Veinte años

El próximo 1 de junio se cumplirá el vigésimo aniversario de la coronación de las Chivas en el estadio Jalisco jugando frente a Toros Neza. La coincidencia es que en el banquillo rojiblanco se encontraba Ricardo Ferretti y justo esta semana, el famoso Tuca estará enfrentando al Rebaño, pero del lado contrario, dirigiendo a los Tigres de la Universidad de Nuevo León.

Aquel equipo de Toros era de lo más pintoresco. Igual salían enmascarados que con el cabello teñido de colores y además, jugaban muy bien. El partido de ida, celebrado en el estadio de la populosa Ciudad Nezahualcóyotl, arrojó un empate que dejaba todo el drama para dirimir la supremacía en la bella Perla de Occidente”.

Entre los elementos que formaban la plantilla mexiquense estaban el gran guardameta Pablo Larios, el hoy exitoso director técnico Miguel Piojo Herrera, Memo Vázquez, Germán Arangio, el Pony Rodrigo Ruíz y el más emblemático de todos, el Turco Antonio Mohamed con todo su ingenio, desparpajo y sobrepeso. Todos ellos dirigidos por mi estimado Profe Enrique Meza.

El chiverío no crea usted que presentaba grandes nombres, pero los más connotados eran sin duda el Emperador Claudio Suárez, Alberto Coyote, Ramón Ramírez. El Tilón Paulo César Chávez y el Gusano Gustavo Nápoles, quién se despachó con cuatro tantos para erigirse en el héroe de la contienda.

Entre los recuerdos va esta anécdota que quiero compartir con ustedes. Yo era el árbitro del partido y el día anterior había ido a comprar un encargo. Hasta la fecha existe en Guadalajara una tienda de vinos y licores llamado “Súper La Playa”, donde se podía conseguir un tequila muy bueno, pero que solo se vendía en Jalisco llamado “El Tequileño”. Total que para no hacerle a usted el cuento muy largo, adquirí cuatro pomos de un jalón.

Al día siguiente, como ya no regresaríamos al hotel y al estadio íbamos en taxi, pues se me hizo fácil echarlos a la maleta donde llevaba mi uniforme y mis artículos de arbitraje. Los policías que cuidaban la circulación en la zona aledaña al Jalisco, con el criterio proverbial que los caracteriza, no dejaron pasar el auto y nos fue a botar como a dos kilómetros de la entrada. El visor era mi compadre Gastón Goñi, un hombre digamos, mayor. Se ofreció a cargar el maletín y yo nomás oía como tintineaban las botellas. Llegó al vestidor bañado en sudor y cuando abrí el bolso y vio mi preciada carga me dijo: “Te puedo cargar el equipaje, compadre, pero esto son chingaderas”. A veinte años mi compadre ya no está y las botellas, tampoco.