en compañía de sus nietos para operarse de una hernia.

Un viaje que según diversas fuentes siempre ansió su esposa Lucia Hiriart -se decía que su gran sueño era tomar el té con Isabel II- y que supuso una pesadilla para el dictador, quien debió someterse a un largo y mediático juicio tras una orden de extradición por crímenes de lesa humanidad emitida por el juez español Baltasar Garzón.

Thatcher fue su primera defensora pública: no solo admitió en televisión su amistad, le visitó en el lugar donde estaba bajo arresto domiciliario, destacó "el gran papel" desempeñado por Pinochet en la guerra de Las Malvinas e incluso llego a asegurar que el general había "restaurado la democracia" en Chile.

Londres le asesoró, incluso, para que hallara la mejor defensa legal posible: su expediente quedó en manos de la firma Kingsley Napley, que planteó que si se aceptaba la extradición "Isabel II también podrá ser detenida en el extranjero y juzgada por supuestos asesinatos de argentinos por el Reino Unido en la guerra de las Malvinas".

El autor de tal argumento, el abogado Michael Caplan, fue años después incorporado, no sin polémica, en el equipo legal de la monarca, que solo visitó Chile en una ocasión, en 1968, viaje en el que regaló un coche que aún utilizan los presidentes chilenos.

Tres décadas después, su nieto, Guillermo de Inglaterra, pasó 10 semanas en la ciudad patagónica chilena de Caleta Tortel trabajando de voluntario durante su año sabático.

NO MÁS INGLESES

Casi medio siglo después de las palabras de Enrique Evans, el nuevo Gobierno progresista chileno parece más partidario de la integración regional que en promover la idea de "los ingleses de Latinoamérica", aún arraigada en la derecha y sobre todo en la clase comerciante, aferrados al liberalismo que defendían Pinochet y Thatcher.

Uno de los principales capítulos de la Constitución rechazada el pasado domingo en referéndum declaraba "a América Latina y el Caribe como zona prioritaria en sus relaciones internacionales".

Chile "se compromete con el mantenimiento de la región como una zona de paz y libre de violencia, impulsa la integración regional, política, social, cultural, económica y productiva", afirmaba, un viraje de timón visible también en el escueto y protocolario mensaje del gobierno sobre la muerte de Isabel II, una soberana a la que los Pinochet admiraban.