Placeres culpables

“Pienso en la música como un menú. No puedo comer lo mismo todos los días”. Carlos Santana.

Por Carlos Meraz

Los placeres culpables son aquellos que no nos atrevemos a decir en público, porque nos dan vergüenza o porque desacreditarían todos aquellos gustos de los cuales nos podemos vanagloriar en público.

Los “guilty pleasures” —mal llamados placeres culposos, pues más bien serían ocultos— es un término tan subjetivo como personal, que nos recuerda o nos aterriza cuando nos elevamos en gustos exquisitos, incomprensibles o snob, pues son muy pocos los que se escapan de esos artistas o canciones que no son buenos e incluso se sabe que a veces ni siquiera alcanzan un mínimo de calidad.

Los placeres culpables, expresados específicamente en la música, son un gozo lúdico y eminentemente hedonista, pero siempre con una carga represiva que suele interpretarse más como un defecto secreto, que como debieran ser: una forma inconsciente para dejar de lado cualquier prejuicio y disfrutar sin escrúpulos de cantantes o grupos ajenos a nuestros exigentes gustos sonoros.

Aunque nuestros oídos no se hayan criado en la fila de las tortillas o con la estridente bocina de los puestos callejeros afuera del Metro, es imposible abstraerse y negarse a escuchar canciones que toman por asalto nuestra conciencia y, a la postre, se alojan en nuestra memoria, no como un virus capaz de dañar nuestros valiosos archivos musicales en la mente sino para hacernos descubrir que, al menos musicalmente, podemos ser eclécticos y tal vez, algún día, auténticos melómanos.

Todo es tan relativo en los placeres culpables de la música, puesto que lo que ahora es kitsch u hortera, en el futuro puede convertirse, por obra gracia de la nostalgia o el consenso de los medios, en un fenómeno masivo o hasta de culto. Ejemplos de ello serían Timbiriche, Flans, Los Ángeles Azules, Ricky Martin, Marco Antonio Solís, Camilo Sesto, ABBA, Carpenters, Village People, Boney M, Mijares o Maná por citar algunos.

Otros aún faltan ser canonizados por el tiempo para dejar de ser un simple mal gusto reprimido e inconfesable, como serían los casos de Caló, Kabah, Britney Spears, Miley Cyrus, Katy Perry, Cyndi Lauper, Mariah Carey, Ricardo Arjona, Belinda o Fey.

Si la música debiera ser una práctica libre de expresión, no siempre artística pero al menos sí sonora, ¿por qué el escucha hereda esa culpa cuasi religiosa que no se quita ni con la mas severa penitencia? Por ello mientras nuestra mente nos condena, el cuerpo libera endorfinas, dopamina y serotonina, en un paradisíaco cóctel de felicidad. La música libera, no esclaviza y, paradójicamente, no hay nada más inocente que el pecado auditivo de los placeres culpables.

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