Señalar al enemigo en tiempos de Covid

Por Roberta L. Flores

Hace unos días tuve que ir al hospital por vez primera en tiempos de Covid. Me recorría una intermitente sensación de desprotección. pero teníamos que estar ahí para el tratamiento de mi mamá, imposible de aplazar. Pensaba mil cosas, la ansiedad apresurada me aventaba mil ideas que llegaban a la cabeza como ráfagas de fuego, que yo a duras penas podía cachar y organizar… sólo sentía ese calor en el cuerpo tenso. Lo único que era capaz de pensar era ¿cómo va a ser esta vez la sala de espera? ¿será igual que siempre, con muchas personas juntas esperando esas 6 o 7 horas? ¿Se pararán todos al mismo tiempo cuando salga el personal de enfermería a recoger los carnets haciendo una compacta bola humana con cero distancia sana?

Si, eso pasó.

También pasó que mi estancia en el hospital se concretó en convocar todo el tiempo a Susana Distancia para mi mamá y para mí. Lo logramos bastante bien. Pero por momentos venía la preocupación, cada que veía tanta gente ahí sentada una tras otra; cada que fijaba la atención en ese gran hospital que suplicante pide a gritos ser cuidado y reconocido. Cada que veía salir al personal de salud y me enfurecía que no hubieran considerado cambiar el procedimiento de espera y asignación de turnos.

En algún momento me salí a un pequeño patio contiguo y sin gente, con el riesgo de no escuchar cuando nos llamaran. Pero confié en que en los próximos diez minutos no habría novedades. Una mezcla de enojo y preocupación amorfa recorría mi cuerpo: en los hombros encogidos y duros, en la espalda anudada y en los labios apretados. Respiré y cerré los ojos. Dejé de pensar en escenarios que no estaban sucediendo, me conecté con el momento. Sentí el sol sobre mi piel y sentí la seguridad de ese efímero espacio de 150 centímetros cuadrados. Traté de invocar con mi mente algunos espacios seguros para mí y así recordé que mi mamá estaba en un rincón que nadie había descubierto, ahí sola, sentada, esperando tranquila con su inquebrantable sonrisa para mandar desde su WhatsApp pensamientos positivos a las personas que ama.

No supe cómo pero de ahí apareció en mi mente la persona que vestía bata blanca sobre la que –minutos antes- había descargado en pensamientos todo mi enojo. Recordé las conversaciones a las que mi mamá le había invitado tiempo antes, cuando la cercanía era segura y cómo ella siempre regresaba a casa agradecida por su trabajo. Seguí pensando en esa persona…  ¿por qué alguien podría decidir trabajar en un hospital público cuando el sistema de salud estaba tan carenciado? Y con todo ello ¿qué significaría trabajar en el sector salud en tiempos de Covid? ¿qué harán son sus propias dudas y temores? ¿cómo metabolizarán todo el miedo traducido en ansiedad o enojo que reciben de las personas usuarias?

Me dieron unas enormes ganas de llorar por ver la injusticia que vivimos todas y todos. Decidí respirar hondo para contener las lágrimas porque no me parecía buena idea llorar sin poder tocarme la cara. Pero el sentimiento estaba ahí. Era una impotencia combinada con compasión. Y me sentí profundamente cercana a esa persona que entraba y salía y que –ese día- no estaba muy dispuesta a escuchar nuestras preocupaciones. Ahí estábamos todas y todos sin poder escucharnos y levantando un frío muro que nos confrontaba. ¿Cómo llegamos a esto?

Así, de pronto tomó forma en mi mente ese personaje de doble cabeza, insoportable, grande, verde y soberbio en su versión más voraz, neoliberal y depredadora, capitalismo por un lado y patriarcado por el otro. Me di cuenta que él es quien nos distancia. Es él quien produce tanto enojo, es él el que hace que el equipo de salud esté desgastado, poniendo una barrera emocional para lograr dar su trabajo en condiciones tan precarias. Es él quien ha seducido tenazmente a gobiernos ambiciosos para  desmantelar sus sistemas de salud y descuidar sistemáticamente a las personas. Es él quien ha privilegiado la producción para devaluar la reproducción y el cuidado. Es él quien en estos días decide quien tiene el privilegio de quedarse en casa y quien no.

Gracias a él hoy, este virus es tan poderoso. No hablo de biología, hablo de la epidemia de desigualdad, discriminación e injusticia que se expresa en la precariedad laboral y humana que vivimos. Hablo del desprecio por el cuidado de la vida y la crisis que eso conlleva, donde cuidarse y brindar cuidados no es algo de libre acceso para todas y todos. Ese sistema es el gran virus. Ha penetrado silenciosamente en nuestras economías pero también en nuestra manera de ver y pensar el mundo, de desear, de relacionarnos, de consumir, de trabajar.

No sé si esta epidemia nos va a transformar radicalmente, aunque lo deseo fuertemente. Pero espero que al menos nos haga sumarnos a las críticas que ya hay sobre este sistema económico y social que tanto nos daña y empecemos a practicar otras formas de relacionarnos y organizarnos. Pero sobre todo, que empecemos a escucharnos y a mirarnos, porque el enemigo NO es esa persona desgastada de bata blanca que hace lo mejor que puede con lo poco que tiene. El enemigo es ese monstruo de doble cabeza insoportable, grande, verde, soberbio, voraz y depredador que se alimenta de la sumisa aceptación de sus reglas. Es él, no hay más y dejar de alimentarlo es nuestra responsabilidad.[i]

Morada: narrativas cotidianas

Roberta L. Flores Ángeles

Esta es mi morada… en la cual quiero compartir algunas reflexiones que me asaltan de vez en vez. Soy psicóloga y elijo ubicarme desde la terapia narrativa y el feminismo como una forma de preguntar(me), mirar(me), dialogar(me). Me interesa mucho generar conversaciones dentro y fuera del consultorio que abonen a que las personas nos vivamos desde identidades preferidas.

https://www.robertaterapia.net/

 

[i] El covid19 es una amenaza real para toda la humidad pero el sistema capitalista nos ha robado tanto que hoy cuidarse es un privilegio. En mi caso, soy de las personas que puede hacer el #quedateencasa sin sentir que eso significaría que mañana no habrá para comer. Desde ahí me pregunto, desde ahí he tenido buenos y malos días, desde ahí he tenido miedo, desde ahí he podido hacer algunas cosas que me hacen sentir bien. Desde esa posición privilegiada es que tengo la posibilidad de escribir estas líneas.