A mí me habla Pancho Villa
Por Gerson Gómez Salas
Todos los días al despertar me da los buenos días. Ándale chamaco ya se te hizo tarde para ir a la escuela. No puedes ser huevón o te ajusticio. Luego averiguamos. Desayuno a las carreras el licuado de chocolate.
Pilas bien puestas. La mochila a cuestas. Encaminado el barrio aun en la penumbra de la madrugada. Es normal encontrar algunos cuerpos dormidos en las esquinas.
Antes no se han petateado con el frío de la noche. Son de fierro me dice mi general Villa. Todo el camino le hago el recuento de los sueños. Muy bien muchachito, muy bien muchachito. Pasa su mano sobre mis cabellos. Los peina.
En la puerta de entrada de la primaria nos recibe la directora. Echa unos ojos bien severos. No le caigo bien le cuento a Don Pancho. Déjela, usted no se preocupe por ella. Pronto la vamos a fusilar, me dice.
Soy obediente. Trato de poner atención en cada una de las clases. Vivo en la colonia Victoria en Monterrey. Mi abuela dice de nuestros vecinos son malandros y gente viciosa. Yo los veo igual a nosotros. Salvo llevan en las frentes unos números.
Mi general Villa dice son su fecha de caducidad. Los puedo leer a cada uno. Mi abuela dice nací como ella. Con poderes para leer el futuro. Entonces no perdamos el tiempo le pido. Enséñame a echar las cartas. Todavía estás tiernito. Un espíritu debe consagrarte, tu guía para toda la vida. Me le quedo viendo en pose de infinito. Ella no sabe nada de mi General Villa. Si lo echo de cabeza se vienen los federales por mí, hasta los gringos, con tal de agarrarlo de escarmiento.
En el receso algunos se reúnen a compartir sus alimentos. Aislado en las mesas de concreto apuro el lonche con un frutsi de uva. En la cancha de futbol patean el balón.
Ve a darle a la pelota me ordena mi General Villa. Ya están repartidos los equipos. Yo entro con quienes van perdiendo. Solo a hacer bola. Doy patadas y esquivo los pisotones. Diez minutos de refriega son suficientes. El sudor baña la frente. Entro en el sanitario a refrescarme.
Mi general Villa me dice: ahora es tu oportunidad de pescarlos desprevenidos.
Colgado en el clavo de la puerta están las llaves de los baños. Alcanzo a contar diez de mis compañeros de salón. Unos hacen fila para entrar a la tasa a zurrar y otros también están en los lavabos.
Cierro despacio la puerta de entrada general. Le echo la llave. Suena la música del final del recreo. El griterío de los acuartelados en el sanitario. Yo fresco ya entrando en el aula.
Tremendo alboroto entre los pasillos. Se escucha hasta la dirección. Vayan a buscar al conserje. Lo encuentran taqueando en el puesto de fuera. En la madre, era la única copia. Intentan abrir la puerta con un gancho de ropa. Sin ceder un centímetro la cerradura. Los maestros buscan testigos de los hechos. Entre la multitud de voces se pierde una hora de clase. Supongo los acuartelados estarán pensando en pasar toda su vida en ese lugar. Comer aire y tomar solo agua de la llave. Desde dentro alguien dice fue Kevin quien nos dejó encerrados.
Van por mí al salón de sexto b. A los soplones los fusilamos me dice el General Villa. En la dirección, la maestra de planta y la directora me regañan. Soy inocente les digo. Usted aguante me ordena Villa. Vas a salir bien librado de la escaramuza. Cuento los azulejos de las paredes. Todas las oficinas de las escuelas donde me han expulsado antes son iguales.
Yo siempre les he dicho mi General Pancho Villa es quien me ordena hacerlo. Esta vez te la volaste, por no decir, te fuiste al baño. Villa me guiña un ojo. Le llaman a mi abuela a la casa. Llega corriendo.
Los niños siguen aún encerrados en el sanitario. Las llaves las llevo debajo de la trusa, entre los huevos. A ver escúlquenme. Hagan operación mochila. No van a encontrar nada. Esa es la prueba de mi inocencia.
Camino a casa en la esquina del baldío, me rasco los huevos y saco las llaves, tirando hasta el fondo del terreno. Caen entre la hierba crecida, sin sonar.
Mi abuela cree en cada una de mis palabras. Mandan traer al cerrajero. El caos escolar ya costó mil trescientos pesos por desarmar la cerradura. La puerta queda desvencijada. Me suspenden tres días de clase. Son como vacaciones pagadas en casa.
La abuela en el consultorio espiritista me pone a trabajar. Le llevo la agenda del día. Cobro las consultas y le preparo los amuletos. Las de polvo de oro, los amarres del amor. La veladora del General Villa brilla con más fuerza. Sonrío con mi espíritu guía.