Los cien de Don Javier

Por Gerson Gómez

Señorial. Toda la avenida Lázaro Cárdenas en San Pedro Garza García está llena de edificios de gama alta. Sus comunidades escondidas bajo los muros imperiales de quienes los vigilan.

Son ellos mismos quienes controlan sus accesos de entrada y salida. No a la inversa aún les paguen la mensualidad y el mantenimiento. Los reglamentos impiden el libre tránsito constitucional. 

Es en los antiguos terrenos, propiedad de los herederos de la familia de Roberto G. Sada, quienes los vendieron a los desarrolladores. Los otros, los Garza Mercado, le dieron vida a una esquina asoleada.

Showcenter, el vecino laico de la congregación evangélica Convivencia, en la parte más alta del Fashion Drive y de la Plaza Fiesta San Agustín, recibe a los suecos de Opeth, el conjunto de death metal melódico progresivo.

Don Javier Saenz Belmonte trabajó por 10 años como administrativo Cervecería Cuauhtémoc Moctezuma. Viene desde San Nicolás de los Garza. 

Vecino de la obra social de Eugenio Garza Sada. Su casa en la Cuauhtémoc no tiene parentesco con las miserables casas de Fomerrey o de Infonavit. 

A sus 71 años, don Javier es la parte visible de una generación trabajadora ya en proceso de jubilación. Su salto viral se hizo en las redes sociales en el festival Monterrey Metal Fest.
Aplaudió a Stryper, movió la cabeza con Behemot. Coreó el show completo de Mercyful Faith. La guitarra de Zakk Wylde con Pantera le parece un gran acierto. Casi contemporáneo a Rob Halford y Judas Priest, en vez de ropa de cuero usa un chaleco encima de su camisa del diario.

Para Opeth ya tiene su espacio en la memoria. Desde hace años ha conseguido ver en directo muchas de las bandas de una renovada lista de artistas. Cien en total. Los imprecindibles. Motorhead, Quiet Riot, Twisted Sister, Dio.

Conserva su tshirt de la malograda gira del 92, la de Guns and Roses, Metallica y Faith no more. 

Asistir a apoyar en Houston al equipo de softball, de la Sociedad CyF, permitió ahorrarse el viaje. Lo suyo es el metal. La música extrema. Los sonidos guturales y de pasmosa realidad con lo pagano.

A las 21 horas ya los integrantes de la banda están en el escenario. Puntuales, aseados y precisos. La primera descarga creativa de Mikel a quienes los espectadores le llaman Miguelito.

Su voz educada, armonía y disonancia, corrompen, estruja y matiza, una paz tormentosa, en cada una de las capas de este gran cuadro infernal y celestial.

Don Javier Sáenz Belmonte se eleva en cada uno de los aplausos. Las piezas de Opeth son el rojo carmesí de la sangre en sus venas.

Aún después en el encore. Al retorno de la banda con el obsequio de las playeras de la selección mexicana de futbol. 

Mikel conmovido agradece tanto tanto. Sus músicos uniformados, descargan todo el arsenal de cataclismo creativo. En el público, en el segundo nivel, reconoce a una fan de Stryper con su playera con el 777. Le dice como le gusta el To hell with the devil. 

Los aplausos son la lágrima del consuelo mexicano.

Don Javier al concluir Opeth, pasadas las 23:15 horas del lunes 20 de febrero, espera a su sobrino rockero quien no tuvo recursos financieros para el evento de hoy, pero si para el de mañana: Deff Leppard y Mötley Crüe. No todo se puede. Reconoce.

El regreso al municipio donde las antialcohólicas son todos los días.