Clock House London

Por Aranxa Albarrán Solleiro / Confesiones de turista

Vivimos una semana en Clock House, todavía forma parte de Greater London. Teníamos que ir siempre a la estación de London Bridge para tomar el tren que tardaba casi 30 minutos en llegar. Pasábamos por 8 o 9 estaciones. Un día nos perdimos por mi culpa. Tuvimos que bajar irremediablemente a las 10 de la noche en un barrio con una apariencia lúgubre que calaba de miedo las entrañas e insertaba un sentimiento de peligro interminable. Al descender encontramos una pandilla similar a la de Nueva York en los 80. Eran aproximadamente cinco chicos de entre 17 y 22 años, con otra chica y un bulldog. La imagen exacta de lo que la mente retrata al pensar en aquellas películas de malicia inacabable.

Junto a nosotros había una familia que parecía un poco perdida también, la diferencia era que ellos podían pasar desapercibidos para los chicos de aspecto neoyorkino. Sin conexión a Internet, sentí lo peor del mundo, que íbamos a quedarnos allí, que íbamos a tener poca fortuna para salir ilesos y tener pocas oportunidades de llegar a la casa de Helen con su esposo y sobrino Nicholas. Iba a ser la culpable de dar fin a la mejor historia del mundo, por la razón de que ese día habíamos ido a Abbey Road y al Museo Tate, mi alma estaba infestada de luz, hasta ese momento.

Miradas bombardeantes nos amanezaban y nos hacían pensar que nuestra respiración era incluso, una detector de miedo de aquel bulldog que olfateaba a cualquier objeto que se movía. Mi corazón pedía con fuertes latidos detenerse. Ángel, mi amigo, volteaba constantemente queriendo hundirme por el peligro que por distracción y negligencia instalaba en esos momentos.

<<No conocemos a nadie aquí. ¿Te das cuenta del peligro que estamos pasando?>> Me dijo con voz de estruendo y enfado. No sabía qué decir, me destinaba a guardar silencio y bajar la mirada, me sentía la más pequeña del universo. Deseaba evaporarme como las gotas de sudor que brotaban de la frente de los dos.

- El siguiente tren pasa en diez minutos. Son los suficientes para que ocurra todo. Continuaba el incesante reproche.

- Por favor, ten calma. Cometí un error grave, me siento muy mal. No me digas que pasará algo, te lo suplico.

- Eso debiste de pensar antes de subirte al tren sin darte cuenta del nombre.

De inmediato, se acercó el padre de familia que esperaba también a nuestro lado. Un hombre de color, con facciones un tanto toscas y una mirada que leía a voz alta la historia de lucha y extrema pelea por defenderse a él y a los suyos. <<Todo está bien, el reloj marca veinte para las ocho. Si resulta ser el tren que la niña (su hija) dice, llegaremos a tiempo>>. Le comenta a su familia con la porción de tranquilidad y valentía que en esos momentos tenía yo despojados.

Alcé la mirada, en la parte superior se encontraba un puente que conectaba a la zona residencial del barrio. Una silueta que portaba un vestido y zapatillas extravagantes se dibujó suavemente bajo la luz emitida por el único faro que pretendía iluminar la estación. Sus pasos hacia el otro lado de las escaleras taladraban mi cabeza, era como percibir un fuerte eco, como si nos encontráramos en un salón inmensamente vacío. Ángel no dejaba de verla hasta que ella le dejó fija la mirada. Su rostro se empalideció, la sangre probablemente dejo de correrle por las venas y por consiguiente me secaba internamente yo también. Un bolso en la mano derecha y la izquierda cargando un cigarro que aspiraba con entusiasmo y una decisión envidiable. Un escalón abajo y después el otro hasta llegar al final. Se postró frente a nosotros y justamente un minuto después llegó su tren. Volteó como queriendo despedirse y nos sonrío mientras se cerraban las puertas. Mi piel se estremecía, probablemente una parte de mi espíritu se fue en esos momentos con ella.

El líder de la pandilla solamente nos observaba con un detenimiento penetrante, para ellos por supuesto, éramos los turistas, ni siquiera si hubiéramos cambiado de atuendo o demostrando la actitud más tranquila, hubiera sido posible salvarnos y pasar desapercibidos por ellos. Cuando las respiraciones que dábamos se hacían más profundas y aceleradas, nuestro tren arribaba. Pusimos pie dentro de él, Ángel se sentó frente a mí y yo frente a él, de ese modo nos cuidábamos las espaldas. Los seis chicos se colocaron tres asientos atrás de nosotros, el bulldog nos rodeaba hasta que uno de ellos se levantó por él. Se detuvo un momento y nos sonrío de manera hipnotizante y electrizante. Dos paradas adelante se detuvo el tren anunciando Charing Cross, el freno soltó un estruendoso rechinar y la pandilla descendió. Inmediatamente se inundó de una paz avasalladora cada rincón del transporte.¿Hubiera sido posible que nos salváramos y fingiéramos no ser extranjeros?

Llegamos a nuestra parada después de 10 minutos. Saltamos del tren temblando o al menos yo estaba a punto de colapsar, caminamos entre ese triste suburbio de Londres, por la noche el lugar parecía como si estuvieras dentro de una película de terror. El más mínimo ruido ahuyentaba a cualquier paseante o criatura, las sombras de lo perdido y nocturno crearon un escenario gélido. En mi cabeza creaba una especie de historia en la que simplemente esperaba a que cualquier señal se presentara para correr con el corazón latiendo fuertemente, tanto que es posible que salga de mi boca.

Llegamos a las 10 de la noche, Helen nos esperaba ya. Mi cabeza quería explotar, todo mi cuerpo también. Nos fuimos a la cama y al día siguiente, todo se convirtió en un sueño otra vez.

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