Ciudad afortunada

Por Aranxa Albarrán Solleiro

Desde niña, la ciudad de Toluca me parecía uno de los sitios más fascinantes del territorio mexicano, y es que a pesar de mi poco acervo turístico, sabía bien que en muy pocas partes del mundo podría sentir -con colosal emoción- lo que en mis venas se presentaba al pisar sus calles. Hidalgo y Morelos, paralelas avenidas a lo que su gente con fortaleza demuestran en su andar. Las dos tan llenas de negocios por ambos lados de sus aceras y los semáforos brillando con una sincronización que hasta alegra la retina. Verdes, rojos y amarillos despampanantes mientras centenares de autos esperan o apresuran su movimiento sin darse cuenta que son parte de un desfile extraordinario.

¿Por qué tan poco quiere la gente a su ciudad? Me preguntaba al notar las coladeras que cada día se percibían más contaminadas. Mi incredulidad de la falta de aprecio a la tierra que los sostiene a diario me inyectaba un dejo de desconsuelo y a la vez, de decepción. ¡Los botes de basura! Me decía con certeza. Tal vez esa sea la solución pero admiraba a lo lejos, siempre a lo lejos, a los transeúntes tan acostumbrados a ello, que al toparse con un depósito de desecho, simplemente lo brincaban como si se tratará de una competencia olímpica de vallas. ¡Bueno, qué tan poco quieren a su ciudad! Revoloteaba la voz dentro de mi cabeza.

No recuerdo con exactitud la primera vez de mi visita al Cosmovitral, empero, evoco despacio y con aprecio lo que sentí una tarde acompañada de mis padres al sumergirme entre sus destellantes vitrales que a cualquiera baña de luz, de un resplandecer que dura por lo menos, una vida entera. Cuatrocientas especies de plantas, de flores, de maravillosos seres que oxigenan el alma del humano. Al fondo, me tocó apreciar a mis escasos nueve años, a un grupo excursionista de una primaria, arrancar una de las hojas de los Crisantemos blancos. Me llené de una furia envidiable que corrí a gritarles. En mi vida, estas flores son casi de un tenor sagrado porque eran favoritas de mi abuela y crecí con el amor y la conexión singular que se desarrolla dentro del cuerpo humano con un ser vivo, “elemento inerte” para algunos legos. Tal vez si supieran que China se los heredó a Japón quien lo adoptó como una flor bendita porque simboliza la vida larga y por esa razón su bandera tiene un cirulo rojo que no solo hace referencia a un sol, sino a la flor despojada de sus pétalos.

¡Qué tan poco quieren a su ciudad! Me lo decía nuevamente. Mientras caminaba por un monumento que representa a Don Quijote de la Mancha y a Sancho Panza, que aseguro, nunca dejo de admirar sin repetirme la frase creada por Cervantes “confía en el tiempo, que suele dar dulces salidas a muchas amargas dificultades.” Qué agradecimiento a uno de los más grandes literarios, en una plaza que lleva por nombre el país donde nació. Sin embargo, sus citadinos confluyentes y vendedores establecidos en el espacio me confesaban despacio: ten cuidado, aquí roban mucho y a pesar de ello, trataba de abrazarme a la idea de que la ciudad seguía emitiendo una belleza única y espectacular.

A unos pasos, me hallé en un recinto cultural de impresionantes columnas robustas, bóvedas de cañón y una monumental escalera de poco peralte: el Museo de Bellas Artes. Sus obras de arte resguardadas nos explican con frenesí la magia artesanal de Villalpando, Cabrera, Coto y Gedovious pero que entristecidamente, solo entran a él alrededor de diez personas diarias, sin contar a los excursionistas que por obligación primera, se tratan de regocijar en él. ¿Sabrán que es uno de los sitios culturales más baratos de México? Posiblemente diez pesos aún no sean los suficientes.

Toluca erigida hace 207 años, tan única por sus fiestas y carnavales con evocaciones a los de Europa. Tan rica en historia con tan solo adentrarse en su Plaza de los Mártires que conmemora el fusilamiento de 100 prisioneros insurgentes durante la Guerra de Independencia. Toluca de “mosquitos” que servían para sobrellevar los fríos intensos desde 1933, considerando que su creación tarda aproximadamente 11 meses desde su fermentación en barrica. Toluca casa del Dios Tolo. ¿Sabrán tus hijos quererte más ahora que vuelvan a ti?

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