El patrimonio del turismo

Por Aranxa Albarrán Solleiro / Confesiones de turista 

Una lira, un arco y una flecha de oro lo acompañan. Estremece a sus prójimos cuando lo escuchaban y veían “tan hermoso como el sol son sus ojos y cabellos, nos basta con mirarlo para iluminar un mundo y sus galaxias.” Hijo de Zeus y Leto, hermano de Artemisa. Odiado por su belleza pero amado por su magnífico aporte al derrumbe de Aquiles guiando la flecha a su talón. Sin embargo, lo que es impetuoso en su alma es su creación musical, que abraza cual seda en la piel cada recoveco del ser. Apolo, el Dios de la música.

Ortigia, su tierra natal que también fue conocida como la Isla de Codornices, se atestaba de cantares y de suaves sintonías emitidas por su arco cada que el alba se dibujaba en el horizonte. Los aficionados a su talento divino, hacían los sacrificios necesarios para desplazarse y llegar hasta el lugar, donde sin importar la situación, se regocijaban al escuchar lo que su Dios creaba.

Los primeros datos de edificación de la isla datan desde el siglo VI a.C., sin embargo hoy día ha sido atracción empoderada de Italia, pues los vestigios se encuentran en Sicilia en la metrópoli de Siracusa. Lo descubrió Cavallari en 1862. No obstante se excavó totalmente entre 1938 y 1943, al principio había sido transformado en iglesia bizantina, luego en mezquita árabe, e incluso en basílica normanda, empero es esencial para la identidad, la historia y el turismo del país, puesto que no solo representa al Dios griego sino que se considera el templo más antiguo de Sicilia.

La relevancia de aportar a la preservación del patrimonio cultural y natural de un destino debe ser analógicamente a hacerle honor a las raíces de cualquier nación, es decir, al hacerlo nos estamos enalteciendo a nosotros mismos, considerando que nadie en el mundo cuenta con los mismos recursos que nosotros sí.

En México, conservamos a cuestas el majestuoso “lugar donde fueron creados los Dioses”, de aquí surgieron las etnias que nos formaron como mexicanos, que nos dieron nuestro color de piel, nuestras bases gastronómicas que ahora son vanagloriadas por el mundo entero, nuestro atuendo y un ejército de conocimientos astrológicos que permitieron a nuestros antepasados la construcción de templos que hasta ahora son capaces de quitarle el aire a todo aquel que se postre a sus pies y permitiéndonos el calor primaveral que nos recarga el alma de Quetzalcóatl.

Jim Morrison, un año después de la masacre estudiantil del 68, se trasladó a nuestro país no solo con el objetivo de cantar, sino para caminar por las rocas que guían a la Calzada de los Muertos. Se sabe que subió a la Pirámide del Sol, y que su alma de poeta se alborozó al tocar la cabeza gigante del ídolo en piedra de la serpiente emplumada. Tal vez, las “puertas de la percepción” fueron abiertas nuevamente en la mente del cantante, o quizás le fueron develadas esas “cosas desconocidas e ignoradas”, como lo relata William Blake.

En pasados días, a través de una reunión virtual, se aprobó la reducción del 75 % del presupuesto al Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), lo que no solo repercute en la falta de restauración de los inmuebles, sino también afecta de manera troyana a: guías, estudiantes, profesores, investigadores, empleados y a nosotros enteramente. En tanto que de ella surgieron los orígenes indígenas que nos han dado sustento y del cual muchos, se han olvidado de ellas e incluso se ha inculcado penosamente el rechazo a lo que son para nosotros.

Los centros patrimoniales nunca deberían de ser considerados como menores a lo que representa para el turismo o la movilización de paisanos y visitantes foráneos.

Si desde inicios de nuestros gobiernos se ha deseado “el ascenso social” a través de la imitación de culturas europeas, como bien lo mencionó Ángel de Campo, entonces deberíamos de imitar un poco su conservación e impulso a sus espacios culturales. Basta con recordar que de los principales recintos que se reaperturaron –aún con limitaciones- en ciudades con gran afluencia turística, fueron los museos. Ahora probablemente, bastará con evocar nuestro primer día de excursión escolar visitando un museo, una zona arqueológica o comiendo nuestros tlacoyos que son inevitablemente, consumo preferido de los de arriba, aunque se niegue.