Gentrificación turística

Por Aranxa Albarrán Solleiro

Sobre las callecitas de la colonia donde las penumbras del caos turístico se retacan, estaban conversando los señores de bigotes afilados, lentes ennegrecidos y corbatas fosforescentes:

-¡Pinches pobres! No saben lo que estamos a punto de hacer. Este espacio nos traerá un chingo de billetitos, solo será cuestión de pensarle bien cómo le haremos para sacarlos de sus casuchas, que, tantito nos cae un temblor, se vienen para abajo.

-No sea mal hablado en voz alta, Inge. Ya sabe que aquí hasta las paredes oyen, si nos escuchan los meros, meros de la colonia, no dude que salen con sus navajas o de perdida con sus desarmadores y nos pican. Los billetitos se nos esfumarían. Mejor calladitos, ya sabe, así nos vemos más bonitos.

-Ya vas a empezar tú de pinche santo. No aguantas nada. Y si salen para hacerme algo, fácil les disparo. Aquí mis chicharrones truenan, González, no se te olvide.

González permaneció inmutado, prefirió darse la vuelta y empezar a explorar mejor el terreno para darle las medidas precisas a los arquitectos que serían los dueños del proceso de transformación. La estrategia de despojo posiblemente será sencilla, lo único que faltaba era hallar el edificio o terreno baldío para apropiarse de él y construir un nuevo resort. Así los habitantes circundantes, entenderían la jugada: creer que su espacio empieza a “crecer”, a “desarrollarse”, a “mejorar”, para hacerles opinar que su ciudad, especialmente su colonia no será considerada jamás como un sitio de pobreza o marginación, o lo que es mejor, se volverá un sitio seguro, pues el tipo de construcciones lujosas o el recibimiento de más gente, <<la plusvalía>> según Marx, crean en el imaginario que se está viviendo mejor, que la gente mala, empieza a extinguirse.

Pasaron tres meses apenas de aquel encuentro entre González, el Inge y los lugareños de la Roma y la Condesa cuando un sábado por la noche, arribaron cerca de la casa de los Uribe tres camionetas repletas de maquinaria para derribar la casa de al lado, perteneciente a los más antiguos habitantes de las colonias. Como bombardeos guerrilleros, penetraban los oídos de cada uno. Los niños: Ricardo, Ángel y Susana, lloraban porque las paredes de su habitación compartida vibraban. Atemorizados preguntaban:

-¡Papá, papá! ¿Van a tirar la casa? ¿Por qué? ¿Quiénes son?

Francisco Uribe, su padre, solo les abrazaba, atónito y absorto de lo que sucedía en la casa vecina. De pronto, en un silencio prolongado, -posterior a las más de cinco horas de golpeteos- provocó que el portón de su casa sonará. Paco salió, se persigno antes de abrir y suplicó que no les pidieran abandonar su hogar.

-Buenas. Dijo un muchacho de unos 20 años. Disculpe que le interrumpe, señor, pero me mandaron a decirle que vamos a estar trabajando aquí a lado para derrumbar la casa ésta. Tal vez nos lleve toda la semana, le pedimos que tenga paciencia.

-Buenos días, joven. ¿Podría saber la razón por la cual la tiran?

-No sé, Don, la verdad solo me mandaron a trabajar, pero según dicen algunos de mis compañeros que van a hacer una plaza o algo así.

-¿Y plaza de qué o para qué?

-¡Uy! No le digo que a penas sé, pero supongo que para hacer unas boutiques o galerías. Ya ve que eso se hace mucho aquí, según que para el turismo y para ayudar a los artesanos. Puras muinas, Don, porque eso solo lo ocupan para hacer publicidad en los gobiernos y más aquí, quesque porque es la capital es uno de los mejores destinos turísticos del mundo.

Paco le agradeció, le ofreció un vaso de agua por el sol incandescente de aquella tarde. Horas más adelante, recibió un folleto que decía:

“Estimado vecino, le solicitamos cooperación para la construcción de la nueva plaza turística, misma que nos traerá beneficios a todos, pues tendrán espacios para vender productos, se obtendrá una oportunidad laboral en la ciudad, así como mayor plusvalía. El desarrollo que estamos alcanzando, empieza a vislumbrarse por fin. Seamos comprensibles todos.

Atentamente El Gobierno de la Ciudad.”

La esposa de Paco lo leyó mientras barría y sonrío con fuerza. Recitó en su mente: “¡vaya! Hasta que por fin nos toman en cuenta” y acto seguido, lo leyó ante la familia.

La gentrificación por motivos turísticos, es una de las problemáticas silenciosas que ha desarrollado el sector durante décadas. Las poblaciones, padecen mecanismos de destrucción de sus hogares, un despojo aletargado para la acumulación de capital de empresarios millonarios, que, con ideas, les hacen creer que su espacio será beneficiado con comercios instalados tras la apropiación del espacio. No obstante, el crecimiento de afluencias de grupos sociales, provocan la compra de más propiedades como la casa de los Uribe, por el aumento del costo de vida y el valor del suelo. El desarrollo se presenta, sin duda, pero ¿para quienes exactamente?

Confesiones en: Twitter: @aranx_solleiro, Instagram: @arasolleiro y aranxaas94@gmail.com

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