Me pareció ver un lindo cationok
"En una playa próxima a cierto golfo crece un robusto y verde roble.
Un gato sabio, sujeto al tronco por una cadena de oro, da vueltas sin cesar en torno a él.
Cuando corre a la derecha, entona una canción, y cuando corre a la izquierda se pone a contar un cuento".
Prólogo de Ruslan y Liudmila.
Poema de Aleksandr Pushkin.
Por Ricardo Córdova
“Para entender a los rusos primero hay que comprender primero la relación que tienen con sus gatos”, y aunque la idea generalizada que tenemos de los rusos es que son toscos, secos, antipáticos, un pelín groseros, fríos como el viento peligrosos como el mar, la verdad es que ellos también tienen su corazoncito, el cual late al ritmo de los maullidos y ronroneos de sus amados micifuces.
Desconozco si ustedes ya lo sabían pero si existe algo que los rusos aman más que el vodka y el caviar es a sus gatos. Por eso no es sorpresa que Rusia ocupe el primer lugar mundial en el ranking de mininos por casa. Esto es: 59% de los hogares rusos tiene por mascota un michito, los cuales –resulta una obviedad decirlo- son tratados como verdaderos aristogatos de tan consentidos que los tienen.
De hecho es tanta la devoción por los felinos que es harto común llamar “gatita” de cariño a la novia (кошечка en ruso, se pronuncia koshechka) o a las hijas. Mientras que gatito se dice котенок (se pronuncia kotenok).
Gato toamndo el sol.
Y para que vean que la devoción por estos felinos es verdadera, en Rusia cada 1 de marzo se celebra el día del gato.
Igualmente es una práctica muy común que las babushkas (abuela en ruso) suelen adoptar gatitos para sentirse acompañadas y así depositar en alguien su cariño y atención.
Y a diferencia de lo que pasa en México (bueno, hablaré sólo de lo que a mí me consta: en la Ciudad de México y zonas circunvecinas) es sorprendente la cantidad de gatos que te puedes encontrar en las calles paseando plácidamente, pues acá la gran mayoría de ellos no están confinados a la casa, pero no sólo los ven en los caminos, en verdad ¡en todos lados! Es por ello que puedes toparte con más de uno en las entradas y pasillos de los edificios habitacionales y de gobierno, los jardines, los pasos a desnivel, las estaciones de autobuses, las bibliotecas, las escuelas, los mercados y hasta en los museos. ¡Vaya, que su territorio es prácticamente todo!
La mera verdad es que yo no soy muy fan de ellos, sobre todo desde aquella vez que uno -sin yo deberla ni temerla- me arañó gachamente y a traición la pierna, dejándomela peor que mensaje de Mara Salvatrucha en barda de lote baldío. Así que básicamente mantengo –salvo con aquel famoso Gato volador y el no menos célebre Gato con botas- con esas gatunas criaturas una relación de sana distancia.
Sin embargo, he de confesarlo, a veces me sorprendo cuando en un momento de debilidad ya estoy jugando y jalándole la cola al buen “филя” (se traduce algo así como “Felipito”), un gato que resulta ser algo así como el gemelo cósmico de Lisa, pues ambos son los mejores amigos y además tienen prácticamente la misma edad.
филя -aunque en años gatunos ya está algo madurito – me cae re bien porque no la hace de emoción ni anda incordiando a la audiencia practicando imaginarías cacerías de mis deditos descalzos (en Rusia cuando estás dentro de las casas o andas en pantuflas o andas en calcetines). Por eso me cae chido el chingüengüenchón.
филя hermanito cósmico de Lisa.
Por otra parte, dice Irina que los rusos tienen una gran consideración (yo diría devoción) por los animales -en especial por las mininos- como resultado de la influencia de las culturas del Medio Oriente (turcos, persas, árabes, hebreos).
Las culturas mediorientales promueven y practican un proverbial respeto y piedad hacia todas las criaturas del señor. Y eso es cierto. Los rusos resultan igual de prolijos para dispensar amor a los gatos que a las personas.
Es tal vez por ello que resulta tan frecuente encontrarte la siguiente escena: vas por la calle y puedes ver una bandota de gatos que se acercan a comer o a beber leche o agua a casas que no son las suyas y que son cien por ciento seguras para ellos, porque acá a nadie se le ocurrirá pasarse de lanza poniéndoles veneno o agregándole vidrios molidos a la carne. No, no. Eso no sucede o al menos esa salvajada yo nunca la he visto ni escuchado.
Minino descansando.
¿Cómo viven los gatos?
A pesar de que los departamentos no andan exactamente sobrados de espacio (la mayoría de la gente en las ciudades vive en edificios multifamiliares que -salvo excepciones- más bien pueden considerarse como pequeños) resulta fascinante ver cómo en los hogares rusos, los gatos -en la gran mayoría de los casos- cuentan con sus juguetes, sus areneros, su lugares para dormir y demás chunches para vivir a lo grande.
Ahora, que si hablamos de la tradición de consentirlos más que a mirreyes, es necesario remontarse al siglo XVIII, en los tiempos de la Emperatriz Isabel I (hija de Pedro el Grande). Ella fue quien dio la orden -en 1745- de acoger y cuidar a un gran número de gatos en su palacio, esto con la intención de acabar con la plaga de ratones que asolaba el muy famoso y además muy bonito Palacio de Invierno de San Petersburgo. Y como todo el mundo –no estoy diciendo que lo hicieron por lambiscones- quería emular a la Emperatriz, entonces también comenzaron a adoptar gatos en los hogares rusos, desde la alta nobleza hasta las clases más bajas.
Han pasado cuatro siglos y aunque los Romanov, los bolcheviques y hasta los nazis ya se fueron, los gatos siguen allí: en el Palacio de Invierno y hoy Museo del Hermitage. ¿Conocían ustedes que hoy día viven en el museo 70 gatos cuya misión primordial sigue siendo mantener a raya a la población de roedores? Pues, efectivamente es así.
No quiero dejar de mencionar que además del profundo amor que los rusos sienten por sus gatos, también les profesan un sincero y conmovedor agradecimiento: durante la 2a Guerra Mundial y en especial durante los durísimos sitios que sufrieron por parte de los ejércitos nazis las ciudades de Leningrado (actual San Petersburgo) y Stalingrado (actual Volgogrado), miles de gatos fueron sacrificados y sirvieron para alimentar a las hambrientas poblaciones de ambas ciudades, salvando a miles de personas que se encontraban atrapadas en medio del fuego entre sitiadores y sitiados.
Es por ello que en las calles y parques de ambas ciudades no es extraño encontrar muchas estatuas en agradecimiento a los héroes mininos. Yo creo que es un lindo homenaje de los habitantes hacia esos próceres de cuatro patas. Yo suelo decir que las personas somos mejores que los animalitos, pero creo que en realidad son los animalitos los que nos hacen mejores personas. ¡Miau!
Micifuz de las estepas.
Y bueno, me encantaría seguir contándoles más historias y anécdotas de los gatos de estas tierras, pero Pancho y Rancho (ese par de quelonios que más que tortugas marinas parecen gatos en celo), ya están alterados pidiendo que les dé su comida…se me hace que para tranquilizarlos los torturaré con la gata bajo la lluvia…