Nueva polarización, viejos agravios

Por Un chairo fifí

¿Quién arrojó la primera piedra?, ¿quién soltó el primer trancazo?, ¿quién comenzó la bronca entre los dos bandos que hoy tienen al país aparentemente polarizado? México ha tenido tantos agravios que podríamos remitirnos a la llegada de Hernán Cortés o aún antes, a cuando los aztecas recién instalados en la orilla del gran lago despellejaron a la hija del rey Coxcoxtli de Culhuacán.

Mejor remitámonos a principios del Siglo 21, cuando Andrés Manuel López Obrador gobernó la capital y desde esa posición, a punta de conferencias de prensa todas las mañanas construyó su primera candidatura presidencial en la cara de Vicente Fox. Desde la presidencia Fox combatió a López torpemente, más bien fungió como su sparring, lo hizo mártir antes de tiempo, lo volvió todavía más popular. Fue en este punto de la historia cuando se formó el núcleo más duro del obradorismo, la base social que acompañaría a López Obrador, incluso al margen de los partidos políticos, en sus tres intentos por sentarse en la embrujada Silla del Águila.

Las de 2006 han sido las campañas electorales más burdas en lo que va del siglo, tanto que posteriormente el Instituto Federal Electoral tuvo que cambiar de nombre y se tuvieron que poner candados a la propaganda partidista; los grandes empresarios, las televisoras, las radiodifusoras y la mayoría de los periódicos, olvidándose de la imparcialidad y la objetividad que hoy pregonan, cerraron filas con el candidato del PAN, denostando no solo a López Obrador sino a sus seguidores a quienes consideraban poco menos que idiotas –a la fecha siguen etiquetándolos sin concederles la mínima capacidad de raciocinio-.

Eran otros tiempos, el Peje tenía un discurso más radical, Twitter era incipiente y Facebook apenas dejaba de ser una red exclusiva para estudiantes millonarios de Harvard y Oxford, pero los blogs y YouTube vivían ya su época dorada de plena libertad de expresión sin algoritmos censores, y si bien no estaban al alcance de todos, sirvieron para mantener comunicado y cohesionado al movimiento obradorista tanto en campaña como en las protestas contra Felipe Calderón.

De por sí, tras varias décadas de oficialismo en prensa, radio y televisión, existía una desconfianza generalizada en los medios de comunicación que se agudizó con su actitud hostil hacia los pejistas y otros movimientos sociales, pero los inconformes, gracias a las nuevas tecnologías podían documentar sus acciones y difundirlas al margen de los medios tradicionales, ya no los necesitaban. Se volvieron comunes los insultos a la prensa durante las manifestaciones, los reporteros que cubrían las marchas dejaron de usar los logotipos de sus empresas, que más bien se volvieron estigmas.

Armados ya con teléfonos inteligentes y montados en el “boom” de Facebook y Twitter, en 2012 los obradoristas y estudiantes del movimiento #YoSoy132 casi evitan que Enrique Peña Nieto ocupara La Silla y fue en ese sexenio cuando los medios y el gobierno se dieron cuenta de la importancia de las redes sociales. Se metieron de lleno, al grado que hoy día el Twitter les marca la agenda a los medios de comunicación y a los partidos políticos.

Ni todo el dinero invertido en granjas de bots y tuiteros famosos, ni con todos los medios grandes apoyando al candidato del PRI en 2018, se pudo revertir el descontento ni la ventaja de años en el uso de las redes sociales que tenían los simpatizantes de López Obrador, quien en el tercer intento pudo sentarse finalmente en La Silla sin deberle nada a los medios de comunicación.

Hoy los obradoristas están empoderados, dispuestos a cobrarse los agravios a la menor provocación, los agresores del pasado niegan su derrota política y se hacen las víctimas – lo que no les queda. Sin embargo, el dinero invertido en redes sociales por los antilópez parece que por fin está dando resultado, aprovechando que el coronavirus y la amenaza de una crisis económica crispan el ambiente. Es que no es lo mismo ser gobierno que oposición y, en año y medio, la Cuarta Transformación va sumando agravios y desilusiones que fortalecen el discurso de los detractores y aumentan la sensación de polarización. ¿Qué tan profunda es en verdad? Ya se verá en las próximas elecciones.

Importante: Este contenido es responsabilidad de quien lo escribe, no refleja la línea editorial del Diario de México