Italia. Volumen I

Por Aranxa Albarrán Solleiro 

Confesiones de turista

Los sueños se vuelven realidad. Lo he dicho tantas veces atrás. Mi sueño lo viví hace nueve meses. La primera vez que estuve en Italia, me sentí extremadamente feliz. Mi corazón latió fuertemente. El viento lo sentía lleno de oxígeno. Mis oídos se rodearon de la lengua más hermosa del mundo. El primer eco de un pronto me dibujó una sonrisa grande en el rostro.

Me extravié, la conexión a internet de un café me salvó la vida. El primer pannini ha estado maravilloso, el tomate ha hecho bailar a mi paladar.

- ¿De dónde eres? Me preguntó la señora que atendía junto a su esposo.

- México.

- ¡Qué alegría y sorpresa! Hace poco estuve por allá y me encantó. Estás muy lejos de casa.

- Sí, vivo en Dublín. Estudio allá.

- ¡Excelente! ¿Es tu primera vez en Milán?

- Sí, sí. Le respondí con cara de espanto.

- No te preocupes. Estamos aquí si necesitas algo.

Mi alma está en alegría. Tomo un taxi, hablo de México, de la vida en Milán, de Barcelona, de Dublín. Las calles son un recuerdo vivido de mi tiempo en España. ¡Qué grande! ¡Hablas italiano muy bien!

Once años sumergida en la lengua y en todo lo posiblemente relacionado con Italia, ha valido la pena. Me comparte ella (mi taxista) del metro y de los lugares más visitados de la ciudad. Cuando de pronto arribo a mi destino, 15 euros por pagar. Me dirijo al departamento. Hago sonar el timbre.

- ¿Quién es? Me pregunta Thuy.

- Hola, soy Aranxa. He llegado ya. Respondo incrédula de todo lo que ocurre en mi día.

- Muy bien. Entra por favor. ¡Bienvenida!

El reloj marca las ocho de la noche, Rebe y Ale ya se encuentran conmigo mientras nos aventuramos a nuestro primer destino: la Galleria Vittorio Emanuelle. Nuestros ojos se destellan de todo, de cada detalle. Encontramos un grupo de Harekrishna y por supuesto George Harrison me atraviesa la mente. Bailan y cantan. Envuelven a todo el recinto con sus palabras y sonidos. Tomo una fotografía. Mi cabeza vuela, se evapora.

Son las diez y media de la noche ya. Somos las únicas en el metro que nos cuesta tres euros. Caminamos a través de un parque comunitario en donde las personas se divierten tomando un poco de birra y pasean a sus perros. Una pareja de novios sentados en una banca bajo un faro que alumbra el tierno encanto de sus besos, parece un cuento de esos de Pitol o una de sus mejores novelas, “Juegos florales” específicamente, con Raúl y Billie escondiendo su amor furtivo.

Llegamos de nuevo al apartamento número tres. El mejor día de mi vida comienza a esfumarse.

Bendita Italia. Mi Italia anhelada.

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