Mineral de Pozos

Por Aranxa Albarrán Solleiro / Confesiones de Turista

A una hora con cuarenta y cinco minutos subyace en el territorio el legendario Cómala de Rulfo, donde todo asemeja un espacio desértico habitado solo por los fantasmas que aseguraban la perpetuidad de Pedro Páramo.

Mineral de Pozos es uno de los seis Pueblos Mágicos en el estado de Guanajuato, desde 2012 fue catalogado así por su riqueza cultural, histórica y natural, especialmente por ser uno de los sitios con mayor importancia para la minería en México.

No obstante, su tierra ha sido edificada gracias a la sangre y vida de grupos chichimecas, quienes hasta el momento, siguen existiendo con un alma y corazón que demanda respeto para sus raíces y ancestros.

El arribo de Jesuitas, fue culpable del descubrimiento de su bondadosa fuente mineral en su suelo, montañas y rocas, en tanto que por defensa de proteger la plata que habían acumulado en trabajos mineros en Zacatecas, se excavó en las profundidades del territorio encontrando sorpresivamente su exhaustivo cumulo de oro, plata y mercurio.

Por supuesto, no solo de ello se presume. En aspectos históricos, su participación en la Guerra Cristera fue fundamental, acogiéndola sin gusto por nueve años consecutivos, despojándola de ser una de las ciudades más importantes de la entidad, ya que miles de habitantes fueron asesinados dejándolo con al menos 200 residentes, convirtiéndolo prácticamente en una comunidad y pueblo fantasma.

Su altura de 2 mil 270 metros, casi similar a la de la Ciudad de México y Toluca, provoca que el viento calé los huesos, las manos y las articulaciones. Un sol quemante a momentos y una escases de lluvia, dibuja el piso con cuarteaduras que de inmediato transportan a películas de vaqueros y una sinfín de cuentos que solo las mejores plumas han sabido crear.

Por ello, diversos directores fílmicos han sido cautos de su encanto y peculiaridad, creando películas como Pedro Páramo (1967), A Walk in the Moon (1987) y Pancho Villa (2003), lo que ha permeado en su promoción turística y aceptación de viajeros como uno de los sitios más interesantes del territorio guanajuatense.

Sus calles empedradas evocan de inmediato una especie de comodidad hogareña. Su gente que a pesar del frío, atiende a los pocos turistas que se avivan aún con el tiempo pandémico y quienes se regocijan de lo que el pueblo les regala en cada suspiro.

Fue el domingo 1 de noviembre del presente año, cuando tomamos la decisión Rebeca, Alejandra y yo, de subirnos a un autobús que nos transportó de la cabecera municipal al pueblo, alrededor de una hora tuvimos que permanecer dentro de él, con una ventilación dependiente solo de las ventanas abiertas y un paso “atortugado” haciendo paradas en cada esquina que se presentaba en el camino. Ahí, la gente conserva una creencia de ser exentos por afectaciones del virus pululante en el mundo, de los veinte pasajeros, solamente diez portábamos un cubrebocas, los demás abanderan el lema “aquí no se ha sabido de nada, esto es puro invento que dicen en la tele o en periódicos.”

La vida parece que se instala en un pasado e incluso un seudoperiodista, sube con un bonche de periódicos que anuncian las noticias de hace dos semanas, se dice ser investigador y vende su revista por veinte pesos, engrapada y a blanco y negro. Vale probablemente la pena, no por la información añeja, sino por la serie de chistes y adivinanzas que redactan sus tres integrantes o probablemente él solo.

En carretera la cual bombardea la mirada con cactus infestos de tunas rojas, colorean el paisaje densamente empolvado cual bandera de México. Arribamos junto con cinco personas más, descendimos en el centro, cuando al pisar el suelo nos atacaron probablemente tres guías de turistas para vendernos paquetes majestuosos de actividades y recorridos en las mejores haciendas mineras y los campos de lavanda del cual, sin duda, se sostiene turísticamente el destino.

Aceptamos tras una insistencia insoslayable de un muchacho en sus tempranos veintes y el resto, como dirían algunos “es historia”.

Durante la espera para dar inicio al recorrido el cual tenía una duración de tres horas y media con un costo de 350 pesos, caminamos por sus puestos de esquites, huaraches, chicharrones preparados con salsa, cueritos, lechuga y crema, tamales, atole y hasta restaurantes que presentan una carta extravagante de platos vestidos de acociles y chiles en nogada, a pesar de la caducidad de la temporada.

Catorce subimos a la camioneta que nos llevaría a la Mina Cinco Señores, ubicada en una ex Hacienda, nombrada así por sus cinco creadores provenientes de países como España y Francia. La imposible sana distancia, obliga a quienes asistimos a utilizar cubrebocas para salvarnos un poco del aire compacto que se respira.

Llegamos, lo que podía pensarse intacto, ahora se encuentra en forma de ruinas, por lo que su fantasmal aspecto se incentiva y Alejandro, nuestro guía, advierte evitar alejarnos por posibles encuentros desafortunados con serpientes que podrían culminar una visita exitosa. Vibraciones de mujeres, niños y trabajadores explotadas y esclavizados, caminan a paso firme junto a nosotros. Situaciones paranormales se presentan en la cámara y para enriquecer el suspenso, Alejandro comparte relatos incesantemente para enchinarnos la piel, más de lo que ya lo hace el frío.

Nueve kilómetros caminamos entre subir y bajar cavidades extremas que fortalecen las piernas, debilitan las palmas de las manos por el roce constante con la cuerda que ayuda a la supervivencia al salir y entrar. El polvo se cuela por el cubrebocas, se pone en duda su efectividad para protegerte del perdurable y afamado asesino invisible Sars-CoV-2. Alejandro nos vanagloria por el esfuerzo, no obstante nos recalca que personas de 90 años lo han hecho formidablemente mejor que nosotros.

Nos dirigimos a Santa Brigida, la ex Hacienda más importante en términos mineros, al momento que nos dirige a la construcción diseñada por Jesuitas para el trabajo de excavación, la cual indudablemente, vuela la mente con tan solo pisarla. Fotografiamos todo, hasta que Alejandra siente a sus espaldas la presencia del ya difunto vigilante que apresuraba el paso de trabajadores para “rayar” su labor semanal. Se inmuta, pensando que éramos Rebeca o yo quien la detenía y la inmovilizaba. Hasta que Alejandro nos comparte una fotografía de un turista captando al ente espiritual que permanece atento en la entrada.

Salimos ilesos, al menos quiero pensarlo y tras más de tres horas y media, culmina el paseo, con un nocturno espeso en aquellas calles coloridas mientras la luna nos alumbra, como en la canción.

Confesiones en: Twitter: @aranx_solleiro, Instagram: @arasolleiro y aranxaas94@gmail.com